Comenzaba
diciembre.
No había aprobado ni una asignatura. No sé porqué me había decantado por la orientación
científica; creo que se debió a que mi madre deseaba fervientemente que sea
ingeniero de sistemas. Mi madre era buena pero muy ingenua (ingeniero yo…). Había cumplido los dieciséis años unos días
atrás. Fumaba mucha marihuana cada día y consumía mucho alcohol y otras
sustancias durante todo el fin de semana. Intentaba, mediante cualquier medio,
evadirme y sentirme libre del mundo de los adultos. Podría decirse que era un
adolescente bastante común, abochornado por el sinfín de descubrimientos, tanto
buenos como malos, que se hacían presentes a medida que uno se adentraba en la
humanidad inherente, la cual, en ese momento de cambios del cuerpo y la
psicología, fieramente destrozaba cualquier razón o pauta establecida. Pero
existía Natalia.
Que hermosa mujer Natalia; todavía
recuerdo sus ojos claros, su piel firme
y de movimientos dúctiles, su pelo castaño descendiendo como un rio de
estrellas por su felina espalda. Éramos compañeros de clase. Yo admiraba su
aplicación al estudio y su capacidad por mantener la boca cerrada hasta tener
seguridad de conocer la respuesta acertada. Durante todo el curso ella apenas
notó mi presencia (Lucas Martínez no abría la boca nunca, supiera o no la
respuesta), yo intentaba cruzar su mirada o hacer algún gesto que llamase su
atención, pero supongo que no era lo suficientemente certero. Sin embargo, un día
lluvioso y húmedo, antes de comenzar con los exámenes finales, la encontré por casualidad en el centro de
Montevideo. Había ido a ensayar con mi banda de música y ella estaba caminando
errante por las librerías de Tristán Narvaja. Me contó que buscaba libros
usados para su hermana menor quien comenzaría la secundaria el año que entraba.
Le conté cuanto amaba la literatura y caminar por esas calles grises y
recónditas, le expliqué también que mis estudios eran un desastre pero que la
importancia que le daba era menor. Ella fue simpática. Le pedí su MSN, el cual
comenzaba a estar de moda en esos tiempos, con el pretexto de que me dé una
fugaz ayuda con alguna de las asignaturas que menos entendía. Accedió. ¡Qué brillo arcano tenían sus ojos! ¡Qué dulce
su manera de usar la sonrisa! ¡Qué culo tan hermoso y huidizo! Luego del
ensayo, al llegar a casa, caí en la cuenta de que estaba perdidamente enamorado
de ella.
Cuando mi padre se enteró de que mi año
estudiantil había sido un desastre no le cayó nada bien. Era de los padres que
no irrumpían mucho en las notas y comentarios de los profesores, pero que sí se
fijaba en el resultado final.
-Papá no aprobé nada. Perdí el año-
comuniqué impasible.
-Mirá que bien…- ironizó con cara de
pocos amigos.
-Me voy a la playa con unos amigos.
-¿A la playa? ¿Así, tan campante?
-¿Y qué voy a hacer ahora? Ya no tiene
solución.
No respondió pero supe que mi suerte
todavía no estaba decretada.
Pasé la tarde de viernes en la playa,
mirando los culos de jóvenes hembras, llenas de hormonas y lozanía. Fumamos,
mis amigos y yo, una gran cantidad de porros. Las olas se movían de manera
hipnótica, tenía toda la vida frente a mis ojos, un futuro incierto bailaba
entre el vuelo de las gaviotas y el olor a cangrejos podridos. Todo era
libertad, todo estaba bien.
Cuando cayó la tarde fuimos a casa de mi
amigo Luis. Acababa de comprarse el más reciente winning eleven que podía encontrarse en el mercado. Estábamos
ensañados en un tremendo partido cuando mi padre llamó.
-Hola Lucas. Te conseguí trabajo-
informó.
-¿Si?
-Estuve hablando con el dueño de uno de
los aserraderos con los que trabajo. Me dijo que arrancás el lunes. ¿Estás
contento?- preguntó satisfecho, como si estuviese haciéndome un gran favor.
-Si papá.
-Después hablamos.
-Chau.
Encendí otro porro y volví al trepidante
encuentro. Cuando acabó mi turno tuve un rato para adentrarme en la idea de que
el verano que comenzaba estaría estropeado por el capricho de mi padre.
