No recuerdo como
comenzó. Estaba buscando trabajar algunas horas por la mañana, y de esa forma,
complementar otras cosas que hacía por las tardes. La situación laboral estaba
muy jodida. La gente, en general, solo
emitía quejas sobre el tema. Me llamaron
un día y me dijeron que estaba citado para tener una entrevista en una
importante empresa.
Era de mañana, muy
temprano. Odio madrugar, por cierto. Me puse mi mejor camisa y me perfumé con
una colonia que recientemente había robado. Llegué tarde.
-Perdón por la
tardanza, el metro estaba averiado- excusé.
La encargada del
asunto, una mujer pequeña con cara de rata me miró desconfiada. Me hizo pasar a
una diminuta habitación en donde una chica, con cara de sueño y desalineada (de
mi misma raza, por así decirlo), esperaba crédula, inocente, sentada en un
rincón.
La mujer rata tomó
el mando.
-Bueno chicos, la
oferta que tenemos es para trabajar en las mañanas captando socios para una
importante ONG. Tienen un sueldo fijo
más comisiones. ¿Os parece bien?
-Si
-Si
Nos presentamos y
expusimos un poco nuestra experiencia. Por la ventana entraba lluvia y humedad.
-Dime Lucas- continuó
luego la mujer rata- ¿Qué piensas de las ONG?
La pregunta me tomó
con la guardia baja y respondí como un deportista entrevistado.
-Eh, bueno, me
parece muy bien. Está bien hacer algo por el mundo, no sé, una actividad
filantrópica- agregué esto último para demostrar mis conocimientos en dicción.
-¿Y tú Ania? ¿Qué
opinas?
-Que las ONG dan
una ayuda esencial en el mundo y no podemos mirar hacia otro lado, porque aquí
en Europa no nos falta nada y en los países tercermundistas los niños mueren de
hambre, se hacen soldados, son esclavizados. Sin lugar a dudas, no hay mejor
ejemplo de solidaridad que el que las ONG promueven.
Ania se sabía la
respuesta.
-Bueno chicos,
mañana martes los llamaremos para confirmar una formación selectiva el día
miércoles. ¿Cómo lo tenéis el miércoles?
-Bien
-Perfecto.
Nos condujo a la
salida y cerró la puerta con la fuerza de un trueno.
-¿Qué te parece?-
me preguntó Ania, simpática y alegre.
-Por lo menos tiene
un sueldo fijo y no es todo a comisión, pero parece ser un trabajo que nadie
quiere hacer…
Cuando se lo
comenté a Laia, mi amada, con ojos perplejos emitió:
-¿Qué? ¿A una ONG?
¿Captación de socios por la calle? Uy uy uy.
- ¿Te parece mal?
-No es eso. Es que
yo ya lo he hecho. Y es el peor trabajo sobre la tierra.
-¿Tanto mi amor?
-Te tienes que
poner un chaleco ridículo y atacar a las personas que salen del metro. Yo
trabajé tres días y no lo soporte más.
-Y bueno, tan
difícil no puede ser…
El martes no fue un
día fácil. Tenía cinco entrevistas más. Estuve todo el día corriendo para
llegar a dichas citas en hora, en casi todas lo logré. Esperé tranquilo el
llamado de la empresa contratada por la ONG ya que estaba seguro de que me
llamarían. Pero para mi sorpresa, eran las seis de la tarde y nadie me llamaba.
En mi casa, tomando
un café, enviaba curriculums a todo tipo de empresas mediante el
ordenador. El estómago tronó preocupado
y fui al baño. Me puse a leer un libro de un italiano que había comprado hacía
poco, hablaba sobre el ruido del mar y la belleza de las olas. Sonó el móvil.
-Hola.
-Ho.. te.. ado..
que…
No había cobertura.
Con los pantalones bajos y el culo sin limpiar, salí corriendo hacia la ventana
del comedor.
-¡Hola! ¡Hola!
-¿Hola? Me.. cu..
la…
-¡Hola! ¡Hola!-
repetí.
-¿Me escuchas?- preguntó
una voz grave, semejante a la de un radio locutor.
-Sí, sí.
-¡Buenas! Te llamo
para darte una gran noticia.
-¿Ah sí?
-Tú has tenido una
entrevista ayer. ¿Verdad?
