martes, 7 de febrero de 2012

Coordenadas inciertas

Me despertaré una húmeda tarde de otoño. Estaré triste y aturdido por los vaivenes que da la vida. La heladera se abrirá vacía y la mugre de mi hogar yacerá por doquier. Miraré el teléfono con nostalgia, perseguido por el anhelo de algunas palabras familiares. Me apoyaré en el vidrio de la ventana y veré gente entrando y saliendo de tiendas y comercios, caninos machos detrás de una hembra en celo, mierda de paloma en los balcones, hermosas mujeres caminando como princesas cansadas de su virginidad.
Saldré a caminar solo, parando en plazas y comprando víveres en algún almacén. Le daré vueltas y más vueltas al asunto, un asunto que nunca habré podido descifrar. Inexplicable, eterna desilusión. Fabularé raras historias que me alejen de mi espeso hastío, historias imposibles, inerte exploración de formas artísticas. Y un lozano sueño, que llevaré en andas durante las horas que pasan, emergerá como un amanecer en secreto, para luego volver a esconderse en las profundidades más lóbregas. Y así se irá la tarde, con el viento del mar, y los seres nocturnos saldrán de sus escondites y cantarán canciones de castillos y odiseas, de amantes celosos y hombres amantes de la libertad.
Me acercaré a una iglesia, antigua y gótica, en donde se escuchará el sermón principal del cura: La importancia del camino recto. La gente escuchará atenta, yo me aburriré con rapidez y seguiré errando en la ciudad entre sus calles imperecederas. Me iré adentrando, más y más, en callejones angostos. Botellas rotas, ratas, graffities blanquinegros, orines secos y orines húmedos, cuevas, humo, el ruido de unos tacones perdiéndose al doblar la esquina. Vislumbraré al final de la calle un cartel con forma de espiral, brillando intermitentemente en la luz roja de un tubo de neón. Creador de fortunas, dirá. Descenderé por una escalera de madera y entraré en un cuarto pequeño, apenas iluminado por una lámpara azulada. En el centro del cuarto los ojos estoicos de una gitana se posarán en mí.
-Toma asiento.- dirá, con acento extranjero.
La silla crujirá.
En su rostro apreciaré algunas arrugas y un lunar al costado de sus labios rosados. Sobre su cabeza un pañuelo a rayas verde y negro.
-Buenas noches- le diré mientras ella recoge un paño oscuro sobre la mesa, dejando al descubierto una bola de cristal.
-¿Cómo te llamas viajero?- preguntará.
- Osiris Gallardo. ¿Y usted?
-Vita. Solo Vita.
Su veterano semblante parecerá el de una mujer orgullosa de su candidez. La encontraré atractiva a pesar de su edad.
-¿Por qué estás aquí viajero?
-Vi el cartel de la puerta, me llamó la atención. Estaba cansado de caminar. No sé bien, en realidad no sé ni como llegué aquí.
-A veces los hombres se pierden, no te preocupes.- me dirá con un gesto condescendiente.- Ah, el cartel extraño de la puerta es obra del inquilino anterior. No he tenido tiempo de cambiarlo.
Asentiré con la cabeza.
-Si me das una moneda te diré tu futuro.
Le daré la moneda.
-Muy bien.- dirá concentrada, apoyando sus manos sobre la esfera.
Buscaré a mis costados algún indicio terrenal. Resultará infructuoso.
-Veo luciérnagas en un jardín. La luna alicaída. Un camino de rocas y urbanizaciones, el sonido del mar soplando con ferocidad.
La vidente, compenetrada, se tomará unos segundos, respirará hondo, y luego continuará:
-Caerás viajero mío, caerás una y otra vez. Tus lágrimas perdiéndose en la lluvia de otoño. Las raíces de los árboles se queman y arden bajo tierra…
Entreabrirá un ojo, me verá atento y volverá al asunto.
