domingo, 16 de diciembre de 2012

Goles, amor y trabajo



Comenzaba diciembre. No había aprobado ni una asignatura. No sé porqué  me había decantado por la orientación científica; creo que se debió a que mi madre deseaba fervientemente que sea ingeniero de sistemas. Mi madre era buena pero muy ingenua  (ingeniero yo…).  Había cumplido los dieciséis años unos días atrás. Fumaba mucha marihuana cada día y consumía mucho alcohol y otras sustancias durante todo el fin de semana. Intentaba, mediante cualquier medio, evadirme y sentirme libre del mundo de los adultos. Podría decirse que era un adolescente bastante común, abochornado por el sinfín de descubrimientos, tanto buenos como malos, que se hacían presentes a medida que uno se adentraba en la humanidad inherente, la cual, en ese momento de cambios del cuerpo y la psicología,  fieramente destrozaba  cualquier razón o pauta establecida. Pero existía Natalia.
Que hermosa mujer Natalia; todavía recuerdo sus ojos claros, su piel  firme y de movimientos dúctiles, su pelo castaño descendiendo como un rio de estrellas por su felina espalda. Éramos compañeros de clase. Yo admiraba su aplicación al estudio y su capacidad por mantener la boca cerrada hasta tener seguridad de conocer la respuesta acertada. Durante todo el curso ella apenas notó mi presencia (Lucas Martínez no abría la boca nunca, supiera o no la respuesta), yo intentaba cruzar su mirada o hacer algún gesto que llamase su atención, pero supongo que no era lo suficientemente certero. Sin embargo, un día lluvioso y húmedo, antes de comenzar con los exámenes finales,  la encontré por casualidad en el centro de Montevideo. Había ido a ensayar con mi banda de música y ella estaba caminando errante por las librerías de Tristán Narvaja. Me contó que buscaba libros usados para su hermana menor quien comenzaría la secundaria el año que entraba. Le conté cuanto amaba la literatura y caminar por esas calles grises y recónditas, le expliqué también que mis estudios eran un desastre pero que la importancia que le daba era menor. Ella fue simpática. Le pedí su MSN, el cual comenzaba a estar de moda en esos tiempos, con el pretexto de que me dé una fugaz ayuda con alguna de las asignaturas que menos entendía. Accedió.  ¡Qué brillo arcano tenían sus ojos! ¡Qué dulce su manera de usar la sonrisa! ¡Qué culo tan hermoso y huidizo! Luego del ensayo, al llegar a casa, caí en la cuenta de que estaba perdidamente enamorado de ella.
Cuando mi padre se enteró de que mi año estudiantil había sido un desastre no le cayó nada bien. Era de los padres que no irrumpían mucho en las notas y comentarios de los profesores, pero que sí se fijaba en el resultado final.
-Papá no aprobé nada. Perdí el año- comuniqué impasible.
-Mirá que bien…- ironizó con cara de pocos amigos.
-Me voy a la playa con unos amigos.
-¿A la playa? ¿Así, tan campante?
-¿Y qué voy a hacer ahora? Ya no tiene solución.
No respondió pero supe que mi suerte todavía no estaba decretada.  
Pasé la tarde de viernes en la playa, mirando los culos de jóvenes hembras, llenas de hormonas y lozanía. Fumamos, mis amigos y yo, una gran cantidad de porros. Las olas se movían de manera hipnótica, tenía toda la vida frente a mis ojos, un futuro incierto bailaba entre el vuelo de las gaviotas y el olor a cangrejos podridos. Todo era libertad, todo estaba bien.
Cuando cayó la tarde fuimos a casa de mi amigo Luis. Acababa de comprarse el más reciente winning eleven que podía encontrarse en el mercado. Estábamos ensañados en un tremendo partido cuando mi padre llamó.
-Hola Lucas. Te conseguí trabajo- informó.
-¿Si?
-Estuve hablando con el dueño de uno de los aserraderos con los que trabajo. Me dijo que arrancás el lunes. ¿Estás contento?- preguntó satisfecho, como si estuviese haciéndome un gran favor.
-Si papá.
-Después hablamos.
-Chau.