-Sí.
-Pues mañana tienes
una formación para esa empresa. ¿Qué te parece?
-Bien.
Por la ventana
entraba una brisa que me congelaba las pelotas.
-Pues muy bien.
Mira que voy de Madrid a Barcelona para darte a ti esta formación. No me
falles.
-Tranquilo, iré.
-Muy bien Lucas.
Dime una cosa. ¿Crees que puedes salvar el mundo?
Reí.
-Bueno… se puede intentar,
de ahí a salvarlo hay un gran trecho. ¿No?
-Muy bien tío. Tú
sí que vales para este trabajo.
Dios mío. Me
imaginé un comercial de traje y corbata, como todos, lleno de patrañas y
mentiras, que solo viven para convencer de lo bueno que es todo aquello que
ellos tienen para ofrecer.
El miércoles llovía
con intensidad. Éramos seis, dos hombres y cuatro mujeres. Ania no estaba. Nos
pusieron en una mesa redonda y nos quedamos así, mirando al vacío, llenos de
sueño y apatía. Pasó el rato y, al no tener ningún tipo de distracción, se nos
dio por conversar entre nosotros, los aspirantes.
Todos sabíamos de
que iba el trabajo porque ya habíamos visto a personas mientras lo hacían,
incluso una chica chilena ya lo había hecho: chaleco azul y a toda persona
capaz de hablar, ofrecerle el apadrinamiento de un niño necesitado de algún
continente olvidado.
La mujer rata, que
parecía tener un día feliz, entró a la habitación media hora después:
-Sandro tiene un
retraso en el aeropuerto. Pero en cualquier momento llegará. No os preocupéis.
-Vale.
Sentí crispación,
podría haber dormido una hora más si me hubieran avisado. Pero por fin llegó.
Alessandro. No tenía traje ni buena
presencia. Tenía el pelo largo y los pantalones rasgados.
-Hola chicos,
disculpad la tardanza, es que en el aeropuerto creo que se pensaron que era un
narcotraficante- dijo entre risas, a modo de saludo.- Me estuvieron revisando y
haciendo preguntas un rato largo. Joder…
Se sentó a nuestro
lado.
-¿Preparados para
salvar el mundo?
-Si- dijeron
algunos.
-Os voy a contar
algo sobre este trabajo...
Tenía una larga
trenza de barba que colgaba de su mentón como un péndulo, teniendo ésta una
bola de cerámica artesanal al final de la enredadera. Él hablaba y la trenza se
movía para aquí y para allá, caías en una hipnosis profunda de la cual era muy
complicado zafar.
-…aquí no estamos
para cobrar grandes sumas de dinero, lo que hacemos aquí es mucho más grande
que el dinero. Nuestro trabajo es hacer un mundo mejor. A partir de ahora son
personas que salvaran las vidas de muchos niños, que en este momento están
muriendo de hambre. Imaginaros, en estos veinte segundos en los cuales les he
hablado, han muerto cinco niños por culpa del hambre y la pobreza. Los números
ahí están, no mienten…
Todos escuchábamos
impasibles, poseídos ante el poder de sus palabras. Tenía un rostro similar al
de Jesús. Sí, no es broma, era muy similar, desgarbado y con sus manos
moviéndose al hablar.
Luego comenzó, como
si fuesen parte de un arsenal bélico en exhibición, una incontable cantidad de
frases preconcebidas como:
-¿Sabéis que ocho
millones de niños mueren al año por enfermedades que se pueden curar y prevenir
fácilmente?
-¿Sabéis que hay
más de trescientos mil niños soldados en el mundo, y que muchos tienen menos de
cuatro años?
-¿Sabéis que
doscientos cuarenta y seis millones de niños sufren las peores formas de
trabajo infantil?
Efectivamente, lo sabíamos, pero eran hechos
que ocurrían en el televisor, en un lugar lejano, y no llegaban a tocarnos,
porque apenas uno lo veía, su pulgar cambiaba de canal y le hacía prestar
atención a algo más entretenido. El caso es que él siguió arrojando lanzas por
los débiles, y lo hacía con tanto ahínco que uno llegaba a admirarlo, en cierta
forma, claro está.