Levantar troncos, despertarse temprano, clavar tablas al rayo del sol. Esas no
eran las actividades que mi ser reclamaba. Mi padre quería que yo entendiera el
valor del esfuerzo y lo difícil que era conseguir los medios para obtener el
beneficio material que la sociedad solicitaba. Mi suerte estaba echada.
Volví a mi casa un poco desconcentrado. No había nadie. Mi madre me había dejado
milanesas con arroz. Comí y abrí una cerveza. Miré un capitulo de los Simpsons
y entré en el MSN. Hablé con Ernesto: tenía una cita con una chica que
estudiaba inglés en el mismo instituto que él. Luego pasé un rato mirando
algunos videos musicales de mis bandas favoritas. Entretanto, el vaso de
cerveza se llenaba sin descanso. Cuando volví al MSN noté, con gran efusión
interna, que Natalia estaba conectada. La saludé. Hablamos sobre mi lamentable
desempeño estudiantil, ante lo cual ella ofreció su ayuda nuevamente, hablamos
también de algunos amigos en común y sobre el eterno duelo entre Peñarol y
Nacional. A medida que sus palabras aparecían en la pantalla mi estómago se
revolvía en cosquilleos zigzagueantes. Sonó el teléfono, Daniel me quería
informar que debíamos estar en el bar a las once y media. Natalia había escrito
que se tenía que ir. Envalentonado por
el alcohol me atreví a decirle que la encontraba sumamente atractiva y muy
simpática. Ella se limitó a un jaja. Nos
saludamos y se fue.
Era una noche cálida y tranquila,
sobrevolaba entre las estrellas un ameno aroma de jazmines que descendía de
algún lugar invisible. Éramos seis personas en el bar. Compramos vino barato y
nos pusimos a fumar cigarros.
-Ya estamos anotados- informó Daniel-.
Somos nosotros seis más Ernesto.
-¡Qué bueno!- exclamé yo- ¿Cuándo
empezamos?
-El lunes ya tenemos el primer partido.
Era el segundo mini campeonato barrial que jugábamos. En el primero no nos había
ido muy bien. Habíamos crecido, entre todos mediábamos los diecisiete años y
teníamos plena confianza en un buen desempeño.
Mi primer día en el aserradero fue duro.
Me ordenaron realizar las tareas que nadie quería hacer, además, las
explicaciones eran muy acotadas. Sin
embargo, el día se pasó rápido ante el anhelo fulgurante que me provocaba el
debut deportivo.
Al llegar a casa, mi madre me preguntó cómo
me había ido pero no contesté. Agarré mi ropa de fútbol, le dije que la quería
mucho y salí despedido hacia la cancha. Era una tarde húmeda, el calor tocaba
las hojas de los árboles y descendía en capas aromáticas. Ganamos. Cuatro a
uno. Yo hice el tercero. Me invitaron a tomar una cerveza pero decliné la
oferta.
-Ahora soy un trabajador- excusé- Nos
vemos mañana.
Trabajar no estaba tan mal. A pesar de
que la paga era lamentable, uno se hacía
amigo de gente adulta, que conocía la
lucha diaria y los valores de la calle. Cada día me nutría de nuevas
experiencia y conocimientos. Mi cuerpo quedaba exhausto, sin embargo, debido a
la carga incansable de grandes troncos, los músculos de mis brazos podían verse
más firmes y voluminosos. Durante las tardes solo pensaba en el campeonato, el
afán de victoria revoloteaba en mi sangre y, cuando caía la tarde, mi
imaginación se prestaba al próximo encuentro.
El segundo partido se disputó al día
siguiente. Fue más complicado pero logramos ganar por dos a uno. Logramos la
clasificación. A medida que nuestro equipo cogía rodaje, el juego asociado y la
confianza aumentó. Los vecinos comenzaron a hablar de aquel equipo formado por
un grupo de amigos que no superaba, ninguno de ellos, la mayoría de edad.
El calor era cada vez más sofocante. Las
tardes en el aserradero se fueron transformando en algo menos soportable. Mi
padre me preguntaba cómo me iba. Bien, respondía yo. El pensaba que, de esta
manera, conociendo el poder del esfuerzo y la labor, yo iba rápidamente a coger
gusto por el dinero y mecanizarme en el engranaje del capitalismo. Fracasó. No
os imaginéis que me convertí en un ferviente comunista (Dios me libre). Con el
pasar de los días, las playas, los culos tiernos, el tacto de la arena y las
siestas inundaron mis pensamientos de forma corrosiva. El anhelo de vagar y
entregarme al libre albedrio han perdurado hasta el día de hoy. Nunca logré
recomponerme de los celos que sufrí ese verano, mientras mis amigos perseguían
hembras y se relamían en la frescura del mar, mi alma generó una terrible
aberración al trabajo y a los dictámenes establecidos que nos imponen al nacer.
