domingo, 28 de septiembre de 2008

Ojalá pudiera verte caminar

Es que en realidad nunca fui bueno
para nada,
y quiero a una mujer porque no me quiere
y si me quiere no la quiero,
tal vez si la quiero, pero
nunca como tendría que quererla.
Creo, a veces, que debe ser culpa
de la lluvia
que cae por las calles pintadas de gris
opaco como un sol de noches tristes,
un relámpago de otras trascendencias
donde vuelvo a sentirla, a quererla.
Y tu ya sabes que no soy bueno,
si, para nada
pero puedo quererte como nadie
y odiarte como tanto quieres
que te odien y llenen de miseria febril,
de un canto noble, un querer sin título.
Cada día me vuelvo más y más adicto
a verte caminar
y ver en tu reflejo mi alma perdida
mis noches quebradas a la mitad
por una más de mis idiotas mentiras
las cuales me salvan, me dan libertad.

martes, 23 de septiembre de 2008

Con las manos esposadas

El humo del cigarro del oficial Pérez es horrible, me causa nauseas. La tarde está nublada y un hilo húmedo flamea en el viento. El dolor en mis costillas parece desaparecer en ocasiones, observando a los niños que juegan al fútbol, a través de la ventana del coche.
-Ya estamos por llegar piltrafa- me dice el sargento Vidal desde el asiento delantero.
-Más te vale que cantés quién es este hijo de puta- agrega Pérez.
Me golpea con contundencia en el pómulo izquierdo.
-Si señor. Ya le he dicho que se lo diré.
El silencio de las calles es ensordecedor. Todos caminan mirando el suelo, hasta los perros parecen estar mudos.
-En este edificio vive-digo señalando con las manos esposadas.
-A las dos de la tarde. ¿Estás seguro pendejo?
-Si señor. A las dos.
El sargento Vidal tiene cara de victoria, éxito profesional. Ya estoy aburrido de odiarlos, cansado. Estacionan el coche enfrente al edificio. El conductor abre una caja de cigarros y convida a los otros dos. Vidal saca su revólver apoyándolo en su pierna.
Quedo mirando el vacío, pensando en mi suerte, en la derrota inminente, la desesperanza, el sufrir de mi familia, en los sueños de mi promiscua adolescencia que hoy están aniquilados.
Pérez me parte la cara, otra vez.
-Despertate gil- me dice.
El cielo empieza a despejarse. Ahora el sol alumbra el rocío de otoño sobre el pasto amarillo. Mi nariz no deja de sangrar.
El sargento carraspea y agrega:
-Che, abrí bien los ojos que ya son casi las dos.
-Si señor.
Apoyo mi cara contra el vidrio de la ventanilla. Veo que hay más gente en las calles y ya no tengo la sensación de que todos miran al suelo. Me pierdo en la idea de ser libre.
Ahí está. Es ella, si, es ella. Sale del edificio, sola, caminando lentamente. Viste de negro. Su rostro denota tristeza e impotencia, su belleza impenetrable tiene la misma rigidez de siempre. Diana es su nombre, y es mi musa, mi alma y mi vida, escudo y salvación.
Abro mis esposas y salgo del coche. Camino hasta ella con pasos sigilosos para que no me escuche. Toco su hombro con mi dedo índice, ella voltea, me mira exaltada. Una lágrima cae por su rostro, otra lágrima cae por mi rostro. Me abraza feliz, la abrazo feliz. Nuestras manos se juntan y empezamos a caminar entre la gente silenciosa. Somos libres. Sin decir una sola palabra nos perdemos detrás de una esquina sin mirar atrás.
El humo del cigarro del oficial Pérez es horrible, me causa nauseas.
-¿Demorará mucho Nachito?- pregunta el sargento, serio y sarcástico.
-Capaz que sí.
Voltea torvo, y su mirada choca con la mía.
-¿Cómo?
Pérez lanza una bocanada de humo en mi cara. Río.
-Que ya no me acuerdo quien era esa persona. Nunca lo supe.

lunes, 22 de septiembre de 2008

El "Che" Guevara


Les dejo un pequeño articulo de este gran personaje.

Segmento del diario del Che antes de su captura y posterior muerte.

OCTUBRE 7. Se cumplieron los 11 meses de nuestra inauguración guerrillera sin complicaciones, bucólicamente; hasta las 12.30 hora en que una vieja, pastoreando sus chivas entró en el cañón en que habíamos acampado y hubo que apresarla. La mujer no ha dado ninguna noticia fidedigna sobre los soldados, contestando a todo que no sabe, que hace tiempo que no va por allí. Sólo dio información sobre los caminos; de resultados del informe de la vieja se desprende que estamos aproximadamente a una legua de Higueras y otra de Jagüey y unas 2 de Pucará. A las 17.30, Inti, Aniceto y Pablito fueron a casa de la vieja que tiene una hija postrada y una medio enana; se le dieron 50 pesos con el encargo de que no fuera a hablar ni una palabra, pero con pocas esperanzas de que cumpla a pesar de sus promesas. Salimos los 17 con una luna muy pequeña y la marcha fue muy fatigosa y dejando mucho rastro por el cañón donde estábamos, que no tiene casas cerca, pero sí sembradíos de papa regados por acequias del mismo arroyo. A las 2 paramos a descansar, pues ya era inútil seguir avanzando. El Chino se convierte en una verdadera carga cuando hay que caminar de noche.
El Ejército dio una rara información sobre la presencia de 250 hombres en Serrano para impedir el paso de los cercados en número de 37 dando la zona de nuestro refugio entre el río Acero y el Oro.La noticia parece diversionista. h-2,000 ms.


El 8 de Octubre fueron sorprendidos en la Quebrada del Yuro. El Che Guevara ordenó dividir el grupo en dos, enviando a los enfermos delante y quedándose con el resto a enfrentar las tropas del gobierno. Harry Villegas (Pombo), uno de los cinco sobrevivientes, cuenta así ese momento crítico:

Yo pienso que él pudo escapar. Pero traía un grupo de gente enferma que no se podía desplazar a la misma velocidad que él. Cuando el ejército comienza la persecución, decide pararse y dice a los enfermos que sigan. Entretanto el cerco se va cerrando. Sin embargo, los enfermos logran salir. O sea el enemigo fue más lento que los enfermos. A los que venían en la persecución directa, el Che los aguanta. Cuando él va a continuar, el cerco se cerró y entonces se produce el enfrentamiento directo. Pero si él hubiese salido con los enfermos, se habría salvado.

Otro adiós

Hueles como los ángeles deberían oler.
Un adiós arcano
De tus labios vivos
En tus palabras marcadas por el viento.
Llueve en los tejados y ya no estás.
La ebriedad de un cuerpo suave, brillante
Válvula de magia.
Mujer ajena, amor tierno-violento.
Pétalos de fresa por tu boca caen
Nuestra guiñada se evapora
Como los viajes.
¿Es la vida tan bella como parece?
¿Es la vida tan cruel como se siente?
La noche me dice que viva
La noche me llevó hasta ti.
El sonido en el tejado te hace distante.
Aquí estás
En la mugre del cuarto, en palabras de un borrador
Las huellas en la madera
Las notas del radio grabador
El sudor en las paredes
Adentro de un soñador.

miércoles, 17 de septiembre de 2008

Lunes

Lunes. Que feo día el lunes. La cerveza ya cansa y el hígado flojea por momentos. Mañana será otro día. Hace tiempo que no llueve, las plantas no se renuevan. Extraño mi mugre, tu mugre, una a una de las migas del camino. El hastío chorrea por los declives del trabajo, por la ventana entra el gris de las nubes. Quiero follar a una rubia de ojos celestes, si son verdes mejor. Tendría que agarrar unas cuantas piedras y empezar a lanzarlas contra alguien o algo creado por alguien. Alguien no está, ya se fue. Quiero comer comida turca, no sé porqué, ni siquiera tengo hambre. En realidad quiero tantas cosas y en realidad tampoco las quiero, llegado un punto todo es igual. Quiero follar una rubia de ojos claros. ¿Quién eres? En una ocasión me dijiste “acá o en ningún lado” bueno en realidad “here or nowhere” “Pero estamos a dos calles de casa” dije. “Here or nowhere” Lo hicimos en la calle. Eras rubia de ojos claros. Un poco de cerveza y calma, todo irá como el río, sucio, limpio, rápido, lento, poético, ordinario, yo que sé. ¿Dónde está el puente? Me tiraría en el acueducto, relegado del humo, a la orilla del río con una caña a esperar que la carnada sirva para algo, no creo que sirva, el agua siempre se la lleva, pero intentarlo es gratis. Algo gratis. Tus ojos claros llenos de dudas, tus piernas firmes chocando contra mí. Un yo grotesco, libre, esclavo. Tantas palabras: misantropía, ética, amor, filantropía, psiquiatría, hardware, atorrante, homo sapiens. Que desperdicio de energía. Alcohol rectificado, uf, toma tú. El dinero se agota, no hay estupefacientes, no hay comidas costosas, no hay chicas normales, no hay regalos impertinentes. Ya es de noche, iré por una cerveza.
En casa me espera una chica rubia de ojos celestes o tal vez verdes (no se diferenciar). De todas formas, sigo pensando que el lunes es un día espantoso.

lunes, 15 de septiembre de 2008

¿Mía?