Encendí otro porro y volví al trepidante encuentro. Cuando acabó mi turno tuve un rato para adentrarme en la idea de que el verano que comenzaba estaría estropeado por el capricho de mi padre. Levantar troncos, despertarse temprano, clavar tablas al rayo del sol. Esas no eran las actividades que mi ser reclamaba. Mi padre quería que yo entendiera el valor del esfuerzo y lo difícil que era conseguir los medios para obtener el beneficio material que la sociedad solicitaba. Mi suerte estaba echada.
Volví a mi casa un poco desconcentrado.  No había nadie. Mi madre me había dejado milanesas con arroz. Comí y abrí una cerveza. Miré un capitulo de los Simpsons y entré en el MSN. Hablé con Ernesto: tenía una cita con una chica que estudiaba inglés en el mismo instituto que él. Luego pasé un rato mirando algunos videos musicales de mis bandas favoritas. Entretanto, el vaso de cerveza se llenaba sin descanso. Cuando volví al MSN noté, con gran efusión interna, que Natalia estaba conectada. La saludé. Hablamos sobre mi lamentable desempeño estudiantil, ante lo cual ella ofreció su ayuda nuevamente, hablamos también de algunos amigos en común y sobre el eterno duelo entre Peñarol y Nacional. A medida que sus palabras aparecían en la pantalla mi estómago se revolvía en cosquilleos zigzagueantes. Sonó el teléfono, Daniel me quería informar que debíamos estar en el bar a las once y media. Natalia había escrito que se tenía que ir.  Envalentonado por el alcohol me atreví a decirle que la encontraba sumamente atractiva y muy simpática. Ella se limitó a un jaja. Nos saludamos y se fue.
Era una noche cálida y tranquila, sobrevolaba entre las estrellas un ameno aroma de jazmines que descendía de algún lugar invisible. Éramos seis personas en el bar. Compramos vino barato y nos pusimos a fumar cigarros.
-Ya estamos anotados- informó Daniel-. Somos nosotros seis más Ernesto.
-¡Qué bueno!- exclamé yo- ¿Cuándo empezamos?
-El lunes ya tenemos el primer partido.
Era el segundo mini campeonato barrial que jugábamos. En el primero no nos había ido muy bien. Habíamos crecido, entre todos mediábamos los diecisiete años y teníamos plena confianza en un buen desempeño.
Mi primer día en el aserradero fue duro. Me ordenaron realizar las tareas que nadie quería hacer, además, las explicaciones eran muy acotadas.  Sin embargo, el día se pasó rápido ante el anhelo fulgurante que me provocaba el debut deportivo.
Al llegar a casa, mi madre me preguntó cómo me había ido pero no contesté. Agarré mi ropa de fútbol, le dije que la quería mucho y salí despedido hacia la cancha. Era una tarde húmeda, el calor tocaba las hojas de los árboles y descendía en capas aromáticas. Ganamos. Cuatro a uno. Yo hice el tercero. Me invitaron a tomar una cerveza pero decliné la oferta.
-Ahora soy un trabajador- excusé- Nos vemos mañana.
Trabajar no estaba tan mal. A pesar de que la paga era lamentable,  uno se hacía amigo de gente  adulta, que conocía la lucha diaria y los valores de la calle. Cada día me nutría de nuevas experiencia y conocimientos. Mi cuerpo quedaba exhausto, sin embargo, debido a la carga incansable de grandes troncos, los músculos de mis brazos podían verse más firmes y voluminosos. Durante las tardes solo pensaba en el campeonato, el afán de victoria revoloteaba en mi sangre y, cuando caía la tarde, mi imaginación se prestaba al próximo encuentro.
El segundo partido se disputó al día siguiente. Fue más complicado pero logramos ganar por dos a uno. Logramos la clasificación. A medida que nuestro equipo cogía rodaje, el juego asociado y la confianza aumentó. Los vecinos comenzaron a hablar de aquel equipo formado por un grupo de amigos que no superaba, ninguno de ellos, la mayoría de edad.