Luego se ensañó con
las grandes corporaciones: Mc Donalds, Mitsubishi, Marlboro, Deutsche Bank y
otras. Siguió con nosotros. A mí me atacó primero:
-Lucas. ¿Tú de qué
manera ayudas al mundo?
-Intentando ser
justo y no haciéndole mal a nadie que no se lo merezca- respondí.
-¿Pero tú sabes que
aceptando el mundo tal cual está, eres cómplice, y por eso, tan culpable como
los que sí hacen el mal?
Lo miré fríamente.
-Pero no te
preocupes hombre, que no estamos aquí para juzgar a nadie…
Así fue la
formación. Mucha información sobre que tan jodido estaba el mundo y palabras que
acusaban la culpa de los que miramos hacia otro lado. Nuestro objetivo era obtener
que los padrinos aportasen veinte euros al mes, pero con el poder de su
discurso, sentías ganas de dar treinta o cuarenta. Él sí que valía para este
trabajo.
Aprendimos el speech que debíamos utilizar con la
gente y enseguida trajeron los contratos para firmar. Este trabajo no lo quiere
ni Dios, pensé. Firmamos.
-Por fin tenemos
trabajo- dijo alguien.
Era la hora de la
comida y todos salimos a la calle.
-¿A dónde vamos a
comer?- pregunté.
-Hay un Mc Donalds
aquí a una calle.
Todos aceptaron
menos Sandro.
-Venga tío, es solo
un almuerzo- animé en pos del grupo.
Finalmente aceptó.
Estábamos comiendo
cuando Sandro, mientras sorbía un trago
de Coca Cola, nos comunicó:
-Ahora en la tarde
saldremos un rato a conseguir algún padrino para que vayan practicando y soltándose
un poco. ¿De acuerdo?
-De acuerdo-
dijimos casi todos.
-Sandro yo voy a
abandonar- dijo el otro chico comiendo junto a mí.
-¿Porqué? -
inquirió Sandro.
-Porque esto no es
para mí.
Nos miró a todos
con desilusión.
Con un filántropo
menos en la causa, salimos alegres en busca nuestro primer padrino. En las bocas de metro de Barcelona la gente
sale como abejas de un panal, de a miles y muy enojadas. Nosotros nos ubicamos ahí, en las salidas del
panal. Casi todas las personas mostraban sus aguijones, sin embargo, una
minoría prestaba algunos segundos de atención. Nadie consiguió padrinos, pero
Sandro dijo que éramos muy buenos y que tenía plena confianza en nosotros. Él
se tenía que volver a Madrid y nos dejaba a todos encargados del proyecto, no
obstante, estaría en contacto permanente con nosotros vía móvil. Antes de
despedirse agregó:
-Recordad: está
empresa solo se fijará en lo que produzcáis porque solo le importa producir,
pero vosotros con fuerza y honor debéis conseguir salvar vidas de niños que
mueren.
Era fácil entender
la situación. Él era sincero y hacía este trabajo con devoción. Eran sus jefes
quienes lo presionaban, para que nos presione a nosotros, para que presionemos
a las personas, para que “salven” al mundo. Era una cadena simple, eficaz, como
cualquiera otra en donde el dinero es lo que importa. En fin, había conseguido el trabajo.
…
Laia, hermosa como
siempre, me preparó un café y deseó buena suerte.
En el sitio de
reunión, lugar turístico y muy concurrido, solo había tres compañeras. Un
desertor más en la causa.
-Cada vez somos
menos- remarcó una chica boliviana.
Nos pusimos los chalecos
azules y empezó el show. Hacía calor,
los pájaros cantaban y los comercios bullían como volcanes.
-Señor, intentamos
salvar…
-Buenos días, somos
de la ONG…
-¿Qué tal? Vengo a
ofrecerle algo que nunca le han ofrecido…
-¿Quiere salvar al
mundo?
-Buenas…
Me acerqué a una
compañera.
-Que mierda este
trabajo.
-La verdad que sí.
Intenté mil saludos
y técnicas distintas, el mismo resultado: no, no, no tengo tiempo. La gente se
alejaba de nosotros, parecía que estuviésemos infestados por una peste mortal o
algo similar. Nos visualizaban a la distancia y torcían su recorrido para no
tener que infestarse con nuestro mensaje.