-Una puerta se abre. El sol resplandece. Las olas del mar traen a tierra un bote antiguo. Tú eres capaz de amar solo a esa persona que espera en el umbral y te entregas a sus pies.
-Vita- me aventuraré a decirle- eso puede ajustarse a cualquier ser humano.
Ella sonreirá.
- Viajero, viajero mío. No seas ingenuo.
Una ola de calor correrá por mi espalda.
-Luego veo… nubes. Nubes. Más nubes.-repetirá.- El fin llega y ahí estas. Tu corazón deja de latir una tarde de lluvia, en la cama rota de una habitación alquilada.
Sentiré que soy víctima de un chantaje barato.
-¡Espera viajero! ¡Veo algo entre las nubes! Una cometa de papel se alza en el cielo, esquiva relámpagos, tus manos luchan en la tormenta inclemente. La remontas, es tuya. ¡Mira!-me dirá señalando la bola de cristal.- ¡Mira!
Me acercaré curioso, entusiasmado.
-No veo nada señora, no veo nada.- diré finalmente.
-Las nubes, viajero mío, las nubes…
No sabré que decir. Ella abrirá sus ojos y dejará caer sus hombros. Tendré esa extraña sensación de que lo ocurre a mi alrededor ya lo he vivido, tal vez en un sueño o en una vida anterior.
-Gracias Vita. Ha sido una experiencia… reveladora podría decirse. Debo irme.
-Espera.- se adelantará a detenerme.- No puedes irte todavía.
-¿Por qué no?
-Porque antes de irte debes hacerme el amor.
-¿Debo?
-Si. Así está escrito.
-¿Escrito? ¿Dónde?
Se acercará a mi y pondrá su rostro muy cerca, enfrentando al mío.
-¿Acaso no puedes leerlo?- dirá, agarrando con su mano el control remoto de mí ser.
-Supongo que sí.
El control remoto se pondrá rígido.
-Si me lo haces, haré que vuelvas al pasado, a tu miserable vida.
-¿Qué eres?- inquiriré en tono de broma- ¿Acaso alguna especie de prostituta onírica?
-Claro, viajero mío.- responderá femenina, sensual.- ¿Acaso estás sorprendido? ¿O lo has sabido desde un principio?
El cuarto seguirá iluminado por el azul de la lámpara vieja, ella apoyará sus brazos y sus codos en la mesa. Subiré su vestido y la montaré. Perderé la noción del tiempo y del espacio. Y por un instante, olvidaré todos los caminos y me concebiré en ese lugar, donde desde siempre habré debido estar.
-Viajero mío. Tu estancia en estas coordenadas ha llegado a su fin.
Subiremos las escaleras de madera. Será una mañana nublada y de mucha humedad. Los gatos perseguirán a las ratas y las plumas viajarán en vientos suaves, en las calles los charcos de lluvia reflejando el retrato de la ciudad.
-Adiós viajero.
-Ha sido un placer.
Ella soplará delicadamente sobre mis pies. Me elevaré atónito en el aire alejándome con celeridad, en contra de mi voluntad. Flotaré por la ciudad, como una bolsa sucia, admirando el movimiento de todo lo ajeno a mí.
Una nube me caerá encima dejándome ciego. Truenos, relámpagos, electricidad.
Silencio.
Es de noche, estoy en el fondo de mi casa, mi rostro pegado al suelo. Un gato negro se desliza en los tejados. Me arrastro hasta apoyarme contra la pared. Enciendo un cigarro. No puedo evitar sentir nostalgia por ese futuro incierto, por las calles grises y angostas, por el acento de Vita y esa luz azul que mis ojos todavía pueden ver.
Entro a casa. Ropa tirada en el suelo, paredes descascaradas, olor a incienso de jazmín. Me como una manzana verde, disfruto su frescura. Se cuelan en mi alma las ganas de beber algo fuerte. Encuentro una camiseta limpia y salgo a las calles a procurar la bebida.
En el jardín, las luciérnagas emiten una danza indescifrable, la luna me mira con tristeza. Me siento en el pasto mojado y me echo a llorar.

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