jueves, 12 de julio de 2012

La caza de los monos


Enciendo un cigarro y ofrezco otro a Pablo. Le doy fuego.
-Por fin estamos llegando- digo.
Pablo conduce, yo le indico el camino con el mapa en las manos. Llevamos varias horas de autopista y caminos de tierra que zigzaguean por localidades perdidas entre los bosques.
-Qué bello pueblo- observa él.
Estamos rodeados de casas blancas, simétricas, con grandes ventanales de madera negra. Las calles son angostas y están vacías.
-Parece un pueblo fantasma.
-Lo que pasa Daniel- indica él-, que en este tipo de pueblos la gente se levanta muy tarde. Ten en cuenta que recién ha salido el sol.
Nos hemos escapado de nuestras mujeres, luego de dos años sin ser capaces de ello, y aquí estamos, otra vez,  para hacer lo que más disfrutamos en esta vida: cazar. La existencia se ha transformado en  un criadero de niños y horas interminables en oficinas con forma de latas de atún. Todos los sueños que teníamos años atrás se están lapidando poco a poco. Pero ahora, nada de esto existe realmente, tanto él como yo lo sabemos, cuando uno sale a matar su identidad y conciencia desaparecen, y queda en la superficie la verdadera esencia del espíritu. Y esto es lo que hemos salido a buscar.
En el horizonte una fila de pinos quiebra el mundo, arriba el cielo se expande tan azul como el mar, y nosotros, en la porción inferior, avanzamos errantes hacia el bosque profundo, en un coche viejo que suena a lata.
-Estuve leyendo sobre los monos araña- informo mientras busco el termo de café-, la wikipedia dice que son unos bichos muy mañeros. Van a ser una presa difícil.
-Hemos cazado leones Daniel, unos pobres monos no creo que nos causen problemas.
Sirvo dos vasos de café e indico que debemos doblar en la siguiente curva. El sol comienza a calentar con más fuerza a medida que se eleva en las alturas.
-Mira, mira- me dice señalando a un hombre viejo que se mueve cansadamente.
-Para, vamos a ver que nos dice.
Acerca el coche hacia el hombre y toca un bocinazo.
-Buenos días jefe. ¿Qué tal la vida por estos lugares?- le pregunto.
El hombre nos mira indiferente. Su piel curtida y bronceada cuelga de sus brazos como un pellejo frito.
-Buenos días. La vida por aquí es igual que en todos los rincones del planeta jóvenes.
-¿No sabe donde podemos comprar algo de comida?- pregunta Pablo.
-Sí. Un poco más adelante hay una gasolinera. Ahí conseguirán algo.
-Muchas gracias- respondo-. Le queríamos preguntar una cosa jefe. ¿Ha visto de cerca a los monos araña del parque?
Su rostro se tensa y, mirándonos con más detenimiento, dice:
-Esos monos están malditos. Me roban la comida mientras duermo la siesta, me rompen los platos, se cagan en la puerta de mi casa. He puesto trampas, pero solo atrapo ratas y serpientes
-Están malditos- digo echándole una mirada cómplice a mi camarada, quien aguantándose la risa, mira hacia otro lado-, cagan en las puertas de los vecinos del pueblo.
-Ahí delante encontrarán la gasolinera.
-Jefe pensábamos darnos una vuelta por el parque nacional del ejercito, donde habitan esos monos- informa Pablo-, ¿sabe si el cabo Ramos estará hoy por ahí?
-Supongo que sí. Todos los días está ahí.
-Muchas gracias y no deje que los monos se rían de usted.
Sirvo un poco más de café, Pablo acelera y llegamos a la gasolinera. Bajo.
-Tráete un par de cervezas.
Compro un par de bocadillos y otro de cervezas heladas. Le pongo aire a las ruedas y arrancamos. Por el retrovisor vemos la tierra levantarse,  atrás quedan los pueblos y las civilizaciones, las señalizaciones, la inflación. El cableado en los postes llega a su fin, muere en dos altas columnas de madera, y, finalmente, vemos atado sobre éstas un cartel antiguo que cuelga sobre el camino. Reserva de flora y fauna, Parque del Ejercito Nacional.
