Entré en una librería, cuando para mi
sorpresa un libro gigante cayó sobre mi cabeza.
Masajeé la zona afectada mientras buscaba con la mirada al librero del
local. Estaba vacío. Me puse a pasear entre el polvo de los libros, polillas alegres
y letras negras que flotaban en el lugar.
Sonaron las campanitas colgantes de la
puerta y un hombre alto, envuelto en ropas manchadas y con un fuerte olor a
whisky entró por ella.
-¡Hey tú! ¿Tienes Lío en la Librería de
Lucas Martínez?
-No soy el dueño señor.
-¿Lo tienes o no?- dijo torvo, lanzando
un gran eructo.
-No.
Me miró socarronamente como si mi
espíritu le causara una gracia enorme.
-Cuando veas al dueño dile que Henry
Chinaski estuvo aquí y que quiere ese libro.
-Vale.
Se fue tambaleando hacia la calle.
Tras la salida de este individuo entró
otro. Éste era flaco, con la mirada tranquila y profunda.
-Buenas tardes- dijo tendiéndome la
mano-, soy Horacio Olivera. Encantado.
-Lucas Martínez- respondí.
-Pareciera que en librerías viejas como
esta hubiera más de lo que parece, como un trasfondo escondido. ¿No crees
Lucas?
Tenía un leve acento francés que se
hacía notorio en las erres.
-Ahora que usted lo dice Horacio, me
parece una afirmación bastante acertada.
Sonrió.
-Por cierto, estoy buscando un libro
llamado Lío en la Librería de un tal Martínez.
-No lo conozco, pero búsquelo usted
mismo, tal vez lo encuentre.
Recorrió la librería, cauto, curioso.
Mientras tanto, yo me distraje con las letras que zigzagueaban en el ambiente.
Volvieron a sonar las campanitas de la
puerta. Entró un joven de cara triste, muy abrigado, que tímidamente caminó
hacia mí.
-Disculpe. Estoy buscando un libro de
Lucas Martínez, trata sobre una librería pero no recuerdo el título.
-¿Lío en la Librería?
-Ese mismo. ¿Lo tiene?
Sus ojos transmitían una melancolía
terrible. Sentí pena por él. Busqué a Horacio entre las estanterías pero había desaparecido.
-No, no lo tengo.
-Ah, qué lástima.
-Podemos buscar algún otro libro que te
agrade.
-No, gracias. No es necesario.
Me dio la mano y emprendió la retirada, pero
antes de salir se dio la vuelta y preguntó:
- ¿A dónde van los patos cuando el río
se congela?
Se esfumó de la escena antes de escuchar
mi estúpida respuesta.
El olor a claustro abandonado era cada
vez más fuerte. La brisa húmeda de la lluvia se filtraba desde la calle hasta
posarse sobre todos los entes del lugar. Las letras giraban con el tic tac de
un viejo reloj que observaba solitario desde un rincón.
-Con permiso- saludó una voz grave.
-Adelante.
El hombre avanzó entré lo libros,
estudiando todas las facciones de la zona en que habitábamos. Miraba al vacío,
sereno y reflexivo.
-Hace unos días llamé e hice una
reserva- indicó al rato.
-Déjeme adivinar. Lío en la Librería.
-Exacto, a nombre de Alexei Ivanóvich.
-Lamento decirle que el dueño de la
librería no se encuentra.
-¿Tú no lo eres?
-No, yo solo estoy de paso.
-Como todos…
Su ropa tenía olor a café. Me observó
atentamente reptando por las más profundas lobregueces de mi ser. Me sentí
desnudo, transparente.
-Los complejos entramados que componen
las personalidades de los hombres no son tan complejos como piensas, solo debes
ver más allá de sus deseos y obsesiones- observó distrayéndose luego con las
agujas del reloj- ¿Sabe usted dónde puede haber un casino por aquí?
-No, no soy de este barrio.
-He descubierto una receta que puede ganarle
a la ruleta.
-Pues me alegro por usted.
-Cuídese joven, que tenga buenas tardes.
Ya me estaba aburriendo esto de atender
a extraños lectores y su eterno desfile
de extravagancias y acertijos con moldes de escultor. Comenzaba a sentir la necesidad de respirar el
mar o algún cabello enredado de mujer.
Me
dispuse a salir de la librería cuando un hombre vestido con sombrero y
sobretodo negro se interpuso en la entrada.
-Hola- dijo.
-Hola.
-¿Te gusta la ajedrez campeón?
-Me gusta pero no soy ningún virtuoso.
-Eso no importa, lo que importa es la
estrategia.
-Ya me estaba yendo señor…
-Marlowe. Philip Marlowe. Tal vez puedas
ayudarme.
-No lo tengo. Lío en la Librería no lo
tenemos.
-Oh.
Sus ojos vidriosos me miraban sosegados.
Le hice un ademán para indicarle que deseaba irme.
-¿Podría hacerte unas preguntas?- indagó
solemne.
-La verdad señor Marlowe que no. Pero no
se preocupe, en esta historia no hay grandes intrigas ni asesinatos. Solo las
fantasías de un joven escritor. Y si lo que necesita es una mujer, estoy seguro
que usted podrá arreglárselas.
Le palmeé el hombro y me fui.
El ruido de las calles me golpeó como un
garrote celestial. Llovía. Olía a cemento y barro. Entré en un bar y crucé mis
ojos con los de una hermosa dama. Ella sonrió. Yo sonreí. Sentí la mágica
necesidad de perderme en una fábula, saqué mi viejo cuaderno de apuntes, y así,
sirviéndome de la fantasía, comencé a escribir.
Entré
en una librería, cuando para mi sorpresa…