Pasaron las horas y
la desmotivación era notoria. Quienes nos escuchaban eran los inmigrantes
pobres y sin documentos, turistas que no entendían castellano y pensaban que brindábamos
algún tipo de ayuda turística, los locos y los necesitados de sexo en el caso
de las mujeres.
Una chica me dijo:
-Ni me digas lo que
hacéis. Yo lo hice hace unos meses y quedé asqueada de ver como se enriquecen
con la patraña esta de las ONG.
Se enriquecen,
pensé. ¿Cómo podría enriquecerme yo?
Se fue el día y los
niños necesitados no tendrían la menor esperanza de sobrevivir si de nosotros hubiese dependido su destino Todos estuvimos a punto de conseguir una presa
pero fallamos. Llegué a casa desencantado, me dolían las piernas y el alma. Laia
me besó con todo su amor.
-Es como estar en
lo más bajo de la cadena alimenticia, en este caso social.
Ella sonrió y me
alentó a que consiguiera otra cosa más productiva. Pero yo no pensaba rendirme
tan pronto.
El segundo día,
Bárbara, una compañera, consiguió un padrino apenas empezar. Todos le
felicitamos.
Había agitación en
las calles porque era un día festivo en la región de Catalunya. La gente estaba
animada y al menos te brindaba una sonrisa al mandarte a la mierda. Un gran
aliciente.
Al rato, vislumbré
una congregación de cámaras y periodistas. Me acerqué: era el alcalde de
Catalunya. Brindaba sonrisas y gestos amigables al público. Las mujeres mayores
se aproximaban a saludarlo, los flashes de las cámaras chispaban. Mis
compañeras y yo miramos el acontecimiento desde la distancia.
-Yo no me atrevo a
hablarle por miedo a salir en la tele- dijo Bárbara.
-A mi me da muchísima
vergüenza- dijo Wendy, la chica de Bolivia.
-Ve tú que eres el
hombre Lucas- me incitaron luego, ambas.
Y fui. Me metí
entre las cámaras, luciendo mi chaleco azul y mi carpeta adornada con fotos de niños
hambrientos.
-Señor Alcalde.
¿Qué tal?
Me miró extrañado
con relámpagos de ira en sus ojos.
-Mire, estamos
hablando con buenos ciudadanos como usted, para concienciar a la sociedad…
El alcalde fue
rodeado de hombres grandes y musculosos que me dijeron:
-Si us plau,
l’alcalde està molt ocupat i té altres
tarees a fer, en un altre moment l’atendrà.
-¡Señor alcalde!
Se perdió entre la
multitud y ni siquiera me dio tiempo a dejarlo en evidencia. Deduje qué tenía
experiencia en estos casos impertinentes.
En las calles el
fenómeno de la vida era un espectáculo. Pobres, ricos, turistas, gente
promedio, burócratas, vagos y demás. Poco a poco fui perdiendo mi esperanza en
salvar al mundo. El problema era el siguiente: yo no podía salvar a nadie.
Antes que nada debía salvarme a mí mismo. Concebí al mundo como una gran pelota
de mercurio que se alejaba de mí a cada paso, las fuerzas misteriosas de la
física repelían mi cuerpo y alma de todo lo demás. A mí no me importaba nada,
eso era evidente. Solo tenía fe en mis letras, en mis malditas letras, y eso era
triste, tan triste como ellas.
Terminamos el día.
Ni siquiera Bárbara estaba contenta.
Pasaron un par de
horas y Sandro me llamó.
-Hola tío.
-Hola.
-¿Cómo va?
-Bien.
-¿Cómo que no has
hecho ningún padrino?
-Porqué está jodido
Sandro. Todos le metemos ganas, pero nadie quiere ayudar a nadie.
-Para mañana tío
debes tener hecho un padrino sí o sí. Qué los niños se mueren de hambre y tú
puedes ayudarlos. ¿Qué otra motivación necesitas?
-Un mejor sueldo…
-¿Cómo?
-Nada, nada Sandro.
No te preocupes que para mañana lo tengo hecho sí o sí. Gracias por la llamada
de motivación.
-¡Fuerza y Honor!
-Fuerza y Honor.
Estoy por entrar al metro se me va la cobertura…- dije y corté tirado en el
sillón de casa mientras buscaba trabajo en internet.
Tercer día. Estuve
a milímetros cerebrales de apagar la alarma del móvil y quedarme dormido, pero
no, fuerza y honor…
Éramos tres.