El calor era cada vez más sofocante. Las tardes en el aserradero se fueron transformando en algo menos soportable. Mi padre me preguntaba cómo me iba. Bien, respondía yo. El pensaba que, de esta manera, conociendo el poder del esfuerzo y la labor, yo iba rápidamente a coger gusto por el dinero y mecanizarme en el engranaje del capitalismo. Fracasó. No os imaginéis que me convertí en un ferviente comunista (Dios me libre). Con el pasar de los días, las playas, los culos tiernos, el tacto de la arena y las siestas inundaron mis pensamientos de forma corrosiva. El anhelo de vagar y entregarme al libre albedrio han perdurado hasta el día de hoy. Nunca logré recomponerme de los celos que sufrí ese verano, mientras mis amigos perseguían hembras y se relamían en la frescura del mar, mi alma generó una terrible aberración al trabajo y a los dictámenes establecidos que nos imponen al nacer.
El miércoles de esa sinuosa semana jugamos la tercera fecha. Disputábamos el primer puesto del grupo contra el equipo restante, el cual había logrado sendas victorias al igual que nosotros. Relajados y con un público de más de treinta personas, entre las cuales se encontraban mis padres y hermanas, ganamos cuatro a cero. Este equipo promete, comenzaron a decir los espectadores. Al llegar a casa, me di un largo baño, comí y entré en el MSN. Hablé con Natalia. A continuación, transcribo la conversación.
Lucas_16 dice:
-Hola Naty.
Naty dice:
-hola como andas
Lucas_16 dice:
-Recién llego de un partido de fútbol en un campeonato que estamos jugando con mis amigos.
Lucas_16 dice:
-Ganamos 4 a 0
Naty dice:
-Que bueno!!! ¿Jugas con Daniel y Luis?
Lucas_16 dice:
-Y Ernesto también. A los demás me parece que no los conocés.
Lucas_16 dice:
-¿Y vos en que andás?
Naty dice:
-Nada al pedo.
Lucas_16 dice:
-¿Sigue en pie aquello que me dijiste de ayudarme con las materias que tengo más complicadas?
Naty dice:
-Claro
Naty dice:
-Lo único que pasa es que el domingo me voy con mi familia a Parque del Plata. Me voy todo el verano.
Lucas_16 dice:
-Uuuuu
Lucas_16 dice:
-Yo que me había ilusionado con tener una profesora particular.
Naty dice:
-Ilusionarte? Sos un careta…
Lucas_16 dice:
-¿Careta? Si vos sabes que siempre me gustaste…
Naty dice:
-Yo no sé nada… jeje
Lucas_16 dice:
-Me gustás tanto que hace unos días te escribí un poema.
Naty dice:
-¡Mentiroso!
Lucas_16 dice:
-No te rías que es verdad.
Naty dice:
-A ver… decime como es.
Lucas_16 dice:
-No me da vergüenza.
Lucas_16 dice:
-Si salís conmigo un día te lo recito en vivo y en directo…
Naty dice:
-Mmm…
Naty dice:
-Bueno está bien.
Lucas_16 dice:
-¿Si? ¿En serio?
Naty dice:
-Porqué te sorprendés?
Lucas_16 dice:
-Yo que sé. Nunca pensé que me ibas a dar bola…
Naty dice:
-Jaja. Solo voy para que me leas el poema…
Lucas_16 dice:
-¿El viernes te parece bien?
Naty dice:
-No puedo. Tengo un cumple de 15
Naty dice:
-¿El sábado?
Lucas_16 dice:
-Dale. Te llamo y arreglamos para tomar un birra o algo.
Naty dice:
-Bueno
Lucas_16 dice:
Me voy a dormir que mañana madrugo para trabajar.
Naty dice:
Trabajar?? Vos?? Ves que sos un mentiroso?????
Lucas_16 dice:
Jajaaj. Es de verdad. El sábado te cuento. Te mando un beso.
Naty dice:
Otro. Muackkkkk!!!

Cuando terminamos de hablar no pude evitar sentirme un gran idiota. Sin embargo, era el idiota más feliz del planeta.
-¿Qué te pasa Lucas?- preguntó mi madre.
-Nada. Me contaron un chiste por internet.
Me fui a dormir.
El día jueves fue el mejor de la semana. No había partido. En el aserradero el trabajo fue leve. Me pasé toda la tarde imaginándome entre las piernas de Natalia. Deseaba con todo fervor sentir la mezcla de su olor con el mío, caminar con ella por la costa montevideana, ver un futuro con aquella hembra que desprendía una fragancia mística e incomparable. Por primera vez en mi vida me sentía cien por ciento bien: todo estaba equilibrado. La promesa de amor, los primeros pasos en la vida laboral, la imagen de un festejo de gol entre abrazos y vítores de un grupo de amigos inseparables. La vida proyectaba un espejismo sumamente bello, lozano, embriagador.