Sentir que no eres mía
y sin embargo lo eres.
Tu piel tan tierna sería,
Es otro lugar, que muere.

Sentirte por momentos en mis manos,
Decirte al oído que amo caer contigo.
Lluvia sombría, no hablemos de amarnos
Naufragio en la niebla, busqueda de abrigo.

Sentir que ya eres mía,
y sin embargo no serás.
Fugaz eternidad teñida
En noches que no volverán.

Sentir a veces la suave ráfaga azul,
Que invoca sonrisas más alla del mar,
Voces lejanas, tiempos, fondo del baúl.
A través de un recuerdo ebrio, ya verás.

Sentir que estás viva,
Mujer que resplandece
Llena de verde y melodías,
Irradias angustia, creces.

Siento que el mundo nunca alcanzará,
Y que tu belleza no siempre es real,
Calle de ensueños, motivo para cantar.
Tuyo es el movimiento en el boulevard

Compañera, complice, amante,
Aquí dejo mis letras, para tí.
Aquí te doy todo, hasta mi sangre.

Un ángel y un duende

Es el temple de unos ojos arcanos,
Único pontífice de un sueño unido.
Horizonte que separa nuestras manos,
Valle de estrellas que vigilan el nido.

A cuestas llevo ya, varias partidas.
Una lágrima tuya me quema el corazón,
Silencio en la noche, letras, deshazón,
Cuerpo que en la agonía encontró vida.

Un ángel del norte, un duende del sur.
Entrañable historia en la ciudad,
Se oye el canto lejano, se que eres tú.
Mi triste ángel, ya no te puedo ciudar.

Ya no tengo tréboles para regalar,
Ya no soy aquel, alegre y sin cordura.
Mi enana risa jovial no encuentra cura
Que dé contigo y tus alas poder sanar.

Teatro lleno de trampas y brujerías,
Es en silencio como llora el violín.
Amiga, ángel, mujer perdida en la lejanía.
¿Como termina la historia? ¿tiene fin?

domingo, 14 de septiembre de 2008

Sin vos

Cae sobre la noche una manta de estrellas, como luciérnagas que cuelgan del cielo abrigándonos. Estás a mi lado, perdida en tus pensamientos, viendo como las olas llegan a la arena, dejan restos de espuma y se van. Tu voz es suave y disipada, me hablas de cosas que no me interesan, sin embargo, me encanta escuchar. Miro a la luna, ella me mira triste, como siempre, triste y brillante con una sonrisa decaída que emite ensoñación. Bebes un trago, yo bebo otro. Los coches pasan cerca nuestro alumbrando la noche. La noche avanza, trae vientos frescos, secretos de otros tiempos, tu eterna mirada y mi felicidad. Te comento que sé que no eres mía, tú lo niegas, pero ya lo sabes. Con mis gestos sabes que soy tuyo, que cualquier cosa que digas para mí estará bien, que si te vas yo volveré al vacío, ese vacío del cual soy preso y que tanto odio y tanto necesito. Nos sentamos en el pasto, cerca de las rocas, nos quedamos unos segundos escuchando el romper de las olas en las mismas. Sé que no eres mía. Te ríes de las bobadas que digo. Es saludable decir bobadas, aferrarse a la ironía e ir en contra de la ortodoxia. En el mar se reflejan las luces de la ciudad. Tantas ciudades… tantas luces… tanto odio… tanta hipocresía… Tu piel es dúctil, tus manos bailan con mis dedos, bailan al compás de nuestro amor. Odiamos al mundo, a su gente, sus movimientos y los golpes que nos da. Nos bañamos en nuestra miseria, somos adictos a ella, sin ella no habría belleza. Ella es el pincel de nuestros cuadros, el lápiz de nuestro poema, la guitarra de nuestra canción. Bebemos y nos besamos. En tus labios está el vino, la sangre de mi corazón. La gente pasa inmersa en sus vidas, sus pensamientos, sus penas. Somos dos, somos uno, somos la victoria que el derrotado nunca vio. Sin darnos explicaciones nos escapamos del mundo, nos vamos a nuestro refugio, nuestra oscuridad. En el camino hablamos poco, estamos expectantes, abstraídos en ese momento de eternidad. El pasto y la sombra son nuestros aliados, nos entregamos el uno al otro, nos entregamos a la pasión. Tu belleza es infinita, tu cuerpo mi salvación. Por un momento abres los ojos, ¡ahí!, ahí eres mía. Te tuve, te tengo, siempre te tendré. Tus brazos se entrelazan con el humo del cigarro, las estrellas me observan atentas como siempre. Bebes un trago más. Te enfadas conmigo sin un motivo razonable. Yo te miro, hermosa, e intento no discutir. Tú insistes. Digo algo que no debía decir. Me abandonas, te vas caminando hasta perderte en la oscuridad, sin darte vuelta siquiera una vez. Te he perdido. Vuelvo al mar. A lo lejos la luz de un barco se mueve lentamente. El aire infla mis pulmones. La vida sigue, tú no estás. El mar se mueve manso, reflejando un grupo de luciérnagas que cuelgan del cielo, que abrigan al mundo, pero a mí a ti ya no.

sábado, 13 de septiembre de 2008

El negro Jefe

Aquí les dejo un artículo un poco largo tal vez, pero sirve para que entendendamos, los jóvenes uruguayos, quien era ese negro jefe del que todos hablan y hablaron tanto.


