miércoles, 16 de septiembre de 2009

En el fondo de un cajón

Puede que ya no sientas el ruido de los barcos,
Como lágrima que defrauda.
El adiós, un sincero guiño
Y una pérdida,
Errante en el horizonte.
Buenas noches susurradas al silencio.

Puede que ya tengas la nostalgia en las estrellas,
Porque se pierde en la penumbra.
Una mirada amiga, el trasto de un recuerdo.
Otro Adiós.
Soledad fruncida como arena,
Viaja soplando en la amargura de mareas.

Saludan los hombres a la princesa defraudada,
Saludan porque ya no son salvajes,
Y porque mueren, pero queda
En esta tierra baldía el atroz ensayo,
De la estadía y el partir.

Es el barco que se pierde en el horizonte,
Calmo se despide, silencioso se despide.
El ciclo errante de las blancas olas,
Y el sonreír sin que nadie nos vea,
Es el olvido tallado en un pedazo de madera.

martes, 15 de septiembre de 2009

En otra ocasión

A través de la ventana Julio inspeccionaba el movimiento de las hojas de otoño. La víctima debería haber tenido un retraso en el trabajo. Las nubes empapadas de gris se mezclaban en el humo del cigarro, mientras Julio recordaba una vez más haber puesto el silenciador en el arma. Se había convertido en un ejecutante minucioso y metódico, y recordaba con cierta simpatía el cargo de conciencia sufrido su primera vez.
Algo tenía que estar mal. La hora se hacía eterna y la víctima no llegaba. Encendió otro cigarro, al volver su mirada a la escena sus ojos chocaron con los de un hombre alto, vestido con sombrero y gabardina negra, el cual sostenía en su mano derecha un portafolio. Su mirada era punzante, rígida. Julio se sintió vulnerable. El hombre emitió una leve sonrisa y comenzó a caminar sin volver su mirada atrás.
Julio agarró su arma y salió del apartamento con rapidez. Las calles estaban tupidas. Buscó en todas direcciones, el hombre de negro esperaba su mirada al final de la calle.
-¡Hey tú!- gritó Julio.
El hombre comenzó a caminar velozmente. Julio salió en su busca chocando una y otra vez con transeúntes indiferentes. Lo siguió a través de incontables calles. En varias ocasiones creía perder el rastro, pero el hombre de negro lo esperaba al final de alguna calle.
La incertidumbre crecía en cada zanco. Siguió corriendo, el aire se tornó más espeso. En un instante repentino el hombre frenó su marcha, justo antes de que Julio cogiera su hombro giró la calle.
Julio fue sacudido por un aire frío. El hábitat que lo envolvió le resulto familiar. El hombre de negro ya no estaba. Comenzó a caminar por una calle de piedras, sin dejar de recapacitar en la ambivalencia que en su corazón se reflejaba. Por una parte la inseguridad que le incomodaba, el pensar en la huida de ese hombre y su responsabilidad dejada atrás. Por el otro, sentía un confort extraño pero a su vez conocido, el color de las piedras y de cada ventana, la fragancia y los ruidos formaban parte de él.
Caminó, lento y constante. Con el pasar de los segundos reconoció donde se encontraba, era el barrio en que vivió su adolescencia. El extraño olor a jazmines mezclado con polvo se filtraba en su olfato. Llegó a la plaza en que había pasado horas divirtiéndose de niño, se sentó en un banco y encendió un cigarro. Las personas parecían estar abstraídas en lejanos sentimientos.
En el umbral de una antigua casa vio a Isaac, aquella persona mezquina, responsable de su estilo de vida. Sintió ganas de pararse y darle un tiro, pero decidió que no era necesario. Los coches pasaban y por segunda vez todo le resultó por de más familiar. De pronto apareció un joven, andando con pasos tímidos y mirada nerviosa. Isaac intercambió palabras con el joven y puso algo pequeño en sus manos, cubierto con una manta blanca. El joven cruzó la calle y deambuló por la plaza, paseándose cerca de Julio. Isaac se subió a un coche y desapareció.
Luego de pisar el cigarro, Julio se paró y anduvo unos pasos hasta el joven.
-Disculpa- le dijo. ¿Tienes fuego?
El sudor del joven era notorio. Titubeó un segundo y dijo:
-Si, si. Toma.
Intercambiaron miradas. El joven se sintió indefenso ante aquella persona que emitía omnipotencia.
-Gracias- dijo Julio emitiendo una sonrisa.
El joven respiró hondo y se fue.
Julio caminó hasta la gran fuente ubicada en el centro de la plaza. Observó el reflejo que el agua ofrecía de si mismo. Se sintió confiado. Buscó una moneda en su bolsillo pero no tuvo suerte.
La tarde se tornó más fría. Entró en un bar y pidió un wisky. Los hombres del bar estaban inmersos en un partido de fútbol palpitante. Miró que solo había dos mujeres en el bar, una muy bella y otra no tanto. Se dio cuenta que ya conocía el resultado del partido, no obstante, observó algunos tramos del mismo. Cruzó miradas con la mujer bella y pidió otro vaso.
El tiempo pasaba lento. El sol en las calles se escondió detrás de grandes nubarrones grises. Hubo un gol en el televisor, los hombres gritaron desaforadamente unos minutos, luego todo volvió a la misma tensión de antes.
-¿Me invitas un trago?- escuchó que le decía una voz femenina.
Vestía un vestido blanco con flecos negros, su larga melena negra se movía con su andar, mientras su sonrisa hermosa incitaba a intentarlo.
-Claro- dijo Julio- ¿Qué quieres tomar?
-Lo mismo que tú.
-Cantinero…
-Tienes un arma.
-Si.
El cantinero sirvió wisky.
-Eres muy bella-dijo Julio.
-Gracias.
-En serio, lo eres.
-Seguro que nunca tienes miedo.
-No, nunca-respondió riendo- Siempre tengo miedo. ¿Acaso tú no?
-No sé. ¿Tú que piensas?
-Algo en tus ojos me intriga.
-Me pasa lo mismo con los tuyos.
-¿Qué haces en este bar?-preguntó el.
-Solo estoy de pasada.
Los centelleos de su sonrisa le recordaban el mar.
Julio terminó su vaso y miró fijamente a aquella mujer.
-¿Te vienes conmigo a dar una vuelta?- pregunto ella.
En el bar había olor a café quemado y el partido de fútbol estaba finalizando. Se acercó a una ventana, parecía que en las calles comenzaba a caer una tenue llovizna. En la plaza de enfrente, un hombre vestido con ropas negras y portafolio en mano fijaba sus ojos en él.
-Me gustaría. Pero no. Debo irme, en otra ocasión tal vez. Adiós.
Salió del bar sin mirar atrás.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Gloriosa celeste

