lunes, 13 de febrero de 2012

El bobo y el mar

El vino tinto estaba fresco. Se escuchaban las olas golpeando contra las maderas de mi barco. Apoyé mis pies en un cajón y dejé caer mi cabeza en las manos. Las estrellas siempre me habían llamado la atención, sobre todo cuando estaba en el mar. Ser pescador es un trabajo solitario. Las estrellas siempre brindan buena compañía, te recuerdan a tus mujeres, siempre están ahí y no se quejan, y sobre todo, con solo mirarlas se te ocurren las ideas más místicas y cada ente onírico está mas cerca de ti. En fin, en la noche tranquila, esperaba que las carnadas piquen, mientras las estrellas me plantaban sueños y más sueños, que nunca llegarían a concretarse. Además, era una buena noche, ya tenía pescado cuatro buenos ejemplares de tiburón. No podía estar mejor.
Escuché entonces, desde la proa de mi barco, un sublime canto de mujer. Me acerqué y miré en el agua: las olas se movían mansas. Me volví a sentar. Tome un sorbo de vino. El canto provino ahora desde la popa. Fui a la popa y miré en el agua: pude ver una gran cola de pez hundiéndose en el agua.
-Esto de mirar tanto las estrellas me está haciendo mal.- me dije en voz baja.
Encendí un farol y revisé las carnadas.
-Hola pescador.- escuché que me decía una voz detrás de mí.
Me dí vuelta y vi a una mujer pelirroja nadando en el agua.
-Hola ¿Qué haces ahí?
-¿Y tú? ¿Qué haces ahí?- me devolvió la pregunta en tono de broma.
Tenía los pechos desnudos, hermosos pechos. Podía mantenerse a flote sin usar sus manos.
-Pesco. ¿Cómo es que estás nadando aquí? Sube al barco.
-No quiero subir. ¿Cómo es que estás tú navegando aquí?
-No sé. La marea y el viento me trajeron. Hay buena pesca en estas zonas.
-¿Nunca te has puesto a pensar que los peces que tú pescas tienen sentimientos y almas?- preguntó pasando de la broma a la seriedad.
-En verdad no. Es que si no pescara, creo que no sería capaz de hacer otra cosa. No soy una persona muy competente.
-Ya veo.
-Espera, espera. ¿Quién eres? ¿Qué haces en medio del mar?
-Ay Dios… ¿Por qué siempre les cuesta tanto darse cuenta? Soy una sirena. Mira- dijo mostrándome la cola cubierta de escamas azuladas.
-Oh. Creo que en la primaria nos enseñaron algo sobre ustedes. Pero no recuerdo muy bien.
-¿Quieres venir conmigo? Te mostraré los más bellos paisajes que tenemos en el fondo del mar. Nos comunicaremos con todos los seres que en él habitan. ¿Qué te parece?- preguntó moviendo sus largas pestañas.
-No lo sé. Estaría mal dejar el barco solo.
-No le pasará nada. No hay nadie a kilómetros a la redonda. Verás lo que los peces piensas sobre ti, te sorprenderás. No te guardan rencor, sino todo lo contrario. Será una linda experiencia.
Observé mi viejo barco. Su olor a cangrejos, el timón desgastado y el balde negro con el que limpiaba la cubierta cada noche.
-No. Disculpa, me gustaría. Pero no puedo- sentencié.
Frunció el seño y se hundió en el agua.
Me serví otra copa de vino. No había nada como estar en altamar, si por mí fuera nunca regresaría a tierra. En el mar no había impuestos, inflación, navidades, anillos de oro ni vecinos.
Enganché otro gran pez, forcejeé con el hasta que se dio por vencido. Lo acerqué hacia la borda y le di con el arpón en el cráneo. Ningún pescado me había opuesto mucha resistencia. Ya llevaba cinco. La noche era cada vez mejor.
Otra vez escuche un canto femenino, un canto capaz de ablandar el caparazón más sólido. Me quedé sentado en mi asiento, sería otra vez aquella sirena.
-¡Hey! Pescador…
No respondí.
-Pescador…- volvió a llamarme.
Me levanté y dije:
-¿Qué quieres?
-¿Así tratas a las mujeres?
-No, disculpa. Pensé que eras la misma de antes.
Esta era morena y de rizos ondulados. Se podía sentir su perfume a hielo y sal.
-No. Tranquilo.
-¿También eres una sirena?
-Claro.- me respondió demostrando sus dotes de nadadora. Se movió dibujando un espiral entre las olas.
-Me encanta como cantas tu amiga pelirroja y tú, pero debo seguir pescando. Es una buena noche y no puedo desperdiciarla.
-¿Tan importante es un pescado más o un pescado menos?
Las olas golpeaban en sus pechos morenos.
-Para mí sí- respondí.
-No seas tan intransigente pescador. Ven conmigo y te mostraré nuestras ciudades de coral. Mira allí en el fondo.
A través del agua, en las profundidades, pude ver una ciudad enorme, iluminada, llena de movimiento. No tenía idea de que hubiera ciudades en el fondo del mar. En la primaria siempre fui un mal estudiante, de seguro desaproveché muchas enseñanzas primordiales como estas.
-Se ve muy bello desde aquí.- opiné.
-Estoy segura que nunca estuviste en una ciudad submarina.
-Tienes razón.
-Por eso. Acompáñame y daremos un hermoso paseo por mi ciudad.
Sonaba tentador, sin embargo, respondí que no. Pareció enojarse. Me miró con desagrado y se alejó aleteando hacia el este.