Los setecientos cincuenta pesos que me pagaron el viernes, cuando abandoné el aserradero, eran para mí una montaña de dinero. Debía comprarle algún agasajo a Natalia para que sea más fácil su conquista.
-¿Te pagaron?- preguntó mi padre apenas entré a su morada.
-Sí, me pagaron. 
-Bueno.
El desorden de mi dormitorio me producía cansancio con solo verlo. Busqué los botines de fútbol debajo de la cama.
-¿Jugás hoy?- preguntó luego mi progenitor, quien estaba tan ilusionado con nuestro equipo casi tanto como nosotros.
-¡Sí!- grité debajo la cama, estirando el brazo para dar con el botín- Jugamos a las diez de la noche.
Agarré el teléfono inalámbrico y cerré la puerta de mi dormitorio. Marqué el número de Natalia. El corazón me latía ahogado, distante, como si estuviera fuera de la caja torácica.
-Hola- dijo su voz de niña traviesa.
-Soy yo. Lucas.
-¿Cómo estás?
-Bien- respondieron mis labios trémulos-. ¿Sigue en pie nuestra salida?
-No.
-¿No?
-Mentira- dijo con una leve sonrisa-. Claro que sí. Mañana a las nueve. ¿Te parece?
-Sí. ¿En la plaza del liceo?
-Bueno dale.
-Un beso
-Otro.
Ya estaba. Lo había conseguido, iba a tener mi oportunidad.
Me vestí y fui a la cancha. Las calles se movían lentas, ceñidas por la tarde del inminente estío que nacía en el olor de las flores nuevas, un olor único que se mezclaba con el de madera quemada. Sonaban los coches, el mar, el viento en los corredores, mis pasos en el cemento y un rumor lejano de sonrisas y llantos que no se podía obviar.
En los alrededores de la cancha había mucho movimiento, más espectadores que en encuentros anteriores, un individuo que vendía chori panes, niños revoloteando detrás de una pelota y algún perro que se acercaba por pura curiosidad.
Fue un partido muy duro, con muchas patadas y mala fe. Uno a uno. Se definió por penales. Nuestro arquero fue la estrella. Algarabía. Gritos. Abrazos.
Pasadas unas horas, todos estábamos en el bar del barrio.
-Me acaba de llamar el que organiza- informó Daniel-. La semifinal es mañana las nueve y media.
-¿Mañana?- repetí.
-Todos pueden ¿Verdad?
Nadie lo contradijo. Empiné el vaso de cerveza.
La encrucijada en que me encontraba era una fatalidad. Pero, a medida que pasaban las horas de la noche estrellada, el  panorama se iba aclarando. A la mierda el fútbol y lo banal, tendría mil encuentros por disputar en el futuro. ¿No era el amor el mayor de objetivos de los hombres? Eso leía cada día en las grandes novelas y poemas de los eruditos de todas las épocas. Mi corazón gritaba rotundamente su deseo. Si no aprovechaba esta cita con Natalia se iría durante todo el verano y no tendría otra oportunidad. 
Miré a mis amigos: se mofaban de la estupidez de un miembro del grupo. Jamás me lo perdonarían, el escarmiento que me proporcionarían sería inmortal. Con una borrachera considerable inventamos algunas canciones en honor al equipo semifinalista, piropeamos a cuanta hembra desfiló por nuestro territorio y nos olvidamos durante unas horas lo mierdoso que era el mundo en general. La noche terminó sobre las cuatro de la mañana.
Fueron los lamidos de mi querido perro los que me levantaron la mañana del sábado. La resaca era tremenda, aniquiladora. Me dolían las piernas y los brazos. Busqué la mesura en los recovecos de mi mente pero no pude encontrarla. Natalia había logrado sacarme diez u once poemas, tres de ellos eran aceptables, los demás descartables.  Elegí uno que hablaba sobre la magia del cielo nocturno, un oasis que salvaba a un viajero errante y bellos sentimientos anudados en el estandarte de una dama inmaculada. Con este la mato, pensé. Lo imprimí y guardé con mucho cuidado en mi billetera.