El miércoles de esa sinuosa semana jugamos
la tercera fecha. Disputábamos el primer puesto del grupo contra el equipo
restante, el cual había logrado sendas victorias al igual que nosotros. Relajados
y con un público de más de treinta personas, entre las cuales se encontraban
mis padres y hermanas, ganamos cuatro a cero. Este equipo promete, comenzaron a
decir los espectadores. Al llegar a casa, me di un largo baño, comí y entré en
el MSN. Hablé con Natalia. A continuación, transcribo la conversación.
Lucas_16
dice:
-Hola
Naty.
Naty
dice:
-hola
como andas
Lucas_16
dice:
-Recién
llego de un partido de fútbol en un campeonato que estamos jugando con mis
amigos.
Lucas_16
dice:
-Ganamos
4 a 0
Naty
dice:
-Que
bueno!!! ¿Jugas con Daniel y Luis?
Lucas_16
dice:
-Y
Ernesto también. A los demás me parece que no los conocés.
Lucas_16
dice:
-¿Y
vos en que andás?
Naty
dice:
-Nada
al pedo.
Lucas_16
dice:
-¿Sigue
en pie aquello que me dijiste de ayudarme con las materias que tengo más
complicadas?
Naty
dice:
-Claro
Naty
dice:
-Lo
único que pasa es que el domingo me voy con mi familia a Parque del Plata. Me
voy todo el verano.
Lucas_16
dice:
-Uuuuu
Lucas_16
dice:
-Yo
que me había ilusionado con tener una profesora particular.
Naty
dice:
-Ilusionarte?
Sos un careta…
Lucas_16
dice:
-¿Careta?
Si vos sabes que siempre me gustaste…
Naty
dice:
-Yo
no sé nada… jeje
Lucas_16
dice:
-Me
gustás tanto que hace unos días te escribí un poema.
Naty
dice:
-¡Mentiroso!
Lucas_16
dice:
-No
te rías que es verdad.
Naty
dice:
-A
ver… decime como es.
Lucas_16
dice:
-No
me da vergüenza.
Lucas_16
dice:
-Si
salís conmigo un día te lo recito en vivo y en directo…
Naty
dice:
-Mmm…
Naty
dice:
-Bueno
está bien.
Lucas_16
dice:
-¿Si?
¿En serio?
Naty
dice:
-Porqué
te sorprendés?
Lucas_16
dice:
-Yo
que sé. Nunca pensé que me ibas a dar bola…
Naty
dice:
-Jaja.
Solo voy para que me leas el poema…
Lucas_16
dice:
-¿El
viernes te parece bien?
Naty
dice:
-No
puedo. Tengo un cumple de 15
Naty
dice:
-¿El
sábado?
Lucas_16
dice:
-Dale.
Te llamo y arreglamos para tomar un birra o algo.
Naty
dice:
-Bueno
Lucas_16
dice:
Me
voy a dormir que mañana madrugo para trabajar.
Naty
dice:
Trabajar??
Vos?? Ves que sos un mentiroso?????
Lucas_16
dice:
Jajaaj.
Es de verdad. El sábado te cuento. Te mando un beso.
Naty
dice:
Otro.
Muackkkkk!!!
Cuando terminamos de hablar no pude evitar
sentirme un gran idiota. Sin embargo, era el idiota más feliz del planeta.
-¿Qué te pasa Lucas?- preguntó mi madre.
-Nada. Me contaron un chiste por internet.
Me fui a dormir.
El día jueves fue el mejor de la semana.
No había partido. En el aserradero el trabajo fue leve. Me pasé toda la tarde imaginándome
entre las piernas de Natalia. Deseaba con todo fervor sentir la mezcla de su
olor con el mío, caminar con ella por la costa montevideana, ver un futuro con
aquella hembra que desprendía una fragancia mística e incomparable. Por primera
vez en mi vida me sentía cien por ciento bien: todo estaba equilibrado. La
promesa de amor, los primeros pasos en la vida laboral, la imagen de un festejo
de gol entre abrazos y vítores de un grupo de amigos inseparables. La vida
proyectaba un espejismo sumamente bello, lozano, embriagador.