Pablo me golpea brutalmente el hombro mientras exclama sonidos de satisfacción, yo devuelvo el gesto de cariño. Abro las cervezas. Brindamos. Terminamos las bebidas de un largo trago. Al final del camino se divisa una caseta de guardia militar.
-Espero que esté el tal cabo Ramos- dice Pablo.
Llegamos a la rudimentaria guardia, formada por una silla metálica y una barrera de madera torcida. El militar, moreno y de abundante bigote, se acerca al coche.
-Buenos días caballeros. ¿Tienen los permisos necesarios?- inquiere.
-¿Cabo Ramos?
-Si.
-Recuerda que hace unos días hablé con usted por teléfono y le comenté que pasaríamos con un colega…
-Ah sí, sí.
-Aquí le dejo lo suyo- dice arrimándole un sobre cerrado.
-Muy bien.
Nos echa una mirada seria y levanta la barrera. Pablo mete primera y avanza.
-¿Cuánto le dejaste?- pregunto-, te tengo que pagar la mitad.
-Tranquilo, esta vez invito yo.
Las copas de los altos pinos se pierden en la altura. Dentro del parque, el sol apenas se ve, intermitente, entre la espesura de la flora lozana, colmada de ruidos de incontables animales que delatan nuestra presencia invasora. Pablo estaciona el coche cerca de una cabaña del ejército que parece vacía. Descargamos los rifles, las cantimploras y verificamos que todos los elementos estén en su correcta forma.
-¡Que hermoso día para cazar!- digo.
Comenzamos a caminar, adentrándonos a la maleza, por angostos senderos que denotan uso habitual.
-Creo que mi mujer tiene otro- dice Pablo.
-¿Qué?
- Bueno, no estoy seguro, pero tengo mis dudas.
-No creo que Alicia te engañe. Te quiere un montón.
-Me engaña Daniel. Estoy seguro, nunca le encontré con el otro. Pero estoy seguro.
-Bueno, no sé qué decirte. Piensa que las cosas…- me interrumpo ante un grito agudo que baja de los árboles.
Pongo el dedo índice en el gatillo, encorvo la postura y doy lentos pasos, atento, al acecho, Pablo me imita y dice en voz baja:
-Ahí están.
Nos deslizamos entre las ramas y las hojas. Se escucha el ruido de un rio cercano que avanza con ímpetu, el viento mueve los árboles de aquí para allá.
-Ahí- dice Pablo señalando con el índice.
Un mono de manto negro y cabeza rojiza nos mira desafiante desde la copa de un pino. Parece que tenga cinco miembros, pero me doy cuenta que uno de ellos es su cola, la cual está aferrada a una rama oscilante. Apunto y aprieto el gatillo. Fallo. El mono comienza a saltar de rama en rama hasta perderse de vista.
Le hago señas a Pablo y este me sigue. El bosque ha quedado en silencio, solo se escucha el sonido lejano de corrientes que chocan contra rocas. Al cabo de unos segundos, comenzamos a escuchar un sinfín de aullidos feroces.  Llegamos a una bifurcación en el camino. Dos monos resurgen de entre las ramas y se miran entre sí. Comienzan a moverse en sentido contrario al otro, uno hacia el este y el otro al oeste. Salgo en busca del que va hacia el oeste.
-Coge al otro- le digo a Pablo.
Corro con todas mis fuerzas, concentrado en no perderle la pista. Va saltando de rama en rama con una velocidad impresionante, no me da tiempo a apuntarle. De todas formas lo intento, apoyo el rifle en mi hombro y mientras corro me dispongo a disparar. De pronto, el suelo se quiebra y caigo. Me golpeo todo el cuerpo. Aterrizo en un pozo húmedo y profundo. Me toco la cabeza, tengo sangre. Miro hacia arriba. Un círculo bastante grande, cubierto por finas ramas y hojas secas, delata la forma de mi cuerpo que ha quedado dibujada tras mi caída. Escucho murmullos. Aparece un mono. Luego otro. Me miran e intercambian gestos. En seguida, la trampa se llena de monos que, curiosos,  alegres, se arriman escuchar mis quejas.
-¡Pablo! ¡Pablo!- grito.                            
Pero Pablo no aparece. Creo que Pablo no puede escucharme.