Vuelvo a publicar luego de un periodo de esterilidad litearia. Espero seguir haciéndolo

¿Por qué Uruguay? ¿Por qué otra vez empiezan a morir los sueños de un pueblo que lo único que anhela es verte campeón?
Esta vez fue frente a Perú. Último en la tabla, con menos de un diez por ciento de los puntos jugados, en fin, la damisela de la eliminatoria. Cuando faltan cinco minutos para terminar el cotejo, luego de ser anulado nuestro gol por offside y de que el defensa peruano (el cual nadie sabe como se llama) quite el balón de la línea de su arco. Otra vez perdimos.
Al empezar dichas eliminatorias nos diste a entender, con tus resultados, que no sería fácil, que si queríamos la gloria del mundial tendríamos que ganárnosla con “los huevos en la garganta” como solemos decir. Pero la angustia y amargura me colma al verte perder. Ayer, sábado, todo el día estuve expectante, pensando en que llegara la hora del encuentro. Compre mis cervezas, mis cigarros, preparé “la ceremonia”. Estaba alegre, era el partido en que Uruguay comenzaría su remontada, esa esperanza de poder disfrutar del sufrimiento atroz del último minuto antes de la victoria. Pero Uruguay me demostró lo contrario.
Siempre me cuentan anécdotas de equipos uruguayos que logran hazañas imposibles, de jugadores gloriosos, de momentos memorables. Lamento decir que mi generación y yo solo hemos visto el nadar y nadar para solo quedar a la orilla. Me remonto al último mundial que disputamos con ese 3 a 3 que el “chengue” Morales no pudo convertir en victoria, solo faltaba un minuto. El último repechaje perdido ante Australia. Las calles estaban vacías cuando terminó el partido, de a poco empezó a salir la gente con cara de llanto de sus casas, nadie hablaba, estuvimos de luto. El caso es que no hemos podido vivir esas glorias que los viejos cuentan en forma de añoranza.
Y es así Uruguay. Al terminar el partido dije: nunca más te veo Uruguay. Sin embargo, el miércoles estaré pegado al televisor gritando “Uruguay no má”.