lunes, 31 de enero de 2011

Mi Laia

Primeramente colgado con Larry Mou y el Pelado. Decidí terminarlo yo mismo. Pero quedo a la espera de que Dalai o Alcoholico con nombre le den un mejor final que el mío.




Recuerdo bien aquella gran ventana y sobre todo el mar y su brisa que entraba en la habitación rodeándonos con calidez. Ella siempre iba ligera de ropas, su pelo liso y castaño nunca estaba quieto. En una ocasión creo que me dijo que su nombre era Laia, no estoy seguro de haberlo escuchado, pero así lo adopté. Laia. Casi siempre estaba en esa pequeña habitación que daba al mar, esperándome, para amarme. Lo mejor de las noches era escuchar su voz, su risa, su respiración. Recuerdo que pasábamos noches enteras hablando de castillos, princesas, montañas, la forma de las estrellas, las olas, las distancias y más. El calor del roce de los cuerpos hacía que las imágenes se mezclaran y que ninguna forma estuviere separada de otra. Ella era tan hermosa y me trataba tan bien, que cada día al llegar la noche demoraba en poder alcanzar el sueño, atormentado por la inaudita ansiedad de volver a yacer junto a ella. Y así fue que me enamoré perdidamente de ella.
Es curioso pensar hoy, como funcionaba mi ser en aquellos días. Me despertaba por el sonido del despertador, me bañaba rápido pensando en Laia y salía corriendo para llegar al trabajo en hora (pocas veces logré mi cometido). Trabajaba como corredor de seguros, era un trabajo de oficina aburrido, pero pagaban bien y no me exigían al máximo. Salía caída la tarde y como un acto reflejo ya empezaba a sentirme inundado por su esencia. También a esa hora recibía algún sms de Patricia preguntándome si quería comer en su casa o salir a tomar algo en la ciudad. Su mayor tema de preocupación en esos días eran mis poemas.
-¿Estas seguro que no estás saliendo con otra?
-Te lo juro, mi amor. Vos sabés que del trabajo a mi casa o a la tuya. Además estando contigo no necesito nada más- le decía mientras ella estudiaba mi rostro.
-Pero- comenzaba a hablar algo resignada y triste- antes le escribías cosas a mis ojos celestes y a mi sonrisa y a no sé que más. Ahora solo escribes cosas sobre el mar, las estrellas y a una mujer que estoy segura que no soy yo.
-¿Por qué pensás que no sos vos?
-No sé, además siempre estás en otra parte.
-Si estoy siempre contigo.
-No. Yo sé que algo pasa- sentenciaba.
Entonces la discusión se tornaba espesa para mí. Agarraba mis cosas y la dejaba. En realidad poco importaba más que estar con Laia. De camino a casa miraba las flores, pensaba versos, miraba las tiendas de ropa e imaginaba como las prendas le quedarían a ella. Pero nunca estos “presentes” llegaban a sus manos. De todas formas siempre estaba contenta de verme. Ese era, tal vez, el mayor placer que sentía mi espíritu.
Soñé con ella primero días, luego meses. Mi vida llegó a decantarse por el sueño en vez de la realidad. Su aroma era tan real, que nunca he sabido si en verdad este es el sueño y aquello la realidad o la inversa. Hasta que un día ocurrió algo.
Salí del trabajo y fui directo al bar. Estaba cansado, algo frustrado. Todo el día había estado ordenando carpetas, llenas de papeles desordenados.
El bar estaba casi vacío. Pedí una cerveza y agarré un periódico.
La cerveza fría me reanimó. Miré por la ventana, la humedad en la brisa y el color de las nubes anunciaban la tormenta. Las noticias ansiaban un futuro conflicto de naciones y subrayaban que mi equipo de fútbol había logrado una victoria.
De pronto sentí un olor familiar. Dejé el periódico y observé la lluvia que comenzaba a caer. Quede unos segundos abstraído en mi mismo. Hasta que escuché su voz.
-Un café, por favor- pidió al mozo.
Quedé quieto unos instantes. No podía estar ocurriendo eso. Giré y observé su pelo liso y castaño. En ese instante se paró y dirigió hacia el baño. Su mismo contorno, su misma forma de caminar. Era Laia.
Un tanto preocupado observé el nombre de mi cerveza y luego la terminé.
Regresó del baño acomodándose un mechón de pelo y cruzo sus ojos con los míos. Yo no sabía que decir, mi cuerpo envuelto en tantas sensaciones no respondía. El mozo le trajo su café.
Luego de acomodar mis pensamientos me paré y fui a su encuentro.
-Permiso. ¿Puedo sentarme un momento contigo?- pregunté con timidez.
Ella me miró desconfiada. Luego aceptó.
-Hola.
-Hola.
Sus ojos color ambar esperaban alguna de mis palabras, sin que estas sonaran. Sonrió con vergüenza.
-¿Tenés idea de quien soy?- pregunté.
- Ni idea. ¿Qué quieres?
- No sé como empezar a explicártelo. Te va a sonar raro.
-Pues inténtalo. Ya me tengo que ir.
Miré las demás mesas del lugar. Un viejo tomaba whisky en una punta, una pareja cenaba en la otra.
-¿Laia?
-Laia. ¿Quién es Laia?- repitió después de mí.
-¿Vos no sos Laia?
-No. Yo soy Lydia. Te confundiste de persona.
-No me confundí.
-¿Entonces?
-Pasa lo siguiente: hace un año, más o menos, que sueño todos los días contigo. Cada día sueño contigo.
Ella sonrió divertida.
-Ah. ¿Y en ese sueño que pasa?
-Me amas y yo te amo.
Rompió en una carcajada. El hombre que tomaba whisky levantó su cabeza desde la esquina del bar.
-La verdad es que he escuchado varios disparates en mi vida, pero este los supera a todos.
-Es verdad Lydia. Te amo.
-¿Me amas? Me parece bien. Solo eres otro imbécil. Estoy apurada, tengo que irme.
-Espera, no te vayas- me apresuré a decir.
-Haremos lo siguiente: mañana yo vendré nuevamente aquí, a esta misma hora y podremos hablar mejor. ¿Te parece bien?
-Si.
-Que suerte que paró de llover- observó.- ¿Podrías pagarme el café? Mañana te invito yo.
- Si- me limité a decir mientras ella se iba del bar algo apurada.
Nunca más volví a ver a Lydia, nunca más soñé con Laia.

domingo, 23 de enero de 2011

Requiem

Esperaba el perfume, ese bendito perfume, pero el perfume no llegó. Será de otro, como antes era de mis abrazos. Es ese pequeño bote que se aleja en el horizonte, el que me abandona con recelo. Se lleva en su lento viaje los momentos más dichosos de mi patética existencia, los lugares más coloridos que pudieron ver mis ojos, las horas más tiernas y los besos más profundos, las lágrimas más amargas y los sueños más nuestros. Se despide calmo en el movimiento de las olas, flota triste y se pierde. Serás de otro.Y nada ha disminuido, eso parece ser lo más perturbador. Lamento admitir que el único momento feliz de mis días, es cuando te recuerdo, y cada día te recuerdo más. Pero no soy más feliz. Y ese maldito bote que no quiere hundirse. No hay nostalgia más dura que esta. Tu nombre no aparece y el bote finalmente se está hundiendo.