Luego de comer unos ricos ravioles con salsa blanca que mi madre preparó, recibí un mensaje de texto en mi celular. No te olvides de nuestra cita, a las nueve en la plaza del liceo, beso. Respondí: ¿Cómo olvidarme? Me bañé y arreglé para la noche sin que nadie lo notara. Me fui de casa mientras todos dormían la siesta.
Vagué parsimonioso por las aceras hasta llegar al shopping center. Fui a una joyería económica y compré una bonita pulsera que costó casi quinientos pesos. Tenía un rato por perder, fui a McDonald’s y me compré un helado. Mi primer sueldo estaba agonizando. 
Las sombras cayeron en la ciudad abrigando a algunos y espantando a otros. Entré a un bar, me miré en el espejo: estaba pulcro y bien peinado. Llegué a la plaza un tanto tembloroso; faltaban quince minutos para las nueve. Mi celular comenzó a sonar, primero mis amigos, luego mi padre, mi madre, hasta que dejé de prestarle atención. El corazón se me hundía en las tripas, en el aire se palpaba una electricidad circundante.
Y por fin llegó. Caminaba como una ola en el mar calmo, su pelo flotaba como una luciérnaga atolondrada. Todo su ser estaba envuelto en un aura carmesí que me hipnotizaba y quitaba cualquier intento de serenidad.
-Hola- me dijo.
-Hola- le dije.
Su mirada firme penetró mis profundidades. Quería darle y quitarle todo.
-Te noto un poco extraño.
-Sí, puede ser.
-¿Me trajiste el poema?
Saqué la billetera. Detrás de un plástico, en mi carnet de identidad, se veía mi rostro triste y apesadumbrado. Abrí el poema y se lo di. Quedé abstraído, ensimismado, observando el tímido andar de un ratón que fisgoneaba entre las plantas.  
-Lo siento- dije-. Debo irme.
-¿Cómo?
-Sí. Debo irme.
Giré y la dejé. Imagino que quedó estupefacta, desilusionada, triste como una princesa que no puede reinar. Me contento pensando en que lo que se perdió no era para tanto, es más, creo que le hice un gran favor.
Entré a mi casa como un huracán furioso.
-¿Dónde estabas?- se apresuró a decir mi madre.
-Por ahí.
-Tú padre no para de llamar. También te llamó Daniel. 
-Me voy.
-Te faltan las medias.
-Gracias mamá- agradecí dándole un beso en la frente.
Pude ver las luces de la cancha y el sonido de los alrededores. Un cosquilleo navegó por mis órganos dándole un toque magia al asunto. Calculé que había cerca de cien personas en la cancha.
-¿Dónde estabas?- preguntaron todos.
-Tuve un problema. Después les cuento.
Me puse la camiseta y enseguida comenzó el partido. Fue muy disputado, rodeado de alta tensión. Faltando cinco minutos para que finalice estábamos empatados a cero. A la salida de un saque de banda, Ernesto le pegó una fuerte patada a un contrincante. Alguien dio un puñetazo a mi amigo. En menos de tres segundos la batalla se había generalizado. Peleábamos nosotros, los contrincantes, los padres, las madres, otros tipos de parientes, perros, niños, vagabundos, ricos, el juez, el vendedor de chori panes, un transeúnte que no gustaba del fútbol, las novias, dos palomas, hormigas, fantasmas y, tal vez, algún otro ente desapreciado debido al encarnizamiento bélico del momento.
Ambos equipos fuimos descalificados. El ganador de la otra semifinal fue coronado campeón. El premio consistía en un asado y cincuenta litros de cerveza.
Natalia siguió siendo mi amiga pero nunca me dio otra oportunidad. La pulsera que había comprado se la regalé a una de mis hermanas.
Abandoné el trabajo en el aserradero una semana más tarde. Alegué que debía estudiar para una serie de exámenes que nunca existieron.
Goles, amor y trabajo. ¿Qué más se puede esperar de esta conjura inicua que llaman existencia? ¿Qué hubiera pasado si las cosas hubieran discurrido de forma distinta? ¿Hubiera amado a otra mujer? ¿Estaría vivo? ¿Escribiría estas tontas palabras que escribo?
El viento de la tarde se posa en todas las cosas, un halo sin tiempo se mueve de aquí para allá y ya nada existe