lunes, 8 de septiembre de 2008

En un banco de una plaza

Hubo una noche, una linda noche por cierto, de cielo despejado y suaves vientos, que yo volvía de una cita. Esta cita fue con una mujer muy bella, de ojos claros y un cuerpo apetecible. Como era tarde no pude coger el trasbordo del metro y quedé varado en la plaza más grande y representativa de la ciudad, una ciudad cosmopolita de mucho bullicio, que tiene ecos de todos los rincones del mundo.
Yo venía pensando en mi suerte, como una chica tan atractiva y autóctona de esas tierras había puesto sus ojos en mí. Estaba contento. No me importaba no saber cómo llegar a mi casa ni lo tarde que era. Le compré una lata de cerveza a un hombre que al vendérmela observó hacia todos lados en busca de la autoridad, ya que estaba prohibido vender alcohol en las calles.
-¿Un euro verdad?- pregunté.
-No, amigo. Uno cincuenta.
-No, un euro- repliqué.
-Vale, vale- aceptó con acento forastero.
Me dirigí a la parada de bus. Había mucha luz y gente por todas partes. En esa ciudad hay mapas por todos lados y es difícil perderse. De uno de estos mapas que estaba pegado a la parada del bus, elegí un transporte el cual parecía dejarme cerca de mi destino.
Me senté en unos bancos de madera y encendí un cigarro. “Que linda que es”- decía para mí mismo sin poder sacar estas palabras de mi pensamiento. Una pareja de personas maduras se sentó a mi lado. La cerveza estaba bien fría.
Pasaron varios buses pero ninguno era el mío.
Al terminar mi cigarro observé como un hombre, de rasgos musulmanes y hablando entre dientes, se sentaba entre mí y la pareja. Seguí con mi cerveza y cálidos pensamientos. En esta ciudad no se veían las estrellas, hecho que me hacía sentir extraño.
Con el pasar de los segundos me percaté de que este hombre de rasgos musulmanes, estaba llorando y tenía un gesto de sufrimiento muy notable. De un momento a otro se acercó a la pareja y estirando su mano hacia el hombre con un alicate en la misma pidió:
-Mátame, por favor.
La mujer enseguida se apretujó contra el cuerpo de su pareja.
-¿Qué? Estás loco- dijo el hombre, abriendo los ojos detrás de sus gafas, con acento argentino.
-Mátame.
-No, amigo, yo no mato a nadie- dijo el argentino, esbozando una sonrisa ante la deplorable situación del individuo.
-Mátame, por favor.
A todo esto, las lágrimas caían por su rostro y su mano temblaba sosteniendo el arma.
-Mirá- dijo la mujer- ahí viene el bus.
-No, gracias amigo, si no venía mi bus te mataba pero tuviste mala suerte, me tengo que ir-ironizó abrazado de su mujer en busca del bus.
Quedé junto a él.
El hombre se ahogaba en la pena, sentí lastima por él. Con el alicate intentaba dañarse en la zona del corazón, pero sin la fuerza necesaria. Un joven vestido como lo hace la gente de Centroamérica pasó cerca de nosotros y quedó estupefacto con el insólito hecho, de todas formas siguió de largo. El individuo levantó su vista y miró en derredor. Me preparé al encuentro.
-Mátame, amigo, por favor.
-No, no te voy a matar.
Comenzó a llorar con más intensidad y me ofreció el alicate.
-A mí no me des nada.
-¿Porqué? Mátame.
-Contame, cuéntame-corregí para que me entienda- ¿Qué te ha pasado?
Luego de mirar unos segundos al suelo me dijo:
-Mi madre amigo está enferma. Yo aquí. Yo mandar dinero… mi madre muy enferma. Mi madre muriendo.
No paraba de llorar.
-Pero amigo- intenté consolarlo- si tu mandas dinero y no puedes hacer nada…así es la vida. No decaigas, todo va a estar mejor.
-Yo aquí. Mi madre sola. Mátame por favor-insistió una vez más.
-Que no me des nada.
Al intentar darme el alicate, se le resbaló de las manos, era evidente que estaba borracho. Se dispuso a agacharse para recoger su arma.
-Dejalo- le dije.
No me hizo caso.
-Si lo agarrás te dejo solo.
Me miró triste, desamparado.
Se agachó.
-Andate a la mierda- dije para mí mismo y me paré. Caminé hasta un árbol y me apoyé contra él a tomar mi cerveza. Seguía fría.
Enfoqué mi vista para ver si venía mi bus, no venía.
Un chico joven se sentó junto al hombre triste. Quedó distraído mirando la palma de sus manos, parecía español.
-Amigo… mátame- pidió el susodicho apoyando el alicate en las manos del joven.
La cara del joven se transformó en pánico y sorpresa. Sus manos flojearon y el objeto cayó al suelo, emitió un pequeño gemido y se alejó a gran velocidad. Desapareció detrás de un gran edificio y no volvió más a la escena. Me causó gracia su cara de espanto, no lo pude evitar.
Me llamó la atención la poca gente que se percató de este incidente o le era indiferente. Todo el mundo caminaba sumido en sus fiestas, sus penas, sus idas y venidas. Yo también estaba hundido en mí efímera alegría pero me gustaba observar, y mediante mi hipócrita ética hacer un bien gratis a un desconocido.
Acabé la cerveza.
Ahora golpeaba su pecho con gran potencia. Un grupo de cuatro personas se dio cuenta de este hecho. Eran dos chicas rubias con ojos celestes, un negro y un asiático del sureste, hablaban en inglés. Supuse que vendrían de Inglaterra o de Suecia, tal vez de Estados unidos, aunque esta última era menos probable. Dijeron unas palabras entre ellos y realizaron un fugaz intento de acercarse.
Apareció mi bus.
El hombre intercambió unas palabras con el grupo. Las cuatro personas se alejaron y dieron la espalda a su tristeza. Se alejaron unos metros, quedaron hablando en voz baja y con los ojos muy abiertos, llenos de pasmo.
Me senté en el último asiento del bus. Por la ventana miré como el hombre tiraba el alicate y rompía a llorar profundamente con la cabeza apoyada en sus dos manos.
-Si tuviera otros rasgos alguien se hubiera preocupado por él- pensé.
Los coches lujosos y los edificios pasaban a gran velocidad.
Que lindos ojos tenía ella. ¿Cómo era posible que los haya posado en alguien como yo?

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