Tierra
Seca era un pueblo tranquilo y feliz que no tenía grandes inquietudes. Un
miércoles de primavera llegó, a paso lento, un inmigrante peculiar. Se hospedó
en una casa vieja, que le alquilaron a bajo precio. Tenía baja estatura y la
piel morena. Los primeros días nadie se percató de su presencia, pero con el
pasar de los días se fue haciendo popular. “El mono”, como lo llamaron, solía
pasar días enteros trepado a la copa de los arboles, leyendo con entusiasmo un
libro nuevo cada vez. Los vecinos del pueblo, boquiabiertos, observaban como
reía a carcajadas o lloraba desmesuradamente con el suave pasar de las páginas.
Era un hombre extraño. Nunca tenía problemas con nadie, sin embargo, en el
pueblo comenzaban a maliciar en su contra.
Lola,
vecina veterana del pueblo, llamó en nombre de todos los vecinos a la comisaría
más cercana. La policía buscó entre los
árboles hasta dar con El Mono. Fue liberado por falta de alegatos a favor de la
infracción.
Indignados
ante la situación, luego de analizarlo con cuidado, llamaron a un instituto
mental.
-Ese
hombre está mal. Necesita ayuda.
Llegaron
dos hombres fuertes con batas blancas.
-¿Puede
bajar por favor?- pidieron.
-Por
supuesto. ¿En qué puedo ayudarlo?- respondió con amabilidad.
No
respondieron. Le pusieron un chaleco de fuerza y lo llevaron a un instituto
mental. El psiquiatra asignado estableció que El Mono tenía serios problemas.
Tratamiento: electroshock, receta de píldoras, reclusión.
Luego
de dos meses El Mono regresó al pueblo. Consiguió un trabajo y comenzó a pagar
sus impuestos. Tierra seca volvió a ser el pueblo tranquilo y feliz que siempre
había sido.
1 comentario:
que mal no?? somos monos electrocutados. yo pago mis impuestos. realmente me deprimio el cuento. pero esta EXCELENTE
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