Los peces seguían saliendo. Ya tenía ocho. Sentí la melancolía del vino en mis venas. Cobraría buen dinero, pero no tenía a nadie con quien compartirlo. Un rancho sucio que me cobraba impuestos, gente que no me gustaba y alergia al polvo. Abrí otra botella. Me acerqué a la borda a mirar las olas. El reflejo de la luna se desvanecía en la enormidad de las aguas. Hubiese querido, en ese momento, ser capaz de expresar lo que sentía. La belleza no era más que un conjunto de ilusiones, y a pesar de ello, era una fuerza superior y trascendente.
Me senté en mi asiento y cerré los ojos. Pensé en mi infancia y en mis mujeres, en cada una de ellas. A ninguna le gustaba el mar, sin embargo, ellas me gustan a mí. Era un hecho curioso.
-Pescador….
-¿Otra vez?- dije encrespado.- ¡No molesten más! ¡Déjenme tranquilo! No quiero saber nada de sirenas, ni de ciudades submarinas ni de peces que hablan.
Se puso a cantar una melodía tan triste como la vida misma. En su voz estaba el reflejo de la luna y el ruido de las olas. No pude contenerme y me acerqué a su encuentro.
-Hola pescador.
-Hola sirena.
-Me han dicho que andas muy solo por estos territorios. He venido a hacerte un poco de compañía.
Su pelo rubio flotaba en la marea. Sus pechos redondos me miraban con cariño.
-Yo no he pedido compañía. Yo estoy bien así. Gracias.
-Pescador… no seas así conmigo. Solo quiero hacerte feliz.
-¿Quieres subir a mi barco? ¿Te doy una mano?- invité.
-No, no. Ven conmigo, nos iremos a un lugar que te encantará y me harás el amor. Si nunca lo has hecho con una sirena, todavía no sabes lo que es el verdadero amor.
-¿El verdadero amor eh? ¿Y como lo haríamos? No veo ninguna hendidura por donde meterme…
- ¿No te gustaría conocer nuestros misterios? Será el goce más placentero que jamás hayas sentido. Ven…
Su piel parecía suave. Sus manos me llamaban.
Estuve a punto de tirarme al agua.
-Adiós sirena. Volveré a pescar- dije y volví a mi asiento para no enfrentarla más. Su dulce canto se alejó de mi barco hasta perderse más allá del horizonte oscuro.
Terminé la botella de vino. Salió otro pez. Quedó mirándome mientras daba bocanadas inertes sobre la cubierta. Le arranqué la cabeza y la devolví al mar. Sentí el graznido de algunas gaviotas que revoloteaban en el aire. Fui por otra botella. Me quedé cavilando en como sería el sexo con una sirena, todo un enigma.
Y de pronto, el barco sufrió un golpe. Caí de mi asiento. Luego otro golpe y otro. Arrastrándome llegué a la baranda de la borda y miré lo que pasaba: eran las sirenas. Embestían con todas sus fuerzas y golpeaban con sus colas. Eran cuatro. Las tres que me visitaron y otra que parecía mayor, con el pelo verde. Era la que lideraba el ataque. Ordenaba en un idioma extraño y atacaban, primero desde un flanco y luego desde el otro.
-¡Hey! ¡Hey!- les grité.
Siguieron atacando. Agarré el timón y lo sujeté con firmeza. Luché por el control pero oponían una gran resistencia. Su estrategia era constante y eficaz. En cualquier momento el barco daría un vuelco. Corrí hacia el ancla de metal y se lo tiré a la líder, fallé. Naturalmente, comencé a tirarles todo objeto que encontrara: botellas de vino, anzuelos, cabezas de pescado, bidones, etc. Desaté mis zapatos y también se los lancé. Mis artilugios no hicieron mucho daño, solo las alejaron un rato. Volví al timón. Mi sorpresa mayor fue cuando vi venir hacia mí cabeza un tridente dorado. Lo pude esquivar, apenas. Luego hubo otro y otro.
-¡Dios!- grité arrebatado.- ¿Qué tipo de jugarreta es esta?
El barco y yo perdimos la batalla. Volcamos. Caí al agua fría. Me puse a nadar con ímpetu. Pude ver tierra firme. Tragué agua, mucho agua. Al principio no fueron por mí, se enfocaron en el barco. Lo sujetaron con una especie de red de algas y lo hundieron. Seguí braceando hacia la orilla. Mi barco ya no estaba.
Nadé un rato largo. La noche quedó en silencio. No pensé en nada, solo quería llegar a tierra.
Pero las sirenas no habían terminado de jugar conmigo. Sentí el roce de una mano que bajaba mis pantalones y se quedaba con ellos. Luego me sujetaron entre dos y me sacaron la camiseta gris (mi preferida). Intenté golpearlas pero sus movimientos dúctiles me esquivaron y no llegué a impactarlas. El corazón me latía cansado. Me habían quitado todo.
Un perro negro, sentado y con las orejas alertas, me observaba impávido desde la orilla. Más allá de la playa grandes árboles se perdían en el cielo. Por fin pude pararme en la arena y caminar entre las olas. No tenía más fuerzas. Y entonces, a modo de despedida, unas afiladas uñas me dieron un fuerte pellizco en las pelotas. Ni siquiera grité, apreté los dientes y aguanté el ardor.
Me tiré en la arena seca, ya estaba a salvo. El perro negro parecía amigable, se acercó y lamió mis pies, le hice una caricia. Que sentido del humor tan macabro tenían las sirenas. Reí.
Las vi, a lo lejos, saludarme con sus manos, sonrientes, amigables.
Me paré. Se alejaban cantando.
-¡Sirenas de mierda!- proferí desnudo, agitando el puño a la luz de la luna.- ¡La puta que las parió!

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