Corría el mes de abril del año 1943. Con un grupo de personas entré por primera vez a un cine que en esos tiempos se conocía como "continuado". Para mi era una verdadera novedad puesto que hasta entonces siempre lo había hecho en las clásicas "matinée" del barrio en donde yo vivía, es decir, ver cuatro o cinco películas seguidas, casi siempre los domingos por la tarde. Pero entonces me explicaron que en este cine pasaban "noticiarios" y luego una película, y sin pausa empezaba todo de vuelta. Eso me llamó mucho la atención: ¡cómo que se pasan toda una tarde hasta la noche siempre con lo mismo! Esta asistencia a los "continuados" con ese grupo de personas se repetía en forma invariable todos los fines de semana, sábados o domingos después de un almuerzo. Pero en la concurrencia a este "biógrafo" también existía algo muy particular, que me llamaba la atención dado que no me explicaba por qué entrábamos todos a la sala sin sacar las entradas, es decir, sin pagar, lo hacíamos gratis. El único protocolo existente era simplemente saludar al portero, el cual nos devolvía una gran sonrisa, algún efusivo apretón de manos y hasta haciendo una reverencia nos abría la puerta de entrada a la sala. Una vez finalizada la sesión salíamos todos del cine, tomábamos un ómnibus o colectivo y nos íbamos al Estadio Centenario para ver fútbol. En realidad eso lo hacíamos mi padre y yo; el resto de este grupo no iba a mirar, sino a jugar. Se trataba de jugadores del Club Atlético Peñarol en donde mi progenitor (Pedro de Hegedüs, 1895 - 1961) era el preparador físico, y yo, un niño de apenas nueve años de edad y ávido del deporte, en este caso iba a ver fútbol de primer nivel desde una tribuna preferencial.
Pero también recuerdo algo muy vívido e imborrable hasta los días actuales; era la experiencia que me tocó vivir con un jugador de ese equipo la cual quedó muy grabada en mis sentimientos. Éste me hizo una "promesa" muy firme: "si yo por alguna razón no puedo jugar - me decía - lo harás tú en lugar mío". Dicha "promesa" la recibí varias veces. Obviamente yo siempre me la creí debido a que este jugador me lo decía con toda la seriedad del mundo, sin el menor dejo de sonrisa, para que no vaya a pensar que ello era una simple broma o que no fuera cierto. Como el resto del plantel "concordaba" con él, me percaté que las cosas iban en serio. Por dicha causa "me tenía que entrenar", y por tal motivo, en ocasión de los entrenamientos, mientras la primera división jugaba contra la "reserva", yo me dedicaba a manejar la pelota detrás de algún arco tratando de imitar a los que estaban dentro de la cancha, y también acompañar los ejercicios de "calistenia" que dirigía mi padre.
Pero pasado los años, varias décadas, ya siendo hombre maduro y habiendo transitado también en la actividad deportiva, primero como jugador de fútbol en la liga de mi barrio y luego como atleta, me di cuenta que bajo ningún punto de vista podría haber suplantado a ese jugador, que por más que me hubiera esforzado nunca podría haber tenido la personalidad que demostraba dentro de la cancha, que nunca podría haber hecho lo que él hizo, especialmente en los momentos decisivos de las grandes contiendas. Se trataba de una personalidad deportiva que llegó a convertirse en un verdadero mito para todo el ambiente futbolístico y aún fuera del mismo, que sus hazañas llegaron a trascender inclusive a nivel internacional y hasta docentes de la educación física orientados hacia las materias humanísticas lo tomaban en cuenta en cátedras de sociología y/o psicología deportiva. Esta persona a quien un pequeño como yo "tenía que suplantar" era nada menos que… Obdulio Varela.

Obdulio Varela (Obdulio Jacinto Muiño Varela)
Este gran deportista nació en 1917 en la ciudad de Montevideo, R.O. del Uruguay. Se crió en un barrio de personas económicamente humildes y apenas si fue algunos pocos años a la escuela primaria. Era un chico asmático e hijo de padres separados. Comenzó a jugar al fútbol en los potreros de su barrio, luego en el club Deportivo Juventud, y en el año 1937 pasó a ser un jugador semi profesional en el legendario Club Montevideo Wanderers. En 1943 lo adquirió el Club Atlético Peñarol, institución que lo contó en sus filas hasta su retiro, en 1955. Debutó en el seleccionado uruguayo en 1939 y en 1942 fue campeón sudamericano.
¿Cómo era Obdulio Varela desde el punto de vista técnico? Ocupaba lo que ahora se designa como "volante", pero que en aquellas épocas se designaba como "centre hall" (o el dicho común rioplatense de "centrojá"). Su rendimiento técnico era nada más que aceptable, o quizás solamente bueno. No era muy veloz al correr, tampco corpulento, dominaba los distintos recursos técnicos dentro de lo que se esperaría normalmente de un jugador de primera división y nada más. En ese aspecto no sobresalía. Pero, ¿en donde estibaba entonces el hecho de que se haya convertido en un personaje futbolístico que llegó a trascender a través de la historia deportiva del mundo? En su personalidad. Ello significó ganarse el apodo de "negro jefe". Sin gritos y sin histerias sabía poner en vereda con severidad a sus compañeros de equipo cuando éstos no hacían las cosas como debían; bastaban unas pocas palabras, o quizás una mirada llena de rigor como la de un padre severo con sus hijos para darse cuenta que se tenía que poner mayor empeño en tal o cual aspecto del juego. Asimismo fue muy respetado por sus rivales ocasionales, los cuales sabían que con este "gran negro" no era conveniente buscar problemas. Aunque Obdulio Varela fue un jugador del tipo recio, siempre fue partidario del juego limpio, sin mañas, desdeñando la brutalidad. En cierta ocasión, como capitán del conjunto de Peñarol, un adversario golpeó brutalmente y con toda alevosía a uno de sus compañeros. La agresividad de ese contrario ameritaba la expulsión inmediata del juego, ello era evidente. Pero de forma inexplicable, dicha falta se sancionó como una simple contingencia del juego. Obdulio Varela tomó de inmediato el balón, se dirigió al juez, y de manera respetuosa le observó que si en algún momento algún jugador de su equipo, es decir, de Peñarol, cometía semejante acto de brutalidad, le pedía por favor que lo expulsara de la cancha, puesto que él, como capitán, no podría tolerar que uno de los suyos realizara semejante acto tan desdeñable.
Pero la gran personalidad de Obdulio Varela se pudo plasmar con nitidez en lo ocurrido en Julio del año 1950, en ocasión del IV Campeonato Mundial de Fútbol disputado en la ciudad de Río de Janeiro. Su actuación en dicho torneo fue lo que lo catapulto realmente a la gran historia del mundo futbolístico, y quizás de todo el deporte. Aquí se pudo palpar por parte de este hombre sus recursos psicoemocionales, la verdadera astucia, el conocimiento o la perspicacia para llegar a percibir las virtudes y también el "talón de Aquiles" de los adversarios, y de acuerdo a ello determinar la forma adecuada para manipular o aprovechar las distintas reacciones de los mismos en beneficio propio.
Maracaná, 1950 (el "Marcanazo")
Es indudable que Brasil se presentaba como favorito indiscutible, conformando un equipo de grandes jugadores, muy bien entrenados, los cuales tenían tras de sí a una "torcida" (partidarios) de más de cien millones de habitantes. Todo Brasil palpitaba tras su equipo del cual se esperaba que obtuviera el título máximo: la copa de oro "Jules Rimet". Es cierto que los países europeos no estaban en su mejor momento dado que hacía apenas cinco años que habían salido de los horrores de la II Guerra Mundial. Por dicha causa no existió en ese entonces partidos clasificatorios por zonas como lo es en los días actuales.
En dicho evento participaban, además de los locales, México, Yugoslavia, Suiza, Inglaterra, Chile, España, Estados Unidos, Suecia, Italia, Paraguay, Bolivia y Uruguay. Como dato anecdótico con respecto a los partidos preliminares en Brasil, se puede mencionar que los Estados Unidos ganó solamente un partido, el cual fue… a Inglaterra (1 - 0).
Para la rueda final quedaron cuatro equipos: Brasil, Suecia, España y Uruguay. Los uruguayos, los cuales tenían un equipo bastante bueno, tuvieron en su serie solamente a un adversario, Bolivia, al cual derrotaron en forma contundente: 8 - 0. Las características de los partidos finales fue que todos tenían que jugar contra todos, es decir, no había eliminatorias. Aquí fue en donde Brasil mostró su gran envergadura como equipo. El 9 de julio Brasil se enfrenta a Suecia; victoria contundente de los primeros: 7 -1. En la misma fecha Uruguay se enfrentó a España en la ciudad de Belho Horizonte. Los españoles se imponían a los uruguayos 2 -1, pero estos últimos lograron recobrarse, y hasta jugando con desesperación (prácticamente todo el conjunto "celeste" estaba sobre el área rival) lograron emparejar el tanteador. El gol lo hizo precisamente Obdulio Varela, lo cual sorprendió a muchos puesto que el "negro jefe" nunca había sido goleador. En su segundo encuentro, el día 16, Brasil enfrenta a España. Los brasileños fueron realmente una "aplanadora" dado que vencieron a los de la península por 6 - 1. Los uruguayos, por su lado, tuvieron como rival a Suecia en San Pablo. Estos últimos, entrando al segundo tiempo estaban al frente: 2 - 1. El panorama era realmente desesperante para los "orientales", pero con gran esfuerzo y entrega física, empatan el juego y faltando poco para la finalización del encuentro convierten un gol de "oro", revirtiendo el tanteador: 3 - 2.
Así estaban las cosas para el encuentro final entre Brasil y Uruguay. Los jugadores brasileños mostraron la gran contundencia que se esperaba de ellos: 13 goles en dos partidos y solo 2 en contra: los uruguayos 5 a favor y 4 en contra. Las perspectivas estaban realmente a favor de Brasil; de los uruguayos se esperaba, como máximo, una actuación solamente honrosa para el enfrentamiento final. Brasil, por su parte, con solo empatar se coronaría virtual campeón del mundo. El partido final se desarrolló el día 16 de julio.
La gran final
El estadio de Maracaná ya estaba lleno desde tempranas horas de la mañana, dado que para los brasileños la final del campeonato mundial se convirtió en una verdadera fiesta nacional. Tenían todas las de ganar puesto que su escuadra estaba demostrando una eficiencia de primerísimo nivel; ¡qué se podría esperar del equipo uruguayo, el cual apenas si pudo con rivales que ellos, los brasileños, prácticamente demolieron con toda facilidad!
Es muy interesante lo que se desarrolló en el vestuario de los orientales previo a su salida a la cancha. Uno de los dirigentes entró a dicho recinto para "alentar" a los jugadores y les expresó que "perdiendo por menos de cuatro goles de diferencia se salvaba el honor". Rápidamente Obdulio Varela salió al cruce y respondió con verdadera autoridad: "¿perder?... ¡Nosotros vamos a ganar este partido! ". También de ese ambiente salió una famosa frase en cuanto a que "Los de afuera son de palo". Algunos se la han atribuido a Obdulio Varela, mientras que otros a uno de los marcadores de punta, el recordado Schubert Gambeta (1920 - 1991). En realidad no importa de quien se originó dicha frase, pero ese era el espíritu de todo el conjunto uruguayo al salir a la cancha: "¡¡los de afuera son de palo!! ". Obdulio Varela agregó algo muy importante antes de salir al campo, "muchachos, si los respetamos a los brasileños, nos caminan por arriba… ¡vamos a salir a ganar el partido! ".
La salida a la cancha
El mismo Varela reconoció años más tarde que estaba muy conciente de lo que sería salir al campo de juego, de enfrentarse a esa "olla caliente" del estadio de Maracaná ocupada por casi doscientas mil personas ? el estadio deportivo más grande del mundo, comparándolo inclusive con el de Berlín, en donde se habían realizado los Juegos Olímpicos del año 1936 ? las cuales alentarían a su equipo, que era favorito y en el cual prácticamente no habrían partidarios para el conjunto uruguayo. Teniendo esto en cuenta, Obdulio Varela, que obviamente era el capitán del equipo, los reunió poco antes de entrar al túnel que los conduciría a la cancha y con toda claridad les dio la siguiente instrucción: "Salgan tranquilos, no miren para arriba. Nunca miren a la tribuna… EL PARTIDO SE JUEGA ABAJO".