Los setecientos cincuenta pesos que me
pagaron el viernes, cuando abandoné el aserradero, eran para mí una montaña de
dinero. Debía comprarle algún agasajo a Natalia para que sea más fácil su conquista.
-¿Te pagaron?- preguntó mi padre apenas
entré a su morada.
-Sí, me pagaron.
-Bueno.
El desorden de mi dormitorio me producía
cansancio con solo verlo. Busqué los botines de fútbol debajo de la cama.
-¿Jugás hoy?- preguntó luego mi progenitor,
quien estaba tan ilusionado con nuestro equipo casi tanto como nosotros.
-¡Sí!- grité debajo la cama, estirando
el brazo para dar con el botín- Jugamos a las diez de la noche.
Agarré el teléfono inalámbrico y cerré
la puerta de mi dormitorio. Marqué el número de Natalia. El corazón me latía
ahogado, distante, como si estuviera fuera de la caja torácica.
-Hola- dijo su voz de niña traviesa.
-Soy yo. Lucas.
-¿Cómo estás?
-Bien- respondieron mis labios
trémulos-. ¿Sigue en pie nuestra salida?
-No.
-¿No?
-Mentira- dijo con una leve sonrisa-.
Claro que sí. Mañana a las nueve. ¿Te parece?
-Sí. ¿En la plaza del liceo?
-Bueno dale.
-Un beso
-Otro.
Ya estaba. Lo había conseguido, iba a
tener mi oportunidad.
Me vestí y fui a la cancha. Las calles
se movían lentas, ceñidas por la tarde del inminente estío que nacía en el olor
de las flores nuevas, un olor único que se mezclaba con el de madera quemada.
Sonaban los coches, el mar, el viento en los corredores, mis pasos en el
cemento y un rumor lejano de sonrisas y llantos que no se podía obviar.
En los alrededores de la cancha había
mucho movimiento, más espectadores que en encuentros anteriores, un individuo
que vendía chori panes, niños revoloteando detrás de una pelota y algún perro
que se acercaba por pura curiosidad.
Fue un partido muy duro, con muchas
patadas y mala fe. Uno a uno. Se definió por penales. Nuestro arquero fue la
estrella. Algarabía. Gritos. Abrazos.
Pasadas unas horas, todos estábamos en
el bar del barrio.
-Me acaba de llamar el que organiza-
informó Daniel-. La semifinal es mañana las nueve y media.
-¿Mañana?- repetí.
-Todos pueden ¿Verdad?
Nadie lo contradijo. Empiné el vaso de
cerveza.
La encrucijada en que me encontraba era
una fatalidad. Pero, a medida que pasaban las horas de la noche estrellada,
el panorama se iba aclarando. A la
mierda el fútbol y lo banal, tendría mil encuentros por disputar en el futuro.
¿No era el amor el mayor de objetivos de los hombres? Eso leía cada día en las
grandes novelas y poemas de los eruditos de todas las épocas. Mi corazón
gritaba rotundamente su deseo. Si no aprovechaba esta cita con Natalia se iría
durante todo el verano y no tendría otra oportunidad.
Miré a mis amigos: se mofaban de la
estupidez de un miembro del grupo. Jamás me lo perdonarían, el escarmiento que
me proporcionarían sería inmortal. Con una borrachera considerable inventamos
algunas canciones en honor al equipo semifinalista, piropeamos a cuanta hembra
desfiló por nuestro territorio y nos olvidamos durante unas horas lo mierdoso
que era el mundo en general. La noche terminó sobre las cuatro de la mañana.
Fueron los lamidos de mi querido perro
los que me levantaron la mañana del sábado. La resaca era tremenda,
aniquiladora. Me dolían las piernas y los brazos. Busqué la mesura en los
recovecos de mi mente pero no pude encontrarla. Natalia había logrado sacarme
diez u once poemas, tres de ellos eran aceptables, los demás descartables. Elegí uno que hablaba sobre la magia del
cielo nocturno, un oasis que salvaba a un viajero errante y bellos sentimientos
anudados en el estandarte de una dama inmaculada. Con este la mato, pensé. Lo
imprimí y guardé con mucho cuidado en mi billetera.