jueves, 5 de julio de 2012

¿Otro concurso?

Si otro. Por favor, votos.
Desde ya muchas gracias.
Lo encontraran como Coriano, Firma a ciegas.

http://www.todosleemos.com/concurso-obras.htm

martes, 19 de junio de 2012

Héroe


Mi nombre es Polipetes y soy uno de los soldados que se infiltraron a Troya en el gran caballo.
Aquí les va mi gran secreto.
Dentro de los muros de la ciudad era una noche bienoliente y cálida. Estábamos muy apretados y no podíamos ver hacia afuera. El aliento en susurro de Ulises nos daba tranquilidad. Los troyanos festejaron hasta altas horas de la noche y luego sucumbieron ante el poder del vino.
Aquiles dio la señal y el valiente Diomedes abrió la puerta y descendió primero. Uno a uno hicieron lo mismo mis hermanos aqueos. Pero yo no pude. Mi pie se atascó en el orificio de una tabla de madera mal clavada. Los gritos y el fuego se esparcieron hasta las estrellas. Las puertas se abrieron y el grito aterrador de mis hermanos me erizó la piel. Mi pie seguía atascado a pesar de mi enérgica voluntad por liberarlo. La batalla avanzaba como una serpiente en busca de su presa, Agamenón arengaba victorioso.
 Ya sin fuerzas en la pierna, cedí y dejé de pelear. Me senté y pensé en mi amada Adonia. ¡Cuánto deseaba hacerle el amor! ¡Cuánto deseaba ver mi tierra una vez más!
El clamor de la batalla, finalmente, se fue apagando poco a poco. Intenté librarme una vez más y, para mi sorpresa, lo logré sin gran esfuerzo. Descendí cauteloso, me sentía avergonzado. Caminé hasta un cadáver y bañé mis manos y mis brazos con su sangre. Mis hermanos dieron el grito de victoria. Se destapó el vino, aparecieron los abrazos y la fornicación con las esclavas. Muchos felicitaron el desempeño de mi espada. Se los agradecí. ¿Qué más podía hacer?

domingo, 27 de mayo de 2012

Deshilachado

El mundo parece estar a kilómetros de distancia,
A las tres de la mañana.
Suspiros que duermen en voz baja,
Como mi voz que piensa y siente,
Pasea, solloza,
Calla.
 
La escucho acariciarme el cuello y la cara.
Es por ella que no estoy tan solo,
Es por ella que las cosas permanecen a flote.
Estrella de pelo negro y piel espumosa,
Arrúllame y sálvame.
Háblame.
 
En una noche más negra que ninguna,
Caen las lágrimas como caricias por el suelo,
Y se quiebran
Todas aquellas cosas
Acostumbradas a no quebrarse,
Pobre estrella roja, triste aliento de mar lejano.
 
Otro viento que anuncia el fin de los sueños,
Donde se pierde la más bella de las ilusiones.
Tus manos en mis manos,
Y los rescoldos de mis ojos en tus ojos.
Caigo y seguiré cayendo,
En el manto desgarrado de la más fiera humanidad.

