lunes, 20 de febrero de 2012

Empate a la eternidad

Ese día mi padre me despertó un poco más temprano de lo habitual. Hacía frío. Mi madre nos preparó café con leche y pan con manteca. La radio sonaba con interferencia.
-Lucas. ¿Te acordás que hoy vamos a ver a Peñarol?
-Claro papá.
-Mi padre también me llevó a ver a Peñarol cuando tenía tu misma edad. Un partido por la copa Libertadores, le ganamos uno a cero al Guaraní de Paraguay. Un veintiséis de Abril del setenta. Todavía tengo guardada la entrada en algún lado. Un partidazo. Alberto “El Negro” Spencer hizo un golazo de volea. En el ángulo. ¡Que jugador! - sus ojos brillaban, todas sus tristezas quedaron escondidas detrás de la anécdota.- Hoy es contra los brasileros, hay que ganarles. ¿Vas a cantar mucho Lucas?
-Si papá.
-Dejalo que coma tranquilo Rodolfo. Recién se levanta el chiquilín.- ordenó mi madre.
Era la primera vez que iría al estadio. Tenía ocho años. Éramos muy pobres, mi padre trabajaba de jardinero en casas de personas pudientes y mi madre estaba sin empleo y tenía que cuidarme. Ir al estadio era un lujo, mi padre había estado ahorrando durante varios días para poder llevarme. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan entusiasmado.
Agarró sus herramientas, nos dio un beso en la frente y se fue. Aún recuerdo su pulóver azul agujereado alejándose en la bicicleta vieja.
Caminamos hasta la escuela, mi madre y yo. Apenas entré a clase me saqué todo el abrigo que llevaba.
La maestra dio una clase sobre los mayas. Explicó que habían sido capaces de crear una gran civilización basada en el estudio del sol, una agricultura organizada y una religión muy compleja e intrigante. Cientos de años habían prosperado y conquistado grandes extensiones de tierra, y luego, por razones que no se conocen, desaparecieron dejando sus ciudades vacías, en perfecto estado. Recuerdo que, durante todo el día, en mi cabeza rondó la imagen de hombres desnudos siendo asesinados como ofrenda a sedientos dioses.
Al mediodía nos pusieron, como cada jornada, en el comedor y nos sirvieron. No tenía mucha hambre, dejé más de la mitad del plato. No solía dejar comida en el plato. Supuse que eran los nervios por el partido de Peñarol. Les conté a todos mis amigos.
-¿Y a que tribuna te lleva tu padre? ¿Contra quién jugamos? ¿Juega el loco Acosta? – preguntaron ellos.
-A la Ámsterdam. Contra unos brasileros, no sé como se llama el equipo. El loco juega.- respondí, diciendo que sí a esto último sin saber quien era el loco Acosta.
Luego de comer nos dejaron salir al recreo. Jugamos un partido contra compañeros del otro grupo. Perdimos, yo no tuve una buena actuación. Nuevamente en clase, la maestra nos colocó algunos problemas matemáticos que fueron fáciles de resolver.
Se fue la gris y fría tarde. Sonó la campana y salimos alborotados a las calles. Mi madre me esperaba con los ojos llorosos. Me abrazo fuerte y rompió en llanto.
-¿Qué pasa mamá?- le pregunté echándome a llorar yo también.
-Lucas… papá.
-¿Qué le pasa a papá mamá?
-Un hombre lo atropelló.
Me subió a un taxi y fuimos al hospital. Me contó que luego de cortar el césped en la casa de un cliente habitual, mi padre se dirigía hacia la casa de otro cliente cuando un Opel negro lo atropelló. Le pregunté si papá se pondría bien. Me dijo que no sabía, pero supe que mentía.
En el hospital estaba mi tío. También me abrazó con fuerza. Luego nos sentamos y quedamos en silencio, escuchando la nariz mocosa de mi madre ahogada en llantos. Al rato mi tío dijo:
-Estuve en la comisaría. El tipo dijo que estaba llegando tarde al trabajo y por eso cruzó con roja y que a Rodolfo ni lo vio. Parecía un buen tipo.