Luego de comer unos ricos ravioles con
salsa blanca que mi madre preparó, recibí un mensaje de texto en mi celular. No te olvides de nuestra cita, a las nueve
en la plaza del liceo, beso. Respondí: ¿Cómo
olvidarme? Me bañé y arreglé para la noche sin que nadie lo notara. Me fui
de casa mientras todos dormían la siesta.
Vagué parsimonioso por las aceras hasta
llegar al shopping center. Fui a una joyería económica y compré una bonita
pulsera que costó casi quinientos pesos. Tenía un rato por perder, fui a
McDonald’s y me compré un helado. Mi primer sueldo estaba agonizando.
Las sombras cayeron en la ciudad
abrigando a algunos y espantando a otros. Entré a un bar, me miré en el espejo:
estaba pulcro y bien peinado. Llegué a la plaza un tanto tembloroso; faltaban
quince minutos para las nueve. Mi celular comenzó a sonar, primero mis amigos,
luego mi padre, mi madre, hasta que dejé de prestarle atención. El corazón se
me hundía en las tripas, en el aire se palpaba una electricidad circundante.
Y por fin llegó. Caminaba como una ola
en el mar calmo, su pelo flotaba como una luciérnaga atolondrada. Todo su ser
estaba envuelto en un aura carmesí que me hipnotizaba y quitaba cualquier
intento de serenidad.
-Hola- me dijo.
-Hola- le dije.
Su mirada firme penetró mis
profundidades. Quería darle y quitarle todo.
-Te noto un poco extraño.
-Sí, puede ser.
-¿Me trajiste el poema?
Saqué la billetera. Detrás de un
plástico, en mi carnet de identidad, se veía mi rostro triste y apesadumbrado.
Abrí el poema y se lo di. Quedé abstraído, ensimismado, observando el tímido
andar de un ratón que fisgoneaba entre las plantas.
-Lo siento- dije-. Debo irme.
-¿Cómo?
-Sí. Debo irme.
Giré y la dejé. Imagino que quedó
estupefacta, desilusionada, triste como una princesa que no puede reinar. Me
contento pensando en que lo que se perdió no era para tanto, es más, creo que
le hice un gran favor.
Entré a mi casa como un huracán furioso.
-¿Dónde estabas?- se apresuró a decir mi
madre.
-Por ahí.
-Tú padre no para de llamar. También te
llamó Daniel.
-Me voy.
-Te faltan las medias.
-Gracias mamá- agradecí dándole un beso
en la frente.
Pude ver las luces de la cancha y el
sonido de los alrededores. Un cosquilleo navegó por mis órganos dándole un
toque magia al asunto. Calculé que había cerca de cien personas en la cancha.
-¿Dónde estabas?- preguntaron todos.
-Tuve un problema. Después les cuento.
Me puse la camiseta
y enseguida comenzó el partido. Fue muy disputado, rodeado de alta tensión.
Faltando cinco minutos para que finalice estábamos empatados a cero. A la
salida de un saque de banda, Ernesto le pegó una fuerte patada a un
contrincante. Alguien dio un puñetazo a mi amigo. En menos de tres segundos la
batalla se había generalizado. Peleábamos nosotros, los contrincantes, los
padres, las madres, otros tipos de parientes, perros, niños, vagabundos, ricos,
el juez, el vendedor de chori panes, un transeúnte que no gustaba del fútbol,
las novias, dos palomas, hormigas, fantasmas y, tal vez, algún otro ente desapreciado
debido al encarnizamiento bélico del momento.
Ambos equipos fuimos descalificados. El
ganador de la otra semifinal fue coronado campeón. El premio consistía en un
asado y cincuenta litros de cerveza.
Natalia siguió siendo mi amiga pero
nunca me dio otra oportunidad. La pulsera que había comprado se la regalé a una
de mis hermanas.
Abandoné el trabajo en el aserradero una
semana más tarde. Alegué que debía estudiar para una serie de exámenes que
nunca existieron.
Goles, amor y trabajo. ¿Qué más se puede
esperar de esta conjura inicua que llaman existencia? ¿Qué hubiera pasado si
las cosas hubieran discurrido de forma distinta? ¿Hubiera amado a otra mujer?
¿Estaría vivo? ¿Escribiría estas tontas palabras que escribo?
El viento de la tarde se
posa en todas las cosas, un halo sin tiempo se mueve de aquí para allá y ya
nada existe