Con estas directivas del gran capitán, el equipo salió a la cancha, incluso lo hicieron despacio, caminando, como dando a entender que estaban muy, pero muy tranquilos. Obviamente la entrada de los locales fue verdaderamente apoteósica, ello se pudo percibir por las distintas estaciones radiales que transmitían el partido tanto para Brasil como el Uruguay y en donde apenas si se pudieron escuchar las palabras de los locutores debido al ruido ensordecedor que emanaba desde las tribunas.
El desarrollo del partido, un hecho insólito y el triunfo
El comienzo del encuentro fue muy favorable al equipo brasileño, el cual, mediante su accionar estaba demostrando claramente que era el favorito, jugadas claras, de gran precisión, lo que de alguna forma hizo lucir reiteradas veces al arquero uruguayo Roque Gastón Máspoli (1917 - 2004). Brasil seguía dominando el juego, atacando constantemente; pero estaba ocurriendo algo llamativo: los locales no podían convertir ningún gol. Es cierto que dominaban el juego, que ellos eran los que tenían en forma repetitiva el balón en sus pies, pero la defensa uruguaya era un verdadero muro de acero. De esta forma concluyó el primer tiempo de juego: 0 - 0, lo que de todas formas ya otorgaba la copa Jules Rimet a los locales: con sólo empatar ya eran campeones.
Comenzó el segundo tiempo, y ante un descuido de la defensa uruguaya, apenas a los 2 minutos de iniciado el juego el equipo brasileño convierte un gol. Si la entrada de estos al estadio había sido apoteósica, en esta ocasión el grito eufórico de los asistentes al encuentro se escuchó prácticamente a varios kilómetros del estadio. Todo Brasil estaba radiante, eufórico, ¡ya podían comenzar a festejar!
Pero a continuación ocurrió un hecho insólito, sumamente llamativo y que tomó a todos por sorpresa. Fue una situación que verdaderamente hizo historia, que de cierta forma "paralizó" tanto a brasileños como uruguayos y que causo una especie del "quiebre" en el desarrollo del encuentro, que revirtió todo lo realizado hasta ese momento por ambos contrincantes. Fue una situación que nadie hubiera imaginado. ¿Qué fue entonces lo que sucedió? No bien el jugador Albino Cardoso Friaça (1924 - ) convirtió su tanto, Obdulio Varela tomó rápidamente la pelota, y sin desprenderse de ella se dirigió al juez, Mr. George Harris (de Inglaterra) para quejarse dado que para él, ese gol debía de anularse, había sido hecho en situación de "fuera de juego", es decir, "off side". Obviamente el "negro jefe" hizo su reclamo en el idioma español, pero como el árbitro de las Islas Británicas no hablaba dicho idioma, hubo que llamar a un intérprete; este tardó en llegar, con lo cual el tiempo estaba pasando y por dicho motivo el reinicio del juego se demoraba . Según se relata en el libro del periodista deportivo uruguayo Juan Pippo titulado "Obdulio Varela: desde el alma", "¿La verdad? Yo había visto al juez de línea levantando la bandera. Claro, el hombre la bajó enseguida, no fuera que lo mataran… me insultaba el estadio entero ? obviamente por la demora del juego ? pero no tuve temor... ¡Si me banqué aquellas luchas en canchas sin alambrado, de matar o morir, me iba a asustar allí, que tenía todas las garantías! Sabía lo que estaba haciendo", agregó. "(...) "Ahí me di cuenta que si no enfriábamos el juego, si no lo aquietábamos, esa máquina de jugar al fútbol nos iba a demoler. Lo que hice fue demorar la reanudación del juego, nada más. Esos tigres nos comían si les servíamos el bocado muy rápido".
El parlamento entre el capitán de los uruguayos y el árbitro del partido se prolongó durante varios minutos; ello causó lo que Obdulio Varela esperaba, el objetivo tan deseado, dado que él sabía muy bien lo que ello significaría: enfriar a los brasileños, tanto jugadores como también al público. Luego de ello les dijo a sus compañeros con un espíritu muy, pero muy positivo, "bueno, se acabó, ahora vamos a ganarles a estos 'japoneses'", término que utilizaba con frecuencia para referirse a cualquier extranjero. De esta forma el "negro jefe" le entregó el balón a Mr. Harris para reiniciar el juego. El escritor Osvaldo Soriano comentó sobre la perspicacia de obdulio Varela: "No tuvo oído para los brasileños que lo insultaban porque comprendían su maniobra genial: Obdulio enfriaba los ánimos, ponía distancia entre el gol y la reanudación para que, desde entonces, el partido ? y el rival ? fueran otros. Hubo un intérprete, una estirada charla, algo tediosa, entre el juez y el morocho. El estadio estaba en silencio. Brasil ganaba uno a cero, pero por primera vez los jóvenes uruguayos comprendieron que el adversario era vulnerable. Cuando movieron la pelota, los orientales sabían que el gigante tenía miedo". Todo esto era muy cierto dado que Obdulio Varela tuvo toda la razón. Los uruguayos comenzaron a dominar el juego, de tal forma que a los 17 minutos del segundo tiempo Juan Alberto Schiaffino (1925 - 2002) produjo el empate. Los brasileños no lo podían creer, ¡les habían igualado en el marcador! Estos ya no eran ni sombra de lo que había sido en los encuentros anteriores y tampoco como se habían manejado durante el primer tiempo de este encuentro: estaban como "congelados" y en cierta forma como asustados. Esto mismo lo destacó el arquero uruguayo Máspoli más adelante: "ellos no respondían…en una jugada, un muchacho brasileño se cayó, lo ayudé a levantarse y le palmeé la cara, porque nos conocíamos todos, ¡Estaba helado, pálido! El empate los mató". De todas maneras, con sólo mantener el empate, ya eran virtualmente los campeones del mundo. Pero faltando diez minutos para finalizar el partido se produjo la verdadera catástrofe deportiva para ellos. El puntero derecho uruguayo Alcides Edgardo Ghiggia (1926 - ) recibe un pase, amaga tirar la pelota hacia el centro del área. El arquero brasileño reacciona como era debido dado que comienza a desplazarse desde el palo izquierdo hacia el centro en espera de que el puntero uruguayo levante el centro y cubrir de esta forma todo el arco. Pero éste hace todo lo contrario, lo que no se esperaba, dado que patea directamente al arco y el balón entra hasta el fondo de la red entre el arquero Moacir Barboza (1921 - 2000) y el palo izquierdo, un espacio que no fue mayor a un metro. Más adelante el jugador uruguayo comentaría "Barboza hizo lo lógico y yo lo ilógico", aunque también agregó, "sólo tres personas silenciaron el Maracaná: el Papa, Frank Sinatra… y yo". A partir de ese momento se presentaron dos tendencias psicológicas distintas, dos formas antagónicas de ver el partido; para los brasileños el tiempo que quedaba hasta el final se veía sumamente reducido, los minutos corrían para ellos a gran velocidad; para los uruguayos, en cambio, especialmente los que escuchaban el encuentro a través de la radiofonía, ese mismo lapso se convirtió en una eternidad. ¡Para Brasil y Uruguay las manecillas del reloj "se desplazan a distintas velocidades"!