Un viejo, enfrentado a nosotros, tenía una radio pequeña pegada a la oreja. El partido de Peñarol estaba por comenzar. Entonces salió el doctor encargado de mi padre. Mamá y el tío se acercaron a él. Me hicieron señas para que no me levantase de mi asiento. Los detalles trágicos no son necesarios, mi padre murió.
Ese fue, tal vez, el día más triste que recuerdo. Han pasado varios años. Peñarol le ganó a los brasileros y yo no pude dormir pensando en las palabras que me había dicho mi padre unos días antes.
-Lucas, cuando andes en la calle, siempre tenés que tener cuidado, nunca te confíes. Por más que sigas las señales de tránsito, nunca se puede controlar a las demás personas. Siempre poné atención en vos mismo y en los demás sobre todo.
-Si papá.- le dije yo.
Hoy me es inevitable pensar en ese día sin sentirme culpable. ¿Cómo habrá sido su último instante? Le doy vueltas y más vueltas al asunto; y cuanto más lo pienso más seguro estoy. Mi padre nunca se distraía, pero ese día creo que sí. Y la razón era que ese día me iba a ver feliz, como el fue feliz cuando su padre le llevó al estadio. Los grados de culpabilidad en cada desgracia sé que siempre son inciertos, pero sin dudas, hay varios factores en cada una. Puede decirse que el conductor era imprudente y que hizo mal en cruzar con roja. También, desde ese punto de vista, la irritabilidad de un patrón intolerante contribuye en cierta forma. La distracción de mi padre. Un mecánico desidioso que no arregló correctamente los frenos de un Opel negro. El clima. El tiempo. ¿Dios? ¿El destino? No lo sé.
Aprovechando la ocasión, comentaré que desde ese día me interesé en el estudio de los mayas y su desaparición. Hay varias teorías. La más aceptada entre los conocedores de la materia es la que dice que los pueblos sublevados se revelaron, y derrocaron al imperio, obligando a las personas a abandonar las ciudades. Otra teoría habla sobre el gran crecimiento que la selva y la vegetación tuvieron durante el siglo de la desaparición, siendo este crecimiento tan repentino y colosal, que obligó a los ciudadanos a abandonar las ciudades y dispersarse en diferentes tribus y pueblos cercanos. Una distinta teoría habla sobre una gran epidemia que azotó a las grandes ciudades matando a todos los habitantes, incapaces de hacerle frente con el tan escaso conocimiento médico de esos tiempos. Por último, mi preferida, dice que los mayas eran la civilización “dueña del tiempo” y que encontraron, luego de siglos de estudio metódico, la manera de viajar en el tiempo y que así lo hicieron, toda su civilización. En fin, es un hecho rodeado de un misterio inusual. Tal vez ninguna de estas premisas sea cierta. Tal vez la verdad contiene pequeñas proporciones de cada una de ellas.
Se hace muy difícil especular en certidumbres. Me conformo pensando en que mi padre venía pedaleando, viéndonos alentar, rodeados de serpentinas y papeles picados, en donde once jugadores vestidos de amarillo y negro se adentran a la cancha airosos, reluciendo el orgullo de sus seguidores; cuando un Opel negro lo atropella, dejando esa última visión como el eterno eco de su paso por el mundo.
Mi hijo Pablo tiene tres años. Ya le compré una camiseta amarilla y negra. Su madre me pide por favor que no lo lleve al estadio, porque es peligroso para el chico y podría traerme malos recuerdos.
-No me rompas las pelotas.- le digo yo.
En mi mesa de luz tengo la vieja entrada, aquella que compró mi padre el día anterior a su muerte. He decidido dársela a Pablo y decirle que la lance con ímpetu, cuando vea asomar por el túnel esa hermosa camiseta, para que ese pedazo de papel se pierda en el viento entre todos los demás.