-¿Y Bárbara?-
pregunté.
-No viene porque
tiene una entrevista de trabajo.
Sonreí.
Llevábamos una hora
cuando llamó Nuria, la jefa de Sandro…
Primero habló con
Wendy, que con cara de niña arrepentida, escuchó y tartamudeó algunos sonidos
sin sentido. Me pasó el móvil a mí.
-Hola
-Hola Lucas. Me
dicen que este equipo está desmotivado.
-¿Desmotivado?
-Sí. A ver. Este
grupo no está consiguiendo objetivos. ¿Qué pasa? Barcelona es la ciudad con más
ingresos por cápita de España, no puede ser que no consigáis padrinos.
-Mirá Nuria,
estamos todo el día preguntándole a todo el mundo. Dicen que es muy caro y…
-Lucas-interrumpió-,
que no quiero escusas. Que si no llegan a un padrino cada uno en el día de hoy
se cierra el equipo.
-Bueno Nuria
ciérralo- desafié-. Mi vida sigue igual que siempre. No me amenaza mi madre, me
vas a amenazar tú que ni siquiera sé cómo es tu cara.
-A ver, si no tienen
uno cerrado para la finalización de la jornada os cierro.
-Mirá, dime donde
tengo que firmar y me voy yo solito.
-Espera, espera.
Tampoco es para tanto. Intenta hacer un socio. Pásame con la chica que me
falta.
Se la pasé. Le dijo
las mismas palabras que a mí, no andaba con rodeos la tal Nuria. Bárbara ya
estaba dada de baja nos señaló Wendy.
Decidimos entre los
tres ir directo a la oficina de la empresa a recibir la baja. Nos relajamos y
fuimos a un bar a tomar una Coca cola. Llamó Sandro y pusimos el altavoz para
hablar con él entre todos. Nos dijo que no nos decaigamos y que tenía plena fe
en nosotros, así era el trabajo y que a Nuria solo le interesaba el número y no
los infantes que mueren de hambre.
-¿En serio?-
pregunté.
Las chicas quedaron
devastadas y querían tirar la toalla. Pero yo tuve una idea.
-¿Por qué no
hacemos a un padrino que sea un amigo o familiar? Luego, cuando les llegue el
recibo al banco, lo devuelven y no les pasa nada. Con esa mentira tiramos un
par de días más mientras buscamos otra cosa.
Mi idea era hacer
madrina a Laia. Wendy enseguida aceptó, la chilena dudó un poco pero terminó de
nuestro lado. Nadie nos controlaría y podríamos hacer lo que quisiéramos en el
horario de trabajo. Me sentí exuberante: ¡que genio era yo!
Laia desconfió de
mi gran plan, sin embargo, aceptó.
El cuarto día fue
ilustre. Antes de ir al punto de encuentro, fui a una conocida librería y robé
un libro. Fuimos al puerto de la Barceloneta y nos quedamos ahí, paseando entre
los turistas y las olas del mar. Comencé
el libro y bronceé mi rostro con el sol de primavera. Cuando Sandro llamó lo
convencimos de cuan duro había sido el día y que teníamos algunos contactos
pendientes de que nos notificaran su cuenta corriente en la tarde.
El quinto día fue
el mejor. Leí y leí en el banco de una plaza. Las chicas conversaron de sus
países y sus novios. Llamó Nuria y dijo que si no había nuevos padrinos en
pocas horas quedaríamos desempleados. Comenzamos una ociosa caminata hacia la
oficina. Nos despidieron.
Me sentí libre, tan
libre como una rata en las cloacas o un águila en las montañas. Estaba donde
debía estar: en la marea creciente de la tasa de desempleo.
Volví a casa. Había
buen olor. Laia caminaba por la casa, envuelta en su pijama lila.
-Me echaron mi amor.
-Era lo que querías
¿No?
-Supongo que sí.
-Te he mandado una
oferta de trabajo al mail. Una oferta que me pasó una amiga.
-Gracias.
-Y mira lo que te
he preparado: arroz con pollo al curry. ¿Qué te parece?
Laia. Sus abrazos no estaban hechos de mercurio,
sino de ternura y amor.
-Hermoso.
No he intentado
salvar el mundo desde entonces.