TERMINÉ QUINTO...
Aquella
mañana fría, en la que estuvimos reunidos durante horas, cada cual tenía su
propia idea con la cual forjar la República.
La discusión avanzó entre conjuras y
excentricidades, que luego, cabizbajas, de mala gana, se fueron escondiendo,
lentamente, al mencionar la sangre de los caídos. Nada era más poderoso que ese
argumento, nada.
Poco
a poco, las diferencias fueron desapareciendo en palabras que abogaban por la
libertad. Ese era el fin, la libertad de los hombres. Y bajo ese lema creamos La República. Con solo nombrar la palabra, nuestros corazones se
sentían llenos, satisfechos. Todos seríamos iguales y tendríamos los mismos
derechos, nacidos bajo un mismo reglamento de igualdad. Creímos, esa fría
mañana de Enero, que un mundo mejor estaba naciendo.
Pasaron
los meses y los años.
Convocamos
a una nueva reunión. Muchos no se presentaron. Los temas que nos preocupaban
eran los mismos que veinte años atrás: desigualdad e injusticia. Analizamos con
desazón nuestro fracaso. Habíamos logrado cambiar la forma de las cosas, pero
no la esencia.
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