Sobre la finalización del encuentro el equipo de Brasil creó algunas situaciones de riesgo para los orientales, pero finalmente el tanteador no se modificó: 2 a 1 a favor de estos últimos. Cuando Mr. Harris tocó la pitada dando por finalizado el encuentro obviamente las reacciones fueron diametralmente opuestas. La alegría y euforia para los uruguayos y la enorme desazón, tristeza y estupor para todo el Brasil. Era inconcebible lo que había sucedido dado que la Copa "Jules Rimet" prácticamente se les había "resbalado" de sus manos. De todas formas el público brasileño que llenaba el estadio se comportó de manera sobresaliente, ejemplar, ni un grito adverso, violencia, o alguna palabra de más. El reconocimiento a los jugadores orientales llegó a tal nivel, que al día siguiente del encuentro, al ir éstos de compras por la ciudad, los comerciantes hasta les regalaron lo que querían comprar. El público brasileño mereció el mayor de los encomios por su conducta.
La situación después del encuentro final: la empatía de un gran jugador
Dentro del protocolo de los campeonatos mundiales de fútbol está determinado que una vez finalizado el encuentro final, el presidente de la Federación Internacional de Fútbol Asociado, FIFA, debe entregar la copa que se adjudica al ganador del torneo o partido final. En este caso se trataba de la "taça" Jules Rimet (1873 - 1955), debido a que dicho persona era el que en ese momento ocupaba esa posición de privilegio. Pasado cierto tiempo él mismo relató lo que le ocurrió en aquella ocasión de la final del Campeonato Mundial.
"...Todo estaba previsto, excepto el triunfo de Uruguay. Al término del partido yo debía entregar la copa al capitán del equipo campeón. Una vistosa guardia de honor se formaría desde el túnel hasta el centro del campo de juego, donde estaría esperándome el capitán del equipo vencedor (naturalmente Brasil). Preparé mi discurso y me fui a los vestuarios pocos minutos antes de finalizar el partido (estaban empatando 1 a 1 y el empate clasificaba campeón al equipo local). Pero cuando caminaba por los pasillos se interrumpió el griterío infernal. A la salida del túnel, un silencio desolador dominaba el estadio. Ni guardia de honor, ni himno nacional, ni discurso, ni entrega solemne. Me encontré solo, con la copa en mis brazos y sin saber que hacer. En el tumulto terminé por descubrir al capitán uruguayo, Obdulio Varela, y casi a escondidas le entregué la estatuilla de oro, estrechándole la mano y me retiré sin poder decirle una sola palabra de felicitación para su equipo... ".
Es de hacer notar que el "negro jefe" se dio cuenta de la sorpresa del Dr. Jules Rimet al aparecer en la cancha, pudo percibir su incertidumbre dado que éste empezó a deambular de un lado para el otro sin saber qué era lo que tenía que hacer. Obviamente el presidente de la FIFA estaba preparado para un protocolo específico, pero ahora se encontraba sorpresivamente ante un libreto completamente cambiado, diferente. Obdulio Varela se dio cuenta que Rimet estuvo por darle la copa al capitán de los brasileños: aparentemente el Presidente de la FIFA no se había enterado que los uruguayos había convertido el segundo gol y habían ganado el partido. Por dicho motivo el "negro jefe" se dirigió hacia él y prácticamente tuvo que sacarle el trofeo de las manos. Dentro del campo de juego había inclusive una banda, la cual tocaría el himno del país que se adjudicaba el torneo, es decir, estaba preparada para ejecutar el himno del Brasil junto a un podio que se instalaría no bien finalizara el encuentro. Dada las inesperadas circunstancias el mismo no se instaló ni tampoco se tocó himno alguno. El cuerpo de custodia que acompañó a Jules Rimet a la cancha lo hizo prácticamente llorando. Este fue pues el desenlace final del partido.
Pero, ¿qué fue lo que hicieron los jugadores uruguayos una vez que finalizó la "ceremonia" de entrega de la Copa y se retiraron del estadio? Salieron a divertirse y festejar el triunfo en la costanera de la hermosa playa de Copacabana. Obviamente tenían todos los merecimientos para ello. Pero en dicho grupo faltó alguien; fue nada menos que el personaje que cargó sobre sus espaldas la gran responsabilidad del triunfo, uno que mediante el empuje de su personalidad había hecho revertir algo que se consideraba como una "misión imposible": Obdulio Varela. Éste se dio cuenta de cuáles habían sido las consecuencias del triunfo de los orientales. Sin que sus compañeros se dieran cuenta, prácticamente se escapó del modesto hotel en donde se habían alojado y comenzó a deambular en solitario por la ciudad carioca, las cuales prácticamente también estaban vacías. Según él mismo lo relató más adelante, entró a un bar y "me puse a tomar 'caña' (aguardiente de caña) esperando que no me reconocieran, porque creía que si eso sucedía me matarían. Pero me reconocieron enseguida y, para mi sorpresa, me felicitaron, me abrazaron y muchos de ellos se quedaron bebiendo conmigo hasta la madrugada", contó a la agencia dpa en una entrevista realizada en 1993. ¿Cuál fue el motivo de esta conducta por parte del capitán del equipo oriental? El sentir que en cierta forma él fue muy responsable del triunfo ante el equipo brasileño, de la gran tristeza que embargaba a toda esa nación, de la enorme desazón que se les había provocado por la derrota ante los uruguayos; se supo de casos de infartos y hasta suicidios. El "negro jefe" sintió gran empatía por el dolor de toda esa gigantesca nación; él mismo sintió una enorme pena, la cual llegó a ser más intensa que la euforia por la cual pasó no bien había finalizado el encuentro con los brasileños.
Obdulio Varela regresó al hotel en donde estaban alojados cuando ya estaba despuntando el alba.