viernes, 17 de febrero de 2012

impuesto agregado

Hoy es un día de los malos,
Ayer también fue un día de esos,
Y a pesar de las promesas que me hacen las estrellas
Mañana también lo será.

Y así es que pasan los días y los ciclos,
No hay en el horizonte días bellos
Ni jaulas que se rompan.
El chasquido endeble de unos pasos grises.

Tengo para vender un lote de nada,
Sin impuestos ni rebajas,
Pasa la mercancía de moda
Y el viento se lleva el precio de todas las cosas.

Un alma de poca monta y días tristes,
Se borran en letras y más letras,
No esperes un milagro.
Los milagros son para los santos.

lunes, 13 de febrero de 2012

El bobo y el mar

El vino tinto estaba fresco. Se escuchaban las olas golpeando contra las maderas de mi barco. Apoyé mis pies en un cajón y dejé caer mi cabeza en las manos. Las estrellas siempre me habían llamado la atención, sobre todo cuando estaba en el mar. Ser pescador es un trabajo solitario. Las estrellas siempre brindan buena compañía, te recuerdan a tus mujeres, siempre están ahí y no se quejan, y sobre todo, con solo mirarlas se te ocurren las ideas más místicas y cada ente onírico está mas cerca de ti. En fin, en la noche tranquila, esperaba que las carnadas piquen, mientras las estrellas me plantaban sueños y más sueños, que nunca llegarían a concretarse. Además, era una buena noche, ya tenía pescado cuatro buenos ejemplares de tiburón. No podía estar mejor.
Escuché entonces, desde la proa de mi barco, un sublime canto de mujer. Me acerqué y miré en el agua: las olas se movían mansas. Me volví a sentar. Tome un sorbo de vino. El canto provino ahora desde la popa. Fui a la popa y miré en el agua: pude ver una gran cola de pez hundiéndose en el agua.
-Esto de mirar tanto las estrellas me está haciendo mal.- me dije en voz baja.
Encendí un farol y revisé las carnadas.
-Hola pescador.- escuché que me decía una voz detrás de mí.
Me dí vuelta y vi a una mujer pelirroja nadando en el agua.
-Hola ¿Qué haces ahí?
-¿Y tú? ¿Qué haces ahí?- me devolvió la pregunta en tono de broma.
Tenía los pechos desnudos, hermosos pechos. Podía mantenerse a flote sin usar sus manos.
-Pesco. ¿Cómo es que estás nadando aquí? Sube al barco.
-No quiero subir. ¿Cómo es que estás tú navegando aquí?
-No sé. La marea y el viento me trajeron. Hay buena pesca en estas zonas.
-¿Nunca te has puesto a pensar que los peces que tú pescas tienen sentimientos y almas?- preguntó pasando de la broma a la seriedad.
-En verdad no. Es que si no pescara, creo que no sería capaz de hacer otra cosa. No soy una persona muy competente.
-Ya veo.
-Espera, espera. ¿Quién eres? ¿Qué haces en medio del mar?
-Ay Dios… ¿Por qué siempre les cuesta tanto darse cuenta? Soy una sirena. Mira- dijo mostrándome la cola cubierta de escamas azuladas.
-Oh. Creo que en la primaria nos enseñaron algo sobre ustedes. Pero no recuerdo muy bien.
-¿Quieres venir conmigo? Te mostraré los más bellos paisajes que tenemos en el fondo del mar. Nos comunicaremos con todos los seres que en él habitan. ¿Qué te parece?- preguntó moviendo sus largas pestañas.
-No lo sé. Estaría mal dejar el barco solo.
-No le pasará nada. No hay nadie a kilómetros a la redonda. Verás lo que los peces piensas sobre ti, te sorprenderás. No te guardan rencor, sino todo lo contrario. Será una linda experiencia.
Observé mi viejo barco. Su olor a cangrejos, el timón desgastado y el balde negro con el que limpiaba la cubierta cada noche.
-No. Disculpa, me gustaría. Pero no puedo- sentencié.