viernes, 25 de mayo de 2012

Lágrimas en el viento


El despertador sonó tres horas antes de tiempo, no sé porqué. Siete de la mañana. No era cualquier día, tenía una importante entrevista de trabajo. Llevaba tres meses sin empleo, y los pocos ahorros que tenía, se perdían como cataratas de cerveza por mi vejiga. Sofía me había abandonado y llegaban rumores de su conocido romance con el peluquero del barrio. Afuera, se escuchaba la fuerte lluvia en las calles. En fin, mi único deseo en el mundo era dormir, pero el despertador estaba escondido en algún recoveco de la habitación y jugaba a no ser encontrado.
En el camino hacia la meada matinal me pegué con una silla en el dedo pequeño del pie. Le eché una sonrisa al espejo del baño y me dije que ese sería mi día y que nada podría vencerme. El tipo del espejo no respondió, se limitó a mirarme con cara de perro hambriento. El despertador seguía sonando, lejano, jocoso, semejante al  llamado visceral del mismísimo Satanás. Me senté en el inodoro, algo estaba mal. Hemorroides. Ardor anal. Me metí debajo de la ducha y me puse a soñar. Soñé con comidas costosas, montañas nevadas, hadas, aeropuertos y relojes rompiendo la estabilidad.
La entrevista era a las tres de la tarde.  Preparé café y tostadas. Encendí el televisor y observé los deportes, mi equipo había perdido por una diferencia de siete goles, un nuevo record en la liga. Luego de las noticias mundanas, me situé a planchar la camisa. Sonó el teléfono, la voz mecanizada de una joven me informaba que el pago de mi tarjeta había vencido y que mi deuda ahora era más grande e inabordable. La plancha había quemado el puño de la camisa. El despertador seguía sonando, días atrás le había comprado pilas de larga duración.  Observé con tristeza mi camisa y la tiré a la basura. Fui hasta el baño y me puse gel y desodorante. Al lavarme los dientes noté mi muela de juicio encallada en las encías, esa maldita muela que me torturaba desde hacía años, le di un masaje pero el dolor perduró. Mi rostro, a pesar de todo, tenía buena pinta.
Me fui de casa respirando esperanzas e ilusiones. La lluvia era menos intensa que horas antes. Las hemorroides me castigaban severamente, me picaban a cada rato, era un dolor muy cansino. Las calles subían y bajaban, como un río turbio, avanzando entre grises nubes, hacia un desfiladero de sueños y promesas sin cumplir, y yo avanzaba en eso río, engañado por las propagandas y los olores, aspirando a ser alguien que no quería ser. En el metro, las personas se me antojaron semejantes a un grupo de calaveras envueltas en pieles moribundas, solitarias estrellas en un manto negro, rebosado de pestes y mosquitos pegados a la humedad de una ciudad que se calcinaba a cada instante.  Me gustaba observar a las personas e imaginar que delirios desfilaban en sus cerebros, y así fue que me distraje y no bajé en la parada que debía bajar.  
Tuve que correr para llegar en hora a la entrevista. Mientras corría pisé una baldosa floja y manché el pantalón del traje.  La lluvia comenzó a caer a raudales.
El portero del edificio de oficinas me miró de arriba abajo y señaló hacia el ascensor con el mentón. Las hemorroides estaban agitadas, hacían cada vez más fuerza por brotar de mi culo. Lo más difícil en esos momentos es tirarse un pedo, te sientes aterrado ante la posibilidad de que tu ser se escape por la cañería trasera, o sea que, ante el pedo que tenía atravesado y la imagen del rostro de mi entrevistador avecinando mi derrota, mi situación no era más que una tragedia tan amarga como humana, de esas a las cuales estaba acostumbrado, y por ende, no tuve otra opción que reír, haciendo que mi vida no fuera más que una sátira de exiguo vuelo.
-Hola, buenas tardes, vengo por la entrevista para el puesto de gerente de la compañía- informé a la secretaria que, sin levantar la mirada, puso el tubo del teléfono en su oreja, apretó un botón y volvió a sus asuntos. 
-Me siento por aquí- informé.
La oficina sonaba como una ciudad enlatada a punto de explotar.  Compartían mi asiento un ciego que vestía traje y una chica que parecía prostituta.
-¡Que lluvia!- dije para parecer amistoso.
Me miraron. No respondieron.
Pasó un rato.
-¡Juan Pérez!- llamó una voz ronca desde el interior oscuro de una habitación.
El ciego se levantó y avanzó como un espectro dirigiéndose a un matadero de almas.
Pasó otro rato.
-¡Lucas Martínez!- llamó la voz ronca.
Me levanté, timorato, cauto. La chica sonrió con malicia. El culo ardía más que nunca.
Entré a la sala. Un hombre gordo, canoso, cuyo rostro sudaba notablemente, me estudiaba impávido desde un enorme escritorio.
-Buenas…
-Buenas- respondió.
Me senté recto, enfrentándolo.
-Tu currículum por favor.
-¿Currículum?
-Sí, lo has traído, me imagino…
-No, la chica que me citó no dijo nada del currículum.
Gesticuló malhumorado y me miró como si yo fuese un alienígena inferior a él.
-Pero no se preocupe señor, porque tengo toda la información aquí, en mi cerebro.
A continuación enumeré mi irrisoria experiencia, agrandando algunos aspectos  en el ámbito que requería la oferta, obviamente.
-Dime Lucas tres palabras que te representen.
-Soy responsable, ambicioso y eficiente- mentí.   
-De acuerdo Lucas. Ahora estudiaremos tu candidatura y ya te diremos algo.
Ya conocía esa respuesta: no tienes la más mínima posibilidad de ser nuestro compañero.
-Muchas gracias señor. Que tenga buenas tardes- dije. Salí dejando charcos de agua y barro por toda la oficina.
La lluvia era hermosa, ya no me importaba ese trabajo ni las hemorroides ni ninguna especie de triunfo.  Las gotas me pegaban en el traje y resbalaban por mi espíritu. Seguí caminando y ya nada fue real, la imagen desvanecida del mundo en que existía me abrazaba y obsequiaba, mágicamente, un instante de libertad. 
Me senté en el banco de una plaza y observé a las personas correr en busca de un refugio. Mis manos se arrugaron y sentí felicidad. Y así me quedé, solo y alegre, escuchando el ruido del mundo desde un lugar ajeno a él.
Paró de llover y emprendí el regreso a casa. En mi caminata crucé mis ojos con los de una chica que andaba cabizbaja, abstraída, y nuestras miradas se encontraron e intercambiaron algo más que sueños, nos perdimos fugazmente en la fantasía de un abrazo amoroso y real. Pero parecía ser que esas cosas ya no existían y se extraviaban, más allá, en los desagües de un boulevard de luces rotas y flores muertas. Ella siguió su camino y yo el mío, como siempre solía ocurrir.
En mi casa el despertador seguía sonando, el desorden era increíble. Me desnudé y pensé. Pensé en que eso era lo que tocaba, una vida atormentada por un despertador incansable, como una canción que decora lo cotidiano, en donde los dolores del cuerpo y del alma, no tenían mejor medicina que una mirada de mujer perdida en una ciudad de tristezas, bañada por las lágrimas de los vivos y las gotas de lo inentendible.  

