viernes, 15 de mayo de 2009

Emigrante

Un barco navega el contorno de la ciudad, empujado por el somnoliento movimiento de las olas grises. La tripulación mantiene una emblemática relación entre sus individuos, las peleas son infinitas, las noches de sexo llenas de poesía y carne, los juegos infantiles originales como el paisaje de la noche estrellada. Unidos llevan a cabo un viaje lejos de su tierra natal, parda por momentos, nutrida de quimeras frenéticas. La tierra se aleja y queda atrás, en el horizonte carmesí desaparecen los ruidos, las horas, los compases, complicidades, amores de calles gastadas. El olor del mar en la inmensidad de la esencia que rodea las vidas, introduce un camino incierto de posibles oportunidades menoscabadas, en donde un sol desciende triste. La noche trae gritos, jolgorio, furia, soledad. Las olas se hacen más grandes en el transcurso de la noche. La tripulación agotada se duerme. Amanece. La tranquilidad desorbita los anhelos nacientes. En la lejanía se oyen voces, hogares y chubascos se observan en el oleaje. La tripulación sonría ensimismada en los latidos de un corazón. La tierra retumba, crece. El barco frena. La nueva tierra se impregna de lágrimas traídas de otro lugar.