Frunció el seño y se hundió en el agua.
Me serví otra copa de vino. No había nada como estar en altamar, si por mí fuera nunca regresaría a tierra. En el mar no había impuestos, inflación, navidades, anillos de oro ni vecinos.
Enganché otro gran pez, forcejeé con el hasta que se dio por vencido. Lo acerqué hacia la borda y le di con el arpón en el cráneo. Ningún pescado me había opuesto mucha resistencia. Ya llevaba cinco. La noche era cada vez mejor.
Otra vez escuche un canto femenino, un canto capaz de ablandar el caparazón más sólido. Me quedé sentado en mi asiento, sería otra vez aquella sirena.
-¡Hey! Pescador…
No respondí.
-Pescador…- volvió a llamarme.
Me levanté y dije:
-¿Qué quieres?
-¿Así tratas a las mujeres?
-No, disculpa. Pensé que eras la misma de antes.
Esta era morena y de rizos ondulados. Se podía sentir su perfume a hielo y sal.
-No. Tranquilo.
-¿También eres una sirena?
-Claro.- me respondió demostrando sus dotes de nadadora. Se movió dibujando un espiral entre las olas.
-Me encanta como cantas tu amiga pelirroja y tú, pero debo seguir pescando. Es una buena noche y no puedo desperdiciarla.
-¿Tan importante es un pescado más o un pescado menos?
Las olas golpeaban en sus pechos morenos.
-Para mí sí- respondí.
-No seas tan intransigente pescador. Ven conmigo y te mostraré nuestras ciudades de coral. Mira allí en el fondo.
A través del agua, en las profundidades, pude ver una ciudad enorme, iluminada, llena de movimiento. No tenía idea de que hubiera ciudades en el fondo del mar. En la primaria siempre fui un mal estudiante, de seguro desaproveché muchas enseñanzas primordiales como estas.
-Se ve muy bello desde aquí.- opiné.
-Estoy segura que nunca estuviste en una ciudad submarina.
-Tienes razón.
-Por eso. Acompáñame y daremos un hermoso paseo por mi ciudad.
Sonaba tentador, sin embargo, respondí que no. Pareció enojarse. Me miró con desagrado y se alejó aleteando hacia el este.
Los peces seguían saliendo. Ya tenía ocho. Sentí la melancolía del vino en mis venas. Cobraría buen dinero, pero no tenía a nadie con quien compartirlo. Un rancho sucio que me cobraba impuestos, gente que no me gustaba y alergia al polvo. Abrí otra botella. Me acerqué a la borda a mirar las olas. El reflejo de la luna se desvanecía en la enormidad de las aguas. Hubiese querido, en ese momento, ser capaz de expresar lo que sentía. La belleza no era más que un conjunto de ilusiones, y a pesar de ello, era una fuerza superior y trascendente.
Me senté en mi asiento y cerré los ojos. Pensé en mi infancia y en mis mujeres, en cada una de ellas. A ninguna le gustaba el mar, sin embargo, ellas me gustan a mí. Era un hecho curioso.
-Pescador….
-¿Otra vez?- dije encrespado.- ¡No molesten más! ¡Déjenme tranquilo! No quiero saber nada de sirenas, ni de ciudades submarinas ni de peces que hablan.
Se puso a cantar una melodía tan triste como la vida misma. En su voz estaba el reflejo de la luna y el ruido de las olas. No pude contenerme y me acerqué a su encuentro.
-Hola pescador.
-Hola sirena.
-Me han dicho que andas muy solo por estos territorios. He venido a hacerte un poco de compañía.
Su pelo rubio flotaba en la marea. Sus pechos redondos me miraban con cariño.
-Yo no he pedido compañía. Yo estoy bien así. Gracias.
-Pescador… no seas así conmigo. Solo quiero hacerte feliz.
-¿Quieres subir a mi barco? ¿Te doy una mano?- invité.
-No, no. Ven conmigo, nos iremos a un lugar que te encantará y me harás el amor. Si nunca lo has hecho con una sirena, todavía no sabes lo que es el verdadero amor.