miércoles, 16 de mayo de 2012

OTRO CONCURSO (mejor que el anterior)

 Estimados, valientes, selectos y audaces lectores de mi tan concurrido blog, en esta ocación vengo a suplicar un votito en este nuevo concurso. Les comunico que para votar deben hacerse una cuenta en la asociación esta que hace el concurso. Mi relato se llama SALVANDO AL MUNDO y puede que hasta les guste (imaginarse la fe que le tengo, jeje). Lo dicho, suplico votos. El premio es en metálico. No recibiran Spam de la página y es muy fácil votar. Gracias!!!!!
Una vez hecha la cuenta hay que darle a ENCUESTA


http://www.asociacionnegligenciasmedicas.com/eventos

Los primates


Tierra Seca era un pueblo tranquilo y feliz que no tenía grandes inquietudes. Un miércoles de primavera llegó, a paso lento, un inmigrante peculiar. Se hospedó en una casa vieja, que le alquilaron a bajo precio. Tenía baja estatura y la piel morena. Los primeros días nadie se percató de su presencia, pero con el pasar de los días se fue haciendo popular. “El mono”, como lo llamaron, solía pasar días enteros trepado a la copa de los arboles, leyendo con entusiasmo un libro nuevo cada vez. Los vecinos del pueblo, boquiabiertos, observaban como reía a carcajadas o lloraba desmesuradamente con el suave pasar de las páginas. Era un hombre extraño. Nunca tenía problemas con nadie, sin embargo, en el pueblo comenzaban a maliciar en su contra.
Lola, vecina veterana del pueblo, llamó en nombre de todos los vecinos a la comisaría más cercana.  La policía buscó entre los árboles hasta dar con El Mono. Fue liberado por falta de alegatos a favor de la infracción.
Indignados ante la situación, luego de analizarlo con cuidado, llamaron a un instituto mental.
-Ese hombre está mal. Necesita ayuda.
Llegaron dos hombres fuertes con batas blancas.
-¿Puede bajar por favor?- pidieron.
-Por supuesto. ¿En qué puedo ayudarlo?- respondió con amabilidad.
No respondieron. Le pusieron un chaleco de fuerza y lo llevaron a un instituto mental. El psiquiatra asignado estableció que El Mono tenía serios problemas. Tratamiento: electroshock, receta de píldoras, reclusión.  
Luego de dos meses El Mono regresó al pueblo. Consiguió un trabajo y comenzó a pagar sus impuestos. Tierra seca volvió a ser el pueblo tranquilo y feliz que siempre había sido.