Cero
a Cero. Faltan tres minutos para que finalice el encuentro. El silencio expectante del estadio es
abrumador. La selección contraria avanza en bloque, sus casacas blancas están
por doquier. El balón se mueve rápido, esquivándonos. El talentoso y pelirrojo
número diez chuta el balón y lo estrella en el larguero. El corazón me languidece, la multitud exclama
sin aire. Peleo por el balón, trabo mi pierna con la del contrario y gano la
posesión. Comienza el contragolpe. Ahora el extremo derecho corre por la banda
regateando rivales. Avanzo esperanzado. Llego al área contraria y grito a mi
compañero. Este me centra el balón. El defensa adversario tropieza. Realizo un
chute poco ortodoxo que rebota en la cadera del portero. El balón avanza
lentamente hacia la meta. Gol. El estadio se viene abajo. Mis compañeros
lloran. Yo lloro. La vida por fin tiene sentido. Algarabía, abrazos,
satisfacción. Caminamos en fila hacia la premiación. Papeles picados y serpentinas nos rodean. Mis
compañeros cantan. Miro el escudo de mi selección pegado al corazón: chorrea
sudor. La copa del mundo me mira impaciente. Camino hacia ella. Siento mi
nombre en los altavoces. El público corea mi nombre.
-¡Lucas
Martínez!- grita mi jefa.
Despierto
sobresaltado.
-¿Cómo?
¿Qué? ¿Gol? ¿Cuando?
-¡No
me lo puedo creer!- exclama ella salivándome.
El
Call center bulle de voces y teclas de ordenador.
-Perdón
Carmen- me excuso bajando la mirada.
-Si
no realizas esas tres ventas antes de que pleguemos… ¡a la calle!
-Si
señora.
Faltan
tres horas para que pleguemos y en eso estoy…
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