-¿El verdadero amor eh? ¿Y como lo haríamos? No veo ninguna hendidura por donde meterme…
- ¿No te gustaría conocer nuestros misterios? Será el goce más placentero que jamás hayas sentido. Ven…
Su piel parecía suave. Sus manos me llamaban.
Estuve a punto de tirarme al agua.
-Adiós sirena. Volveré a pescar- dije y volví a mi asiento para no enfrentarla más. Su dulce canto se alejó de mi barco hasta perderse más allá del horizonte oscuro.
Terminé la botella de vino. Salió otro pez. Quedó mirándome mientras daba bocanadas inertes sobre la cubierta. Le arranqué la cabeza y la devolví al mar. Sentí el graznido de algunas gaviotas que revoloteaban en el aire. Fui por otra botella. Me quedé cavilando en como sería el sexo con una sirena, todo un enigma.
Y de pronto, el barco sufrió un golpe. Caí de mi asiento. Luego otro golpe y otro. Arrastrándome llegué a la baranda de la borda y miré lo que pasaba: eran las sirenas. Embestían con todas sus fuerzas y golpeaban con sus colas. Eran cuatro. Las tres que me visitaron y otra que parecía mayor, con el pelo verde. Era la que lideraba el ataque. Ordenaba en un idioma extraño y atacaban, primero desde un flanco y luego desde el otro.
-¡Hey! ¡Hey!- les grité.
Siguieron atacando. Agarré el timón y lo sujeté con firmeza. Luché por el control pero oponían una gran resistencia. Su estrategia era constante y eficaz. En cualquier momento el barco daría un vuelco. Corrí hacia el ancla de metal y se lo tiré a la líder, fallé. Naturalmente, comencé a tirarles todo objeto que encontrara: botellas de vino, anzuelos, cabezas de pescado, bidones, etc. Desaté mis zapatos y también se los lancé. Mis artilugios no hicieron mucho daño, solo las alejaron un rato. Volví al timón. Mi sorpresa mayor fue cuando vi venir hacia mí cabeza un tridente dorado. Lo pude esquivar, apenas. Luego hubo otro y otro.
-¡Dios!- grité arrebatado.- ¿Qué tipo de jugarreta es esta?
El barco y yo perdimos la batalla. Volcamos. Caí al agua fría. Me puse a nadar con ímpetu. Pude ver tierra firme. Tragué agua, mucho agua. Al principio no fueron por mí, se enfocaron en el barco. Lo sujetaron con una especie de red de algas y lo hundieron. Seguí braceando hacia la orilla. Mi barco ya no estaba.
Nadé un rato largo. La noche quedó en silencio. No pensé en nada, solo quería llegar a tierra.
Pero las sirenas no habían terminado de jugar conmigo. Sentí el roce de una mano que bajaba mis pantalones y se quedaba con ellos. Luego me sujetaron entre dos y me sacaron la camiseta gris (mi preferida). Intenté golpearlas pero sus movimientos dúctiles me esquivaron y no llegué a impactarlas. El corazón me latía cansado. Me habían quitado todo.
Un perro negro, sentado y con las orejas alertas, me observaba impávido desde la orilla. Más allá de la playa grandes árboles se perdían en el cielo. Por fin pude pararme en la arena y caminar entre las olas. No tenía más fuerzas. Y entonces, a modo de despedida, unas afiladas uñas me dieron un fuerte pellizco en las pelotas. Ni siquiera grité, apreté los dientes y aguanté el ardor.
Me tiré en la arena seca, ya estaba a salvo. El perro negro parecía amigable, se acercó y lamió mis pies, le hice una caricia. Que sentido del humor tan macabro tenían las sirenas. Reí.
Las vi, a lo lejos, saludarme con sus manos, sonrientes, amigables.
Me paré. Se alejaban cantando.
-¡Sirenas de mierda!- proferí desnudo, agitando el puño a la luz de la luna.- ¡La puta que las parió!

