martes, 15 de septiembre de 2009

En otra ocasión

A través de la ventana Julio inspeccionaba el movimiento de las hojas de otoño. La víctima debería haber tenido un retraso en el trabajo. Las nubes empapadas de gris se mezclaban en el humo del cigarro, mientras Julio recordaba una vez más haber puesto el silenciador en el arma. Se había convertido en un ejecutante minucioso y metódico, y recordaba con cierta simpatía el cargo de conciencia sufrido su primera vez.
Algo tenía que estar mal. La hora se hacía eterna y la víctima no llegaba. Encendió otro cigarro, al volver su mirada a la escena sus ojos chocaron con los de un hombre alto, vestido con sombrero y gabardina negra, el cual sostenía en su mano derecha un portafolio. Su mirada era punzante, rígida. Julio se sintió vulnerable. El hombre emitió una leve sonrisa y comenzó a caminar sin volver su mirada atrás.
Julio agarró su arma y salió del apartamento con rapidez. Las calles estaban tupidas. Buscó en todas direcciones, el hombre de negro esperaba su mirada al final de la calle.
-¡Hey tú!- gritó Julio.
El hombre comenzó a caminar velozmente. Julio salió en su busca chocando una y otra vez con transeúntes indiferentes. Lo siguió a través de incontables calles. En varias ocasiones creía perder el rastro, pero el hombre de negro lo esperaba al final de alguna calle.
La incertidumbre crecía en cada zanco. Siguió corriendo, el aire se tornó más espeso. En un instante repentino el hombre frenó su marcha, justo antes de que Julio cogiera su hombro giró la calle.
Julio fue sacudido por un aire frío. El hábitat que lo envolvió le resulto familiar. El hombre de negro ya no estaba. Comenzó a caminar por una calle de piedras, sin dejar de recapacitar en la ambivalencia que en su corazón se reflejaba. Por una parte la inseguridad que le incomodaba, el pensar en la huida de ese hombre y su responsabilidad dejada atrás. Por el otro, sentía un confort extraño pero a su vez conocido, el color de las piedras y de cada ventana, la fragancia y los ruidos formaban parte de él.
Caminó, lento y constante. Con el pasar de los segundos reconoció donde se encontraba, era el barrio en que vivió su adolescencia. El extraño olor a jazmines mezclado con polvo se filtraba en su olfato. Llegó a la plaza en que había pasado horas divirtiéndose de niño, se sentó en un banco y encendió un cigarro. Las personas parecían estar abstraídas en lejanos sentimientos.
En el umbral de una antigua casa vio a Isaac, aquella persona mezquina, responsable de su estilo de vida. Sintió ganas de pararse y darle un tiro, pero decidió que no era necesario. Los coches pasaban y por segunda vez todo le resultó por de más familiar. De pronto apareció un joven, andando con pasos tímidos y mirada nerviosa. Isaac intercambió palabras con el joven y puso algo pequeño en sus manos, cubierto con una manta blanca. El joven cruzó la calle y deambuló por la plaza, paseándose cerca de Julio. Isaac se subió a un coche y desapareció.
Luego de pisar el cigarro, Julio se paró y anduvo unos pasos hasta el joven.
-Disculpa- le dijo. ¿Tienes fuego?
El sudor del joven era notorio. Titubeó un segundo y dijo:
-Si, si. Toma.
Intercambiaron miradas. El joven se sintió indefenso ante aquella persona que emitía omnipotencia.
-Gracias- dijo Julio emitiendo una sonrisa.
El joven respiró hondo y se fue.
Julio caminó hasta la gran fuente ubicada en el centro de la plaza. Observó el reflejo que el agua ofrecía de si mismo. Se sintió confiado. Buscó una moneda en su bolsillo pero no tuvo suerte.
La tarde se tornó más fría. Entró en un bar y pidió un wisky. Los hombres del bar estaban inmersos en un partido de fútbol palpitante. Miró que solo había dos mujeres en el bar, una muy bella y otra no tanto. Se dio cuenta que ya conocía el resultado del partido, no obstante, observó algunos tramos del mismo. Cruzó miradas con la mujer bella y pidió otro vaso.
El tiempo pasaba lento. El sol en las calles se escondió detrás de grandes nubarrones grises. Hubo un gol en el televisor, los hombres gritaron desaforadamente unos minutos, luego todo volvió a la misma tensión de antes.
-¿Me invitas un trago?- escuchó que le decía una voz femenina.
Vestía un vestido blanco con flecos negros, su larga melena negra se movía con su andar, mientras su sonrisa hermosa incitaba a intentarlo.
-Claro- dijo Julio- ¿Qué quieres tomar?
-Lo mismo que tú.
-Cantinero…
-Tienes un arma.
-Si.
El cantinero sirvió wisky.
-Eres muy bella-dijo Julio.
-Gracias.
-En serio, lo eres.
-Seguro que nunca tienes miedo.
-No, nunca-respondió riendo- Siempre tengo miedo. ¿Acaso tú no?
-No sé. ¿Tú que piensas?
-Algo en tus ojos me intriga.
-Me pasa lo mismo con los tuyos.
-¿Qué haces en este bar?-preguntó el.
-Solo estoy de pasada.
Los centelleos de su sonrisa le recordaban el mar.
Julio terminó su vaso y miró fijamente a aquella mujer.
-¿Te vienes conmigo a dar una vuelta?- pregunto ella.
En el bar había olor a café quemado y el partido de fútbol estaba finalizando. Se acercó a una ventana, parecía que en las calles comenzaba a caer una tenue llovizna. En la plaza de enfrente, un hombre vestido con ropas negras y portafolio en mano fijaba sus ojos en él.
-Me gustaría. Pero no. Debo irme, en otra ocasión tal vez. Adiós.
Salió del bar sin mirar atrás.

4 comentarios:

Alcohólico con nombre dijo...

Paja, que dice? salió buena la idea que tenía, pero mejor que todo es que haya vuelto a escribir..,
abrazo grande che

Anónimo dijo...

me alegra tanto verte desde aqui y desde allá volviendo a escribir adelante ese camino te sienta de puta madre

Anónimo dijo...

queremos más inspírate que tienes rollo para rato y una vida muy rica

monyquiya dijo...

hola amigo, hace tiempo que no hablamos. ahora fumo aquello con lo que usted me convidaba jajaja. uno cada tanto... como me gustan sus cuentos!!!!! mandeme a mi correo los nuevos que tenga. este me hizo recordar el del franco tirador y la monja. un gran abrazo. aca todo sigue igual. cuenteme de usted