En la historia del fútbol son muy contados los casos de gestas como la del Uruguay en el IV Campeonato Mundial de Fútbol, en donde un hombre, de un inmenso carisma, se convirtió en el factor decisivo para una gesta deportiva. El deporte del fútbol ha dado grandes personajes que han pasado a la historia por la brillantes de sus respectivos desempeños: Edson Arantes do Nascimento, comúnmente llamado como "Pelé", Ferenc Puskás, Alfredo Di Stefano, Johan Cruyff, Michel Platiní, Gerd Müller, Franz Beckenbauer, Lothar Mattheus, Paolo Maldini, Ronaldo (Luís Nazario), Diego Armando Maradona, Zinedine Zidane y muchísimos más que se pudieran citar. Pero en todos ellos hubo una característica muy específica: el dominio sobresaliente de los distintos recursos técnicos, los cuales los hacían prácticamente incomparables y hasta brillantes. En cierta forma cada uno de ellos se puede constituir como modelo técnico para la enorme cantidad de variantes que presenta este hermoso deporte de conjunto. Pero es bastante difícil encontrar un deportista que con recursos técnicos bastante inferiores a los anteriormente nombrados haya sido el motor para el gran triunfo en la final de un campeonato mundial, y se haya convertido en un personaje mítico al mismo nivel que los anteriormente nombrados.
Además, es necesario destacar el elemento ético de Obdulio Varela ante la vida y según fue pasando el tiempo hasta su fallecimiento. Se retiró en el año 1955 para dedicarse a su muy querida esposa, a sus seres queridos. El mayor espacio de su vida era para su familia y sus amigos más cercanos. Durante el resto de su vida fue muy requerido por la prensa, la escrita, radial y luego también la televisiva. Casi siempre rehusó a la misma. En las varias décadas que siguieron a su retiro, en muy pocas ocasiones se pudo conversar con él para algún reportaje. Dentro de esa gran personalidad, vital en todo sentido, de postura firme, sólida, se ocultaba también un hombre humilde, el cual nunca quiso que lo endiosaran dado que también reconocía sus limitados alcances como ser humano. Es indudable que detrás de todas aquellas personalidades que buscan el primer plano a cualquier costo, la necesidad imperiosa de ser reconocidos, de ser entrevistados, mostrados, existe alguna debilidad emocional, búsqueda de afirmación de la personalidad. Sin la misma se encuentran como "vacíos", desprotegidos, débiles y aparentemente sin asidero en la vida. Obdulio Varela no necesitaba de estos "puntos de apoyo" debido a que se encontraba muy por encima de todas esas carencias. Su propia persona, sus seres queridos y sus pocos amigos de la intimidad eran suficientes para encontrar la dicha en la vida. Sin embargo, este hombre que hasta podía asustar al mismísimo diablo cuando se ponía serio, era también de una personalidad muy sensible. En 1996 fallece el gran amor de su vida, su esposa Catalina. Obdulio Varela no pudo soportar la pérdida de ésta, y a los pocos meses, exactamente el 2 de agosto del mismo año él también sucumbe ante la muerte. El Presidente de la República, en ese momento el Dr. Julio María Sanguinetti dispuso que se le tributaran honores especiales. Prácticamente todo el Uruguay estuvo de duelo y lloró por la pérdida del famoso "negro jefe"

viernes, 12 de septiembre de 2008

Silencio

Parece estar todo oscuro
Me dices ven a mí.
El tren visita bibliotecas sin construir
¿Dónde estás?
El recuerdo es mentiroso
Me dices ven a mí.
¿Para que quieres el pantano?
Trozo de madera que viaja en la corriente.
La lluvia hace todo más nubloso
Me dices ven a mí.
¿Eres real?
Un juego de acuarelas. Sabor agridulce.
¿Para que ser meticuloso?
Me dices ven a mí.
Reviéntame la cara contra el suelo.
Destrúyeme. Libérame.
Aquellas cenizas en tus alas…
Aquellas menciones sin mencionar.
Tus cabellos de oro y bronce
Mi lugar de nunca jamás.
Aquellas lágrimas de verbena…
Aquellas raíces sin cortar.
Te has ido en un carruaje de castillos.
Y hoy las cometas no quieren remontar.
Palabra exacta.
Cómplice de los silencios
Amo tu respuesta
Amo amarte y no amarte

Me decías ven a mí
Ya no dices nada

El día es gris

El día es gris. La humedad resbala en el viento, un viento manso con olor a vino. Ya tengo todo: mi rifle francotirador, dinero, la foto y mi paciencia. Las calles están bastantes vacías, no hay niños ni perros, solo personas con caras tristes que caminan a su trabajo.
A las doce del mediodía él cruzará la plaza, como lo hace todos los días, rumbo al bar, para almorzar y tomarse una cerveza. Mi contacto tiene buenas referencias, solo espero que no se equivoque. Este no es un trabajo fácil, no sé porqué, tengo un presentimiento extraño, nunca antes lo he sentido, debajo del diafragma siento un vacío desgarrante, serán los nervios.
Sigo caminando con mis pasos largos y constantes, intentaré subir al campanario, en donde tendré la mejor perspectiva posible. Entro en un bar y pido un café, observo la mugre en la barra y el gesto obsceno que se figura en la cara del viejo cantinero, esto último me intriga bastante y quedo absorto unos segundos pensando en el porqué de su gesto, creo saberlo: oscuridad, deseo e hipocresía, nunca dicho en palabras se deben manifestar de alguna manera.
Pago.
-Muchas gracias, que tenga un buen día- dice el viejo.
En el cielo solo nubes, comienza a lloviznar tenuemente.
Son las diez y cuarenta y cinco, debo apurarme. Llego a la plaza. Hay muchos árboles (esto podría dificultar el tiro), una gran fuente en el centro con adornos de marfil en donde personas con cuerpos retorcidos se entrelazan hundiéndose en la tierra, y la mayoría de los asientos, los cuales están construidos de madera, están ocupados por parejas de personas mayores. Alrededor de la plaza se sitúan un centro comercial, una escuela, la iglesia y su campanario, y algunos comercios con mucho movimiento y bullicio.
Un joven vestido con colores llamativos y un peinado muy peculiar pasa por mí lado.
-Disculpá, ¿tenés fuego?-pido.
-Claro, toma.
-Gracias.
Enciendo el cigarro y espero, necesito observar el panorama y adentrarme en la intuición e instinto inherentes a mi trabajo. El humo zigzaguea hacia el norte, la llovizna, ya extinguida, ha dejado el pasto mojado.
El día es gris. Los ómnibus empiezan a colmarse, veo gatos caminando en los terrados, la gente sigue triste. Saco la foto de mi bolsillo y la inspecciono. La persona está situada de perfil izquierdo, el ceño fruncido, pelo corto y marrón, facciones poco marcadas y labios gruesos. Lo encuentro muy familiar. No sé porqué, presiento conocerlo.
No es la mejor foto que me hayan podido brindar. De todas formas, sé como estará vestido: traje negro y corbata roja, seña particular de la empresa donde desarrolla su oficio.
Es hora de subir al campanario. Entro en la iglesia. El silencio es abrumador, la gente mira hacia delante sin saber bien porqué, algunos de rodillas murmuran palabras que llevan repitiendo durante años.
Camino hasta el final y me paro en frente a Jesús Cristo crucificado. Siempre derrotado, sangrante y sufrido, Jesús. A mi derecha el confesionario y al lado una puerta. Miro en derredor a mi postura, nadie me vigila. Oso introducirme en ella.
Todo está muy oscuro, las escaleras en forma de caracol me dirigen al segundo piso. Hay mucho silencio y en la lejanía del mismo siento unos pasos. Busco un escondite pero la sala es muy vasta y no logro encontrarlo, los pasos se acercan. Enfrío mi sentir y me preparo al encuentro. Por un gran portal aparece un cura, no muy viejo, vestido con su sotana y con un libro en las manos. Al verme se sorprende.
-¿Usted quién es?- inquiere.
-Subí por las escaleras porque no he encontrado a nadie de la iglesia.
-Si, pero ¿Qué quiere? Usted no puede estar aquí- informa con un tono seco e imperativo.
Antes de que pueda responder, aparece por el mismo portal una joven monja, llevando unos papeles debajo de su brazo. Ante nuestra presencia baja su cabeza y sigue. El cura le llama la atención.
-Lucia quédese un minuto aquí, que debo hablar con usted. Este señor ya se va.
-De acuerdo padre- responde.
-¿Que quiere usted?- pregunta el cura dirigiéndose de nuevo a mí.
Lucia. Que bellos ojos celestes, su pelo rubio con mechas oscuras es hermoso, que pulcritud lleva su piel. Tiene la mirada apuntando a ningún lugar, su postura es a la vez sumisa y desafiante, su cuerpo parece moldeado por Dios. Que bella mujer Lucia.
-¿Qué quiere usted?- vuelve a inquirir el cura subiendo su voz.
-Le explico padre. Yo soy fotógrafo. Mire, aquí tengo mi portafolio con mi equipo y quisiera subir al campanario a sacar unas fotos de la vista del mismo. Sería tan solo media hora, cuarenta y cinco minutos como máximo, son solo unas fotos.
Lucía me mira extrañada mientras se dibuja una sonrisa en su rostro. La observo y presiento que ella tiene algo que decirme. Su semblante posee una seguridad integra mientras las palabras son emitidas.
-No, no se permite subir a desconocidos al campanario. Y mucho menos para fines lucrativos.
-Son solo unas fotos…
-No- interrumpe el cura- váyase por favor.
-Tengo bastante dinero- digo, sacando el fajo de billetes de mi chaqueta.
-¡Que se Vaya! ¿Cómo se atreve a venir a la casa de Dios a sobornar a uno de sus siervos? ¡Váyase!
Sin decir nada más, me doy vuelta y me dirijo a las escaleras, pero antes echo una última mirada a Lucia. Ella me mira apenas y vuelve su rostro al cura.
Vencido salgo de la iglesia. Maldigo mi suerte y por supuesto al cura.
La calle sigue igual. Dudo entre intentar escabullirme por las escaleras hasta el campanario o buscar una nueva posición. Lo de las escaleras puede ser peligroso, levantaría sospechas. El centro comercial es ideal, pero hay demasiada gente. No sé que hacer. Falta media hora para las doce.
-Hola fotógrafo- una voz llama detrás de mí.
Es ella.
-Hola Lucía.
-Yo puedo ayudarte, conozco la iglesia más que nadie, he vivido aquí toda mi vida.
-De acuerdo. ¿Cómo hacemos?
-Pero antes, quiero algo.
-Tengo mucho dinero-digo tocando el bolsillo de mi chaqueta
-No tonto, yo no quiero dinero.
-¿Y que querés?-indago.
-Quiero que me beses. Solo eso.
El día es gris. La miro extrañado y dudoso, me pregunto porqué querrá eso de mí. Es tan bella…
Hay mucha gente y no se vería bien que una monja estuviera besando a un desconocido en la puerta de la iglesia. Ella me observa calma, confiada.
La beso. Sus labios son extraordinarios, una suavidad y exquisitez únicas, su sensualidad infinita emerge desde su interior. No puedo dejar de besarla, el beso sigue, sigue, no termina de encenderse. Ella finaliza.
Me mira sonriente, complacida y alegre.
-¿Vamos?
¿Por qué creo conocerla de antaño? ¿Quién es? ¿De donde sale esa belleza primitiva? Nunca antes he besado nadie con esa intensidad.
-Hey tonto, ¿vamos?- vuelve a preguntar.
-Si, vamos.
Nos aventuramos en la iglesia. Ella sumamente atenta y resoluta me guía hacia una escalera que desciende. Bajamos y caminamos unos cuantos metros, todo esta iluminado por velas, un aire ancestral colma el ambiente.
-Mira, sube por estas escaleras -dice señalándome el camino-, llegarás al campanario. Sube hasta arriba del todo, porque la campana es movida desde un piso anterior al último. Escóndete y no dejes que te vean.
-Solo son unas fotos…
-No me importa que hagas ahí arriba, solo hazlo y vete- me interrumpe concentrada.
-Gracias Lucía.
-De nada tonto.
Las escaleras son muy antiguas. Pierdo la cuenta de cuantos pisos he subido. Mis piernas están agotadas. Por fin llego.
La visión es esplendida, tengo un panorama excelente para mi misión. La hora se acerca, todo es tan raro. Creo tener un deja vú. El aire se vuelve espeso, el gris se mueve de un lado a otro, la humedad condensa los sentidos y sé que esto ya lo he vivido.
El día es gris.
Saco mi rifle y preparo cuidadosamente mis herramientas. Sobre un pupitre abandonado coloco el trípode que sostendrá el arma. La colocación es perfecta. La mira tiene una excelente visual. Con suma paciencia me dispongo a esperar la salida de mi objetivo.
La campana sonará dentro de cinco minutos, debo lograr que el estruendo no descentralice mi sentido unitivo. El movimiento en la calle se hace más dinámico, los coches abundan, los árboles son movidos por el viento. Ya está por salir. Dirijo la mira a su local de trabajo.
La campana suena. El sonido es ensordecedor. La gente empieza a salir de los establecimientos, de la escuela salen los niños juguetones como en una estampida africana, las palomas emprenden vuelo, ya son las doce.
¡Ahí está! Vestido como me han dicho. Camina acompañado de una chica muy elegante, de ojos claros, con un andar soberbio y vestida de negro. Conversan alegres, ambos sonríen. No puedo ver bien el rostro de mi objetivo, no voltea, no saca sus ojos de la chica. Pero es él, estoy seguro.
Está por llegar a la fuente, ahí está mi tiro. Apoyo mi dedo índice en el gatillo y me dispongo a disparar.
La campana ha dejado de sonar.
Una ola de frenesí sube por mi pecho, ya conozco esta grata sensación.
Ahí está él. Vuelve su rostro hacia mi posición. Aprieto el gatillo.
Sus ojos se clavan en mí. ¡Un momento! Ese soy yo.
El día es gris… y ya he cumplido mi misión.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Una historia fantástica

-Si esto fuera una historia fantástica, vos serías la elfa que me salva, en un bosque inmenso, colmado de extrañas criaturas que salen a cazar.
Ella mira al costado sin saber que pensar, seguramente sea mentira.
Por la ventana entran estrellas opacas y franjas de distinto color.
-Dame un trago- pide ella.
-El otro día me miré al espejo y no sabía quien era el tipo que me estaba mirando a los ojos. ¿Quién era?
-Si no sabes tú, yo menos. Que fuerte es esto.
Los cuerpos se retuercen en las sábanas, el perfume produce bienestar y ensueño. Ella es el comodín de esta difícil mano.
-Todas las rosas que me regalas se marchitan.
-Si, ya sé, ya sé…
-¿Y entonces?
Se sueltan las amarras y el barco se va. El puerto queda vacío, en su recuerdo aguardan despedidas, una aventura para regalar. Las nubes se empañan, la llovizna repica en las calles portuarias, curtidas calles grises que sostienen nuestro amor.
-Te regalo mis letras.
-¿Para que me sirven?
-Buen punto. Ya pensaré en algo.
Ella se levanta, enfadada.
-Me voy.
-Pues vete.
-Adiós.
-Chau.
El bolígrafo coge vida, se estremece de movimiento natural, místico. El vaso se apura, el sentir se hunde en el vacío. El esclarecimiento es falso pero refulja realidad.
La puerta suena como un estruendo bélico.
El silencio se apodera de la habitación.
-Si esto fuera una historia fantástica, vos serías la elfa que me salva, en un bosque inmenso, colmado de extrañas criaturas que salen a cazar.

martes, 9 de septiembre de 2008

Ascensor

Queda poco para irnos. La sala desborda de voces y sonidos, el agobio es como una ranciedad disfrazada de colores primaros. Trabajar tanto es aburrido, denso. Por suerte tenemos descansos.
Su mirada dice que ahí me va a esperar. La jefa se hace la distraída pero su intuición no falla. Los disimulos no sirven. El olfato sigue ese camino que su cuerpo ha dejado en el aire. Mar, orquídeas, porcelana. Parece uno de esos sueños que un día se vivirán.
Fuera de la sala está todo más tranquilo. Sus ojos color miel brillan invitando a cantar. Sus dedos, bordados con uvas y aceite, piden que llegue el ascensor. Dos personas salen conversando en un idioma que no hablamos. Las puertas cierran. Se queda parada, mirando a la izquierda mientras sus ojos se pierden en la picardía. Avanzo.
El mundo ya no es el mundo. La seda, la seda… Otra vez el mar rodeado de orquídeas y muñecas de porcelana. Secreto que no debe ser descubierto, misterio que compartimos como niños en el jardín. El fuego, la seda se quema, el fuego. Alas. Hola y chau. Eres como el escape a la extinción.
Planta baja.
Movimientos rápidos, disimulo. Las personas nos miran.
-Hola.
-¿Qué tal?
No, no estamos drogados. En las calles el humo del cigarro dibuja serpentinas grises, los coches viajan a gran velocidad. Si, el trabajo apesta, los novios no deben participar, si, eres hermosa. Todos hablan mucho. El sol espera cubierto detrás de las nubes. El cigarro termina y tenemos que subir.
Las puertas del ascensor se abren. Salgamos del mundo, vos y yo, una vez más. Pero esta vez, intentemos no regresar nunca jamás.

Entre el mar y las colinas.

Que engañoso es el brío de la vida,
Un deleite de bosques y corrientes,
La añoranza de un beso que olvida
Y nos guía a un bella trampa sin redes.

Estamos encerrados en la imagen del mar,
Vamos volando en una ráfaga sin fin.
Siempre soñando el llegar a otro lugar.
Vana ilusión, siempre arrivo sin ti.

Solo espero que tu voz deje en el cielo
Una estrella con el color de la noche.
Noches de puertos, canciones de ensueño.
Estrella que nunca nos llevará al norte.

Cuando estés lejos y mueras del frío,
No temas, de las colinas baja el viento,
Un viento traido de altamar, nuestro brío.
La vida llora soles y muere sin aliento.

Creo que la tonta brújula está perdida,
Otras direcciones, tu pelo enredado.
La sal en tu piel, luego de la partida,
Será el legado de habernos amado.

lunes, 8 de septiembre de 2008

En un banco de una plaza

Hubo una noche, una linda noche por cierto, de cielo despejado y suaves vientos, que yo volvía de una cita. Esta cita fue con una mujer muy bella, de ojos claros y un cuerpo apetecible. Como era tarde no pude coger el trasbordo del metro y quedé varado en la plaza más grande y representativa de la ciudad, una ciudad cosmopolita de mucho bullicio, que tiene ecos de todos los rincones del mundo.
Yo venía pensando en mi suerte, como una chica tan atractiva y autóctona de esas tierras había puesto sus ojos en mí. Estaba contento. No me importaba no saber cómo llegar a mi casa ni lo tarde que era. Le compré una lata de cerveza a un hombre que al vendérmela observó hacia todos lados en busca de la autoridad, ya que estaba prohibido vender alcohol en las calles.
-¿Un euro verdad?- pregunté.
-No, amigo. Uno cincuenta.
-No, un euro- repliqué.
-Vale, vale- aceptó con acento forastero.
Me dirigí a la parada de bus. Había mucha luz y gente por todas partes. En esa ciudad hay mapas por todos lados y es difícil perderse. De uno de estos mapas que estaba pegado a la parada del bus, elegí un transporte el cual parecía dejarme cerca de mi destino.
Me senté en unos bancos de madera y encendí un cigarro. “Que linda que es”- decía para mí mismo sin poder sacar estas palabras de mi pensamiento. Una pareja de personas maduras se sentó a mi lado. La cerveza estaba bien fría.
Pasaron varios buses pero ninguno era el mío.
Al terminar mi cigarro observé como un hombre, de rasgos musulmanes y hablando entre dientes, se sentaba entre mí y la pareja. Seguí con mi cerveza y cálidos pensamientos. En esta ciudad no se veían las estrellas, hecho que me hacía sentir extraño.
Con el pasar de los segundos me percaté de que este hombre de rasgos musulmanes, estaba llorando y tenía un gesto de sufrimiento muy notable. De un momento a otro se acercó a la pareja y estirando su mano hacia el hombre con un alicate en la misma pidió:
-Mátame, por favor.
La mujer enseguida se apretujó contra el cuerpo de su pareja.
-¿Qué? Estás loco- dijo el hombre, abriendo los ojos detrás de sus gafas, con acento argentino.
-Mátame.
-No, amigo, yo no mato a nadie- dijo el argentino, esbozando una sonrisa ante la deplorable situación del individuo.
-Mátame, por favor.
A todo esto, las lágrimas caían por su rostro y su mano temblaba sosteniendo el arma.
-Mirá- dijo la mujer- ahí viene el bus.
-No, gracias amigo, si no venía mi bus te mataba pero tuviste mala suerte, me tengo que ir-ironizó abrazado de su mujer en busca del bus.
Quedé junto a él.
El hombre se ahogaba en la pena, sentí lastima por él. Con el alicate intentaba dañarse en la zona del corazón, pero sin la fuerza necesaria. Un joven vestido como lo hace la gente de Centroamérica pasó cerca de nosotros y quedó estupefacto con el insólito hecho, de todas formas siguió de largo. El individuo levantó su vista y miró en derredor. Me preparé al encuentro.
-Mátame, amigo, por favor.
-No, no te voy a matar.
Comenzó a llorar con más intensidad y me ofreció el alicate.
-A mí no me des nada.
-¿Porqué? Mátame.
-Contame, cuéntame-corregí para que me entienda- ¿Qué te ha pasado?
Luego de mirar unos segundos al suelo me dijo:
-Mi madre amigo está enferma. Yo aquí. Yo mandar dinero… mi madre muy enferma. Mi madre muriendo.
No paraba de llorar.
-Pero amigo- intenté consolarlo- si tu mandas dinero y no puedes hacer nada…así es la vida. No decaigas, todo va a estar mejor.
-Yo aquí. Mi madre sola. Mátame por favor-insistió una vez más.
-Que no me des nada.
Al intentar darme el alicate, se le resbaló de las manos, era evidente que estaba borracho. Se dispuso a agacharse para recoger su arma.
-Dejalo- le dije.
No me hizo caso.
-Si lo agarrás te dejo solo.
Me miró triste, desamparado.
Se agachó.
-Andate a la mierda- dije para mí mismo y me paré. Caminé hasta un árbol y me apoyé contra él a tomar mi cerveza. Seguía fría.
Enfoqué mi vista para ver si venía mi bus, no venía.
Un chico joven se sentó junto al hombre triste. Quedó distraído mirando la palma de sus manos, parecía español.
-Amigo… mátame- pidió el susodicho apoyando el alicate en las manos del joven.
La cara del joven se transformó en pánico y sorpresa. Sus manos flojearon y el objeto cayó al suelo, emitió un pequeño gemido y se alejó a gran velocidad. Desapareció detrás de un gran edificio y no volvió más a la escena. Me causó gracia su cara de espanto, no lo pude evitar.
Me llamó la atención la poca gente que se percató de este incidente o le era indiferente. Todo el mundo caminaba sumido en sus fiestas, sus penas, sus idas y venidas. Yo también estaba hundido en mí efímera alegría pero me gustaba observar, y mediante mi hipócrita ética hacer un bien gratis a un desconocido.
Acabé la cerveza.
Ahora golpeaba su pecho con gran potencia. Un grupo de cuatro personas se dio cuenta de este hecho. Eran dos chicas rubias con ojos celestes, un negro y un asiático del sureste, hablaban en inglés. Supuse que vendrían de Inglaterra o de Suecia, tal vez de Estados unidos, aunque esta última era menos probable. Dijeron unas palabras entre ellos y realizaron un fugaz intento de acercarse.
Apareció mi bus.
El hombre intercambió unas palabras con el grupo. Las cuatro personas se alejaron y dieron la espalda a su tristeza. Se alejaron unos metros, quedaron hablando en voz baja y con los ojos muy abiertos, llenos de pasmo.
Me senté en el último asiento del bus. Por la ventana miré como el hombre tiraba el alicate y rompía a llorar profundamente con la cabeza apoyada en sus dos manos.
-Si tuviera otros rasgos alguien se hubiera preocupado por él- pensé.
Los coches lujosos y los edificios pasaban a gran velocidad.
Que lindos ojos tenía ella. ¿Cómo era posible que los haya posado en alguien como yo?

¿hola?

Ya que está de moda publicar...
Espero no defraudar. De todas formas solo encontrarán incoherencias, faltas ortográfiacas, poemas para alguna mujer que nunca me dió bola, etc etc. Que les sea leve...
!Aguante Uruguay¡