martes, 7 de febrero de 2012

Coordenadas inciertas

Me despertaré una húmeda tarde de otoño. Estaré triste y aturdido por los vaivenes que da la vida. La heladera se abrirá vacía y la mugre de mi hogar yacerá por doquier. Miraré el teléfono con nostalgia, perseguido por el anhelo de algunas palabras familiares. Me apoyaré en el vidrio de la ventana y veré gente entrando y saliendo de tiendas y comercios, caninos machos detrás de una hembra en celo, mierda de paloma en los balcones, hermosas mujeres caminando como princesas cansadas de su virginidad.
Saldré a caminar solo, parando en plazas y comprando víveres en algún almacén. Le daré vueltas y más vueltas al asunto, un asunto que nunca habré podido descifrar. Inexplicable, eterna desilusión. Fabularé raras historias que me alejen de mi espeso hastío, historias imposibles, inerte exploración de formas artísticas. Y un lozano sueño, que llevaré en andas durante las horas que pasan, emergerá como un amanecer en secreto, para luego volver a esconderse en las profundidades más lóbregas. Y así se irá la tarde, con el viento del mar, y los seres nocturnos saldrán de sus escondites y cantarán canciones de castillos y odiseas, de amantes celosos y hombres amantes de la libertad.
Me acercaré a una iglesia, antigua y gótica, en donde se escuchará el sermón principal del cura: La importancia del camino recto. La gente escuchará atenta, yo me aburriré con rapidez y seguiré errando en la ciudad entre sus calles imperecederas. Me iré adentrando, más y más, en callejones angostos. Botellas rotas, ratas, graffities blanquinegros, orines secos y orines húmedos, cuevas, humo, el ruido de unos tacones perdiéndose al doblar la esquina. Vislumbraré al final de la calle un cartel con forma de espiral, brillando intermitentemente en la luz roja de un tubo de neón. Creador de fortunas, dirá. Descenderé por una escalera de madera y entraré en un cuarto pequeño, apenas iluminado por una lámpara azulada. En el centro del cuarto los ojos estoicos de una gitana se posarán en mí.
-Toma asiento.- dirá, con acento extranjero.
La silla crujirá.
En su rostro apreciaré algunas arrugas y un lunar al costado de sus labios rosados. Sobre su cabeza un pañuelo a rayas verde y negro.
-Buenas noches- le diré mientras ella recoge un paño oscuro sobre la mesa, dejando al descubierto una bola de cristal.
-¿Cómo te llamas viajero?- preguntará.
- Osiris Gallardo. ¿Y usted?
-Vita. Solo Vita.
Su veterano semblante parecerá el de una mujer orgullosa de su candidez. La encontraré atractiva a pesar de su edad.
-¿Por qué estás aquí viajero?
-Vi el cartel de la puerta, me llamó la atención. Estaba cansado de caminar. No sé bien, en realidad no sé ni como llegué aquí.
-A veces los hombres se pierden, no te preocupes.- me dirá con un gesto condescendiente.- Ah, el cartel extraño de la puerta es obra del inquilino anterior. No he tenido tiempo de cambiarlo.
Asentiré con la cabeza.
-Si me das una moneda te diré tu futuro.
Le daré la moneda.
-Muy bien.- dirá concentrada, apoyando sus manos sobre la esfera.
Buscaré a mis costados algún indicio terrenal. Resultará infructuoso.
-Veo luciérnagas en un jardín. La luna alicaída. Un camino de rocas y urbanizaciones, el sonido del mar soplando con ferocidad.
La vidente, compenetrada, se tomará unos segundos, respirará hondo, y luego continuará:
-Caerás viajero mío, caerás una y otra vez. Tus lágrimas perdiéndose en la lluvia de otoño. Las raíces de los árboles se queman y arden bajo tierra…
Entreabrirá un ojo, me verá atento y volverá al asunto.
-Una puerta se abre. El sol resplandece. Las olas del mar traen a tierra un bote antiguo. Tú eres capaz de amar solo a esa persona que espera en el umbral y te entregas a sus pies.
-Vita- me aventuraré a decirle- eso puede ajustarse a cualquier ser humano.
Ella sonreirá.
- Viajero, viajero mío. No seas ingenuo.
Una ola de calor correrá por mi espalda.
-Luego veo… nubes. Nubes. Más nubes.-repetirá.- El fin llega y ahí estas. Tu corazón deja de latir una tarde de lluvia, en la cama rota de una habitación alquilada.
Sentiré que soy víctima de un chantaje barato.
-¡Espera viajero! ¡Veo algo entre las nubes! Una cometa de papel se alza en el cielo, esquiva relámpagos, tus manos luchan en la tormenta inclemente. La remontas, es tuya. ¡Mira!-me dirá señalando la bola de cristal.- ¡Mira!
Me acercaré curioso, entusiasmado.
-No veo nada señora, no veo nada.- diré finalmente.
-Las nubes, viajero mío, las nubes…
No sabré que decir. Ella abrirá sus ojos y dejará caer sus hombros. Tendré esa extraña sensación de que lo ocurre a mi alrededor ya lo he vivido, tal vez en un sueño o en una vida anterior.
-Gracias Vita. Ha sido una experiencia… reveladora podría decirse. Debo irme.
-Espera.- se adelantará a detenerme.- No puedes irte todavía.
-¿Por qué no?
-Porque antes de irte debes hacerme el amor.
-¿Debo?
-Si. Así está escrito.
-¿Escrito? ¿Dónde?
Se acercará a mi y pondrá su rostro muy cerca, enfrentando al mío.
-¿Acaso no puedes leerlo?- dirá, agarrando con su mano el control remoto de mí ser.
-Supongo que sí.
El control remoto se pondrá rígido.
-Si me lo haces, haré que vuelvas al pasado, a tu miserable vida.
-¿Qué eres?- inquiriré en tono de broma- ¿Acaso alguna especie de prostituta onírica?
-Claro, viajero mío.- responderá femenina, sensual.- ¿Acaso estás sorprendido? ¿O lo has sabido desde un principio?
El cuarto seguirá iluminado por el azul de la lámpara vieja, ella apoyará sus brazos y sus codos en la mesa. Subiré su vestido y la montaré. Perderé la noción del tiempo y del espacio. Y por un instante, olvidaré todos los caminos y me concebiré en ese lugar, donde desde siempre habré debido estar.
-Viajero mío. Tu estancia en estas coordenadas ha llegado a su fin.
Subiremos las escaleras de madera. Será una mañana nublada y de mucha humedad. Los gatos perseguirán a las ratas y las plumas viajarán en vientos suaves, en las calles los charcos de lluvia reflejando el retrato de la ciudad.
-Adiós viajero.
-Ha sido un placer.
Ella soplará delicadamente sobre mis pies. Me elevaré atónito en el aire alejándome con celeridad, en contra de mi voluntad. Flotaré por la ciudad, como una bolsa sucia, admirando el movimiento de todo lo ajeno a mí.
Una nube me caerá encima dejándome ciego. Truenos, relámpagos, electricidad.
Silencio.
Es de noche, estoy en el fondo de mi casa, mi rostro pegado al suelo. Un gato negro se desliza en los tejados. Me arrastro hasta apoyarme contra la pared. Enciendo un cigarro. No puedo evitar sentir nostalgia por ese futuro incierto, por las calles grises y angostas, por el acento de Vita y esa luz azul que mis ojos todavía pueden ver.
Entro a casa. Ropa tirada en el suelo, paredes descascaradas, olor a incienso de jazmín. Me como una manzana verde, disfruto su frescura. Se cuelan en mi alma las ganas de beber algo fuerte. Encuentro una camiseta limpia y salgo a las calles a procurar la bebida.
En el jardín, las luciérnagas emiten una danza indescifrable, la luna me mira con tristeza. Me siento en el pasto mojado y me echo a llorar.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Flores que flotan

¿Cuanto más?

¿Cuanto vale una estrella para tus mosaicos?

Fragancia de esfera llena de vida.

Hematoma hermano, sangre coagulada

Cae, deslizate

Roe, arrúllame.


¿Cuanto más?

Cazadora de sueños frascasados

¿Que vale la nada más la nada?

Y el sol sigue refrescándote en tus mares.

Solo y triste

Opaco. Alicaído.


Camino mojado de vasos vacíos,

Extravío de ojos y pinos y melodías ancestrales,

La lontananza de tierras ajenas

Y el anhelo inclemente

De una sonrisa amiga

Y un beso más que húmedo.


La inundación esta que causa el fuego

Expulsando lágrimas de arena.

El mundo sigue andando sin mí,

Y sin tí y sin nadie ya que importe.

Tú y yo.

Vos y yo.


¿Cuanto mas? ¿Cuanto menos?

¿Más? ¿Menos? ¿Poco? ¿Nada?

¿Todo?

Mañana. Mañana será otro día.