viernes, 20 de enero de 2012

El extraterreste

Era tarde y estaba leyendo un libro de historias negras. Por la ventana entraba la brisa fresca. La ciudad estaba bastante vacía.
Escuché de pronto un silbido agudo y luego un estruendo, en el fondo de mi casa. Me puse una bermuda y salí. Mi patio era cuadrado, tenía un gran cactus en el centro y, bien al fondo, un pequeño sucucho que servía de depósito para mis chatarras. Estaba oscuro y se respiraba olor a querosén. Sobre el tejado del depósito un rastro de humo que se perdía con el viento.
Oí ruidos entre la chatarra. La rueda vieja de una bicicleta cayó y rodó hasta pegarse con el cactus. Me acerqué y vi una pierna rojiza esconderse detrás de una heladera descompuesta.
-¿Quién anda ahí?- dije un poco asustado.
Silencio
Le pegué una patada a la heladera y retrocedí un paso.
-Espera- dijo una voz femenina.
-¿Quién eres?
-Me llamo Dila.
Se arrimó quedamente hasta mí. Tenía unos preciosos ojos romboidales y verdosos. Su pelo negro caía a cada lado como uno péndulo sobre sus hombros. La piel rojiza le brillaba al reflejo de la luna. Dila, una hermosa creación.
-Hola Dila. ¿Quién eres y que haces aquí?
Tocó un aparatito que llevaba en su muñeca.
-¿Podemos entrar a tu casa? Tengo mucha sed.
Entramos y le serví un vaso de agua. Se sentó en la silla.
Había algo raro en ella, además del color de su piel. Sus ojos tenían un brillo húmedo fuera de lo normal, sus movimientos eran muy elásticos.
-¿Y bien?
- Soy Dila y vengo de otro planeta.- me dijo con voz cansada.
-¿De otro planeta?
-Si, aunque te suene raro y loco.
-Uno se acostumbra a escuchar ese tipo de cosas. Con el tiempo, claro.
-¿Y tú como te llamas?- me preguntó.
-Dael.
Terminó el agua. Echó un vistazo a todos mis utensilios y a los cuadros en las paredes.
-¿Y como llegaste aquí?
-Me catapultaron. Y terminé en el fondo de tu casa.
-¿En una catapulta?
-Bueno, así se le llama. Es una máquina bastante compleja.
-¿Y eso como es?- pregunté intrigado.
- Eso yo no lo sé. Yo soy una exploradora, del viaje catapultado se encargan los ingenieros y los científicos.- comentó arreglándose un mechón de pelo desalineado.-Yo me subo en la catapulta y ellos hacen lo demás. Supongo que ustedes también tendrán sus formas de viajar. ¿No?
-Si, pero nