lunes, 27 de agosto de 2012

Ceguera


Las luces de la noche se reflejan en los rincones de casa,
Oscuros pasos de suspiros lascivos del pasado,
Y los océanos y las nubes y el extraño color de los cielos,
Dentro de la mirada lejana de pájaros inalcanzables,
Todo cae duramente como piedras de carbón
Rebotando, partiendo en mil pedazos
Las horas de lágrimas que no se pueden ver.

Lluvia de colores magros, humo de cigarros apagados.
¿Qué le pasa al tiempo? ¿Dónde están los ríos de gloria?
Maldita humanidad indisputable,
Corrosiva miseria de castigos enterrados.
Los edificios se mueven, las hojas de árboles muertos levitan en ciudades soñadas,
Condenados todos aquellos entes
Que aquí estamos, viendo al tiempo sin poder ver nada.

domingo, 5 de agosto de 2012

Salvando al mundo


No recuerdo como comenzó. Estaba buscando trabajar algunas horas por la mañana, y de esa forma, complementar otras cosas que hacía por las tardes. La situación laboral estaba muy jodida.  La gente, en general, solo emitía quejas sobre el tema.  Me llamaron un día y me dijeron que estaba citado para tener una entrevista en una importante empresa.
Era de mañana, muy temprano. Odio madrugar, por cierto. Me puse mi mejor camisa y me perfumé con una colonia que recientemente había robado.  Llegué tarde.
-Perdón por la tardanza, el metro estaba averiado- excusé.
La encargada del asunto, una mujer pequeña con cara de rata me miró desconfiada. Me hizo pasar a una diminuta habitación en donde una chica, con cara de sueño y desalineada (de mi misma raza, por así decirlo), esperaba crédula, inocente, sentada en un rincón.
La mujer rata tomó el mando.
-Bueno chicos, la oferta que tenemos es para trabajar en las mañanas captando socios para una importante ONG.  Tienen un sueldo fijo más comisiones. ¿Os parece bien?
-Si
-Si
Nos presentamos y expusimos un poco nuestra experiencia. Por la ventana entraba lluvia y humedad.
-Dime Lucas- continuó luego la mujer rata- ¿Qué piensas de las ONG?
La pregunta me tomó con la guardia baja y respondí como un deportista entrevistado.
-Eh, bueno, me parece muy bien. Está bien hacer algo por el mundo, no sé, una actividad filantrópica- agregué esto último para demostrar mis conocimientos en dicción.
-¿Y tú Ania? ¿Qué opinas?
-Que las ONG dan una ayuda esencial en el mundo y no podemos mirar hacia otro lado, porque aquí en Europa no nos falta nada y en los países tercermundistas los niños mueren de hambre, se hacen soldados, son esclavizados. Sin lugar a dudas, no hay mejor ejemplo de solidaridad que el que las ONG promueven.
Ania se sabía la respuesta.
-Bueno chicos, mañana martes los llamaremos para confirmar una formación selectiva el día miércoles. ¿Cómo lo tenéis el miércoles?
-Bien
-Perfecto.
Nos condujo a la salida y cerró la puerta con la fuerza de un trueno.
-¿Qué te parece?- me preguntó Ania, simpática y alegre.
-Por lo menos tiene un sueldo fijo y no es todo a comisión, pero parece ser un trabajo que nadie quiere hacer…
Cuando se lo comenté a Laia, mi amada, con ojos perplejos emitió:
-¿Qué? ¿A una ONG? ¿Captación de socios por la calle? Uy uy uy.
- ¿Te parece mal?
-No es eso. Es que yo ya lo he hecho. Y es el peor trabajo sobre la tierra.
-¿Tanto mi amor?
-Te tienes que poner un chaleco ridículo y atacar a las personas que salen del metro. Yo trabajé tres días y no lo soporte más.
-Y bueno, tan difícil no puede ser…
El martes no fue un día fácil. Tenía cinco entrevistas más. Estuve todo el día corriendo para llegar a dichas citas en hora, en casi todas lo logré. Esperé tranquilo el llamado de la empresa contratada por la ONG ya que estaba seguro de que me llamarían. Pero para mi sorpresa, eran las seis de la tarde y nadie me llamaba.
En mi casa, tomando un café, enviaba curriculums a todo tipo de empresas mediante el ordenador.  El estómago tronó preocupado y fui al baño. Me puse a leer un libro de un italiano que había comprado hacía poco, hablaba sobre el ruido del mar y la belleza de las olas. Sonó el móvil.
-Hola.
-Ho.. te.. ado.. que…
No había cobertura. Con los pantalones bajos y el culo sin limpiar, salí corriendo hacia la ventana del comedor.
-¡Hola! ¡Hola!
-¿Hola? Me.. cu.. la…
-¡Hola! ¡Hola!- repetí.
-¿Me escuchas?- preguntó una voz grave, semejante a la de un radio locutor.
-Sí, sí.
-¡Buenas! Te llamo para darte una gran noticia.
-¿Ah sí?
-Tú has tenido una entrevista ayer. ¿Verdad?
-Sí.
-Pues mañana tienes una formación para esa empresa. ¿Qué te parece?
-Bien.
Por la ventana entraba una brisa que me congelaba las pelotas.
-Pues muy bien. Mira que voy de Madrid a Barcelona para darte a ti esta formación. No me falles.
-Tranquilo, iré.
-Muy bien Lucas. Dime una cosa. ¿Crees que puedes salvar el mundo?
Reí.
-Bueno… se puede intentar, de ahí a salvarlo hay un gran trecho. ¿No?
-Muy bien tío. Tú sí que vales para este trabajo.
Dios mío. Me imaginé un comercial de traje y corbata, como todos, lleno de patrañas y mentiras, que solo viven para convencer de lo bueno que es todo aquello que ellos tienen para ofrecer.
El miércoles llovía con intensidad. Éramos seis, dos hombres y cuatro mujeres. Ania no estaba. Nos pusieron en una mesa redonda y nos quedamos así, mirando al vacío, llenos de sueño y apatía. Pasó el rato y, al no tener ningún tipo de distracción, se nos dio por conversar entre nosotros, los aspirantes.
Todos sabíamos de que iba el trabajo porque ya habíamos visto a personas mientras lo hacían, incluso una chica chilena ya lo había hecho: chaleco azul y a toda persona capaz de hablar, ofrecerle el apadrinamiento de un niño necesitado de algún continente olvidado.
La mujer rata, que parecía tener un día feliz, entró a la habitación media hora después:
-Sandro tiene un retraso en el aeropuerto. Pero en cualquier momento llegará. No os preocupéis.
-Vale.
Sentí crispación, podría haber dormido una hora más si me hubieran avisado. Pero por fin llegó. Alessandro.  No tenía traje ni buena presencia. Tenía el pelo largo y los pantalones rasgados.
-Hola chicos, disculpad la tardanza, es que en el aeropuerto creo que se pensaron que era un narcotraficante- dijo entre risas, a modo de saludo.- Me estuvieron revisando y haciendo preguntas un rato largo. Joder…
Se sentó a nuestro lado.
-¿Preparados para salvar el mundo?
-Si- dijeron algunos.
-Os voy a contar algo sobre este trabajo...
Tenía una larga trenza de barba que colgaba de su mentón como un péndulo, teniendo ésta una bola de cerámica artesanal al final de la enredadera. Él hablaba y la trenza se movía para aquí y para allá, caías en una hipnosis profunda de la cual era muy complicado zafar.
-…aquí no estamos para cobrar grandes sumas de dinero, lo que hacemos aquí es mucho más grande que el dinero. Nuestro trabajo es hacer un mundo mejor. A partir de ahora son personas que salvaran las vidas de muchos niños, que en este momento están muriendo de hambre. Imaginaros, en estos veinte segundos en los cuales les he hablado, han muerto cinco niños por culpa del hambre y la pobreza. Los números ahí están, no mienten…
Todos escuchábamos impasibles, poseídos ante el poder de sus palabras. Tenía un rostro similar al de Jesús. Sí, no es broma, era muy similar, desgarbado y con sus manos moviéndose al hablar.
Luego comenzó, como si fuesen parte de un arsenal bélico en exhibición, una incontable cantidad de frases preconcebidas como:
-¿Sabéis que ocho millones de niños mueren al año por enfermedades que se pueden curar y prevenir fácilmente?
-¿Sabéis que hay más de trescientos mil niños soldados en el mundo, y que muchos tienen menos de cuatro años?
-¿Sabéis que doscientos cuarenta y seis millones de niños sufren las peores formas de trabajo infantil?
 Efectivamente, lo sabíamos, pero eran hechos que ocurrían en el televisor, en un lugar lejano, y no llegaban a tocarnos, porque apenas uno lo veía, su pulgar cambiaba de canal y le hacía prestar atención a algo más entretenido. El caso es que él siguió arrojando lanzas por los débiles, y lo hacía con tanto ahínco que uno llegaba a admirarlo, en cierta forma, claro está.
Luego se ensañó con las grandes corporaciones: Mc Donalds, Mitsubishi, Marlboro, Deutsche Bank y otras. Siguió con nosotros. A mí me atacó primero:
-Lucas. ¿Tú de qué manera ayudas al mundo?
-Intentando ser justo y no haciéndole mal a nadie que no se lo merezca- respondí.
-¿Pero tú sabes que aceptando el mundo tal cual está, eres cómplice, y por eso, tan culpable como los que sí hacen el mal?
Lo miré fríamente.
-Pero no te preocupes hombre, que no estamos aquí para juzgar a nadie…
Así fue la formación. Mucha información sobre que tan jodido estaba el mundo y palabras que acusaban la culpa de los que miramos hacia otro lado. Nuestro objetivo era obtener que los padrinos aportasen veinte euros al mes, pero con el poder de su discurso, sentías ganas de dar treinta o cuarenta. Él sí que valía para este trabajo.
Aprendimos el speech que debíamos utilizar con la gente y enseguida trajeron los contratos para firmar. Este trabajo no lo quiere ni Dios, pensé.  Firmamos.
-Por fin tenemos trabajo- dijo alguien.
Era la hora de la comida y todos salimos a la calle.
-¿A dónde vamos a comer?- pregunté.
-Hay un Mc Donalds aquí a una calle.
Todos aceptaron menos Sandro.
-Venga tío, es solo un almuerzo- animé en pos del grupo.
Finalmente aceptó.
Estábamos comiendo cuando Sandro, mientras  sorbía un trago de Coca Cola, nos comunicó:
-Ahora en la tarde saldremos un rato a conseguir algún padrino para que vayan practicando y soltándose un poco. ¿De acuerdo?
-De acuerdo- dijimos casi todos.
-Sandro yo voy a abandonar- dijo el otro chico comiendo  junto a mí.
-¿Porqué? - inquirió Sandro.
-Porque esto no es para mí.
Nos miró a todos con desilusión.
Con un filántropo menos en la causa, salimos alegres en busca nuestro primer padrino.  En las bocas de metro de Barcelona la gente sale como abejas de un panal, de a miles y muy enojadas.  Nosotros nos ubicamos ahí, en las salidas del panal. Casi todas las personas mostraban sus aguijones, sin embargo, una minoría prestaba algunos segundos de atención. Nadie consiguió padrinos, pero Sandro dijo que éramos muy buenos y que tenía plena confianza en nosotros. Él se tenía que volver a Madrid y nos dejaba a todos encargados del proyecto, no obstante, estaría en contacto permanente con nosotros vía móvil. Antes de despedirse agregó:
-Recordad: está empresa solo se fijará en lo que produzcáis porque solo le importa producir, pero vosotros con fuerza y honor debéis conseguir salvar vidas de niños que mueren.
Era fácil entender la situación. Él era sincero y hacía este trabajo con devoción. Eran sus jefes quienes lo presionaban, para que nos presione a nosotros, para que presionemos a las personas, para que “salven” al mundo. Era una cadena simple, eficaz, como cualquiera otra en donde el dinero es lo que importa.  En fin, había conseguido el trabajo.


Laia, hermosa como siempre, me preparó un café y deseó buena suerte.
En el sitio de reunión, lugar turístico y muy concurrido, solo había tres compañeras. Un desertor más en la causa.
-Cada vez somos menos- remarcó una chica boliviana.
Nos pusimos los chalecos azules y empezó el show.  Hacía calor, los pájaros cantaban y los comercios bullían como volcanes. 
-Señor, intentamos salvar…
-Buenos días, somos de la ONG…
-¿Qué tal? Vengo a ofrecerle algo que nunca le han ofrecido…
-¿Quiere salvar al mundo?
-Buenas…
Me acerqué a una compañera.
-Que mierda este trabajo.
-La verdad que sí.
Intenté mil saludos y técnicas distintas, el mismo resultado: no, no, no tengo tiempo. La gente se alejaba de nosotros, parecía que estuviésemos infestados por una peste mortal o algo similar. Nos visualizaban a la distancia y torcían su recorrido para no tener que infestarse con nuestro mensaje.
Pasaron las horas y la desmotivación era notoria. Quienes nos escuchaban eran los inmigrantes pobres y sin documentos, turistas que no entendían castellano y pensaban que brindábamos algún tipo de ayuda turística, los locos y los necesitados de sexo en el caso de las mujeres.
Una chica me dijo:
-Ni me digas lo que hacéis. Yo lo hice hace unos meses y quedé asqueada de ver como se enriquecen con la patraña esta de las ONG.
Se enriquecen, pensé. ¿Cómo podría enriquecerme yo?
Se fue el día y los niños necesitados no tendrían la menor esperanza de sobrevivir  si de nosotros hubiese dependido su destino  Todos estuvimos a punto de conseguir una presa pero fallamos. Llegué a casa desencantado, me dolían las piernas y el alma. Laia me besó con todo su amor.
-Es como estar en lo más bajo de la cadena alimenticia, en este caso social.
Ella sonrió y me alentó a que consiguiera otra cosa más productiva. Pero yo no pensaba rendirme tan pronto.
El segundo día, Bárbara, una compañera, consiguió un padrino apenas empezar. Todos le felicitamos.
Había agitación en las calles porque era un día festivo en la región de Catalunya. La gente estaba animada y al menos te brindaba una sonrisa al mandarte a la mierda. Un gran aliciente.
Al rato, vislumbré una congregación de cámaras y periodistas. Me acerqué: era el alcalde de Catalunya. Brindaba sonrisas y gestos amigables al público. Las mujeres mayores se aproximaban a saludarlo, los flashes de las cámaras chispaban. Mis compañeras y yo miramos el acontecimiento desde la distancia.
-Yo no me atrevo a hablarle por miedo a salir en la tele- dijo Bárbara.
-A mi me da muchísima vergüenza- dijo Wendy, la chica de Bolivia.
-Ve tú que eres el hombre Lucas- me incitaron luego, ambas.
Y fui. Me metí entre las cámaras, luciendo mi chaleco azul y mi carpeta adornada con fotos de niños hambrientos.
-Señor Alcalde. ¿Qué tal?
Me miró extrañado con relámpagos de ira en sus ojos.
-Mire, estamos hablando con buenos ciudadanos como usted, para concienciar a la sociedad…
El alcalde fue rodeado de hombres grandes y musculosos que me dijeron:
-Si us plau, l’alcalde està molt ocupat i  té altres tarees a fer, en un altre moment l’atendrà.
-¡Señor alcalde!
Se perdió entre la multitud y ni siquiera me dio tiempo a dejarlo en evidencia. Deduje qué tenía experiencia en estos casos impertinentes.
En las calles el fenómeno de la vida era un espectáculo. Pobres, ricos, turistas, gente promedio, burócratas, vagos y demás. Poco a poco fui perdiendo mi esperanza en salvar al mundo. El problema era el siguiente: yo no podía salvar a nadie. Antes que nada debía salvarme a mí mismo. Concebí al mundo como una gran pelota de mercurio que se alejaba de mí a cada paso, las fuerzas misteriosas de la física repelían mi cuerpo y alma de todo lo demás. A mí no me importaba nada, eso era evidente. Solo tenía fe en mis letras, en mis malditas letras, y eso era triste, tan triste como ellas.
Terminamos el día. Ni siquiera Bárbara estaba contenta.
Pasaron un par de horas y Sandro me llamó.
-Hola tío.
-Hola.
-¿Cómo va?
-Bien.
-¿Cómo que no has hecho ningún padrino?
-Porqué está jodido Sandro. Todos le metemos ganas, pero nadie quiere ayudar a nadie.
-Para mañana tío debes tener hecho un padrino sí o sí. Qué los niños se mueren de hambre y tú puedes ayudarlos. ¿Qué otra motivación necesitas?
-Un mejor sueldo…
-¿Cómo?
-Nada, nada Sandro. No te preocupes que para mañana lo tengo hecho sí o sí. Gracias por la llamada de motivación.
-¡Fuerza y Honor!
-Fuerza y Honor. Estoy por entrar al metro se me va la cobertura…- dije y corté tirado en el sillón de casa mientras buscaba trabajo en internet.
Tercer día. Estuve a milímetros cerebrales de apagar la alarma del móvil y quedarme dormido, pero no, fuerza y honor…
Éramos tres.
-¿Y Bárbara?- pregunté.
-No viene porque tiene una entrevista de trabajo.
Sonreí.
Llevábamos una hora cuando llamó Nuria, la jefa de Sandro…
Primero habló con Wendy, que con cara de niña arrepentida, escuchó y tartamudeó algunos sonidos sin sentido. Me pasó el móvil a mí.
-Hola
-Hola Lucas. Me dicen que este equipo está desmotivado.
-¿Desmotivado?
-Sí. A ver. Este grupo no está consiguiendo objetivos. ¿Qué pasa? Barcelona es la ciudad con más ingresos por cápita de España, no puede ser que no consigáis padrinos.
-Mirá Nuria, estamos todo el día preguntándole a todo el mundo. Dicen que es muy caro y…
-Lucas-interrumpió-, que no quiero escusas. Que si no llegan a un padrino cada uno en el día de hoy se cierra el equipo.
-Bueno Nuria ciérralo- desafié-. Mi vida sigue igual que siempre. No me amenaza mi madre, me vas a amenazar tú que ni siquiera sé cómo es tu cara.
-A ver, si no tienen uno cerrado para la finalización de la jornada os cierro.
-Mirá, dime donde tengo que firmar y me voy yo solito.
-Espera, espera. Tampoco es para tanto. Intenta hacer un socio. Pásame con la chica que me falta.
Se la pasé. Le dijo las mismas palabras que a mí, no andaba con rodeos la tal Nuria. Bárbara ya estaba dada de baja nos señaló Wendy.
Decidimos entre los tres ir directo a la oficina de la empresa a recibir la baja. Nos relajamos y fuimos a un bar a tomar una Coca cola. Llamó Sandro y pusimos el altavoz para hablar con él entre todos. Nos dijo que no nos decaigamos y que tenía plena fe en nosotros, así era el trabajo y que a Nuria solo le interesaba el número y no los infantes que mueren de hambre.
-¿En serio?- pregunté.
Las chicas quedaron devastadas y querían tirar la toalla. Pero yo tuve una idea.
-¿Por qué no hacemos a un padrino que sea un amigo o familiar? Luego, cuando les llegue el recibo al banco, lo devuelven y no les pasa nada. Con esa mentira tiramos un par de días más mientras buscamos otra cosa.
Mi idea era hacer madrina a Laia. Wendy enseguida aceptó, la chilena dudó un poco pero terminó de nuestro lado. Nadie nos controlaría y podríamos hacer lo que quisiéramos en el horario de trabajo. Me sentí exuberante: ¡que genio era yo!
Laia desconfió de mi gran plan, sin embargo, aceptó.
El cuarto día fue ilustre. Antes de ir al punto de encuentro, fui a una conocida librería y robé un libro. Fuimos al puerto de la Barceloneta y nos quedamos ahí, paseando entre los turistas y las olas del mar.  Comencé el libro y bronceé mi rostro con el sol de primavera. Cuando Sandro llamó lo convencimos de cuan duro había sido el día y que teníamos algunos contactos pendientes de que nos notificaran su cuenta corriente en la tarde.
El quinto día fue el mejor. Leí y leí en el banco de una plaza. Las chicas conversaron de sus países y sus novios. Llamó Nuria y dijo que si no había nuevos padrinos en pocas horas quedaríamos desempleados. Comenzamos una ociosa caminata hacia la oficina. Nos despidieron.
Me sentí libre, tan libre como una rata en las cloacas o un águila en las montañas. Estaba donde debía estar: en la marea creciente de la tasa de desempleo.
Volví a casa. Había buen olor. Laia caminaba por la casa, envuelta en su pijama lila.
-Me echaron mi amor.
-Era lo que querías ¿No?
-Supongo que sí.
-Te he mandado una oferta de trabajo al mail. Una oferta que me pasó una amiga.
-Gracias.
-Y mira lo que te he preparado: arroz con pollo al curry. ¿Qué te parece?
Laia.  Sus abrazos no estaban hechos de mercurio, sino de ternura y amor.
-Hermoso.
No he intentado salvar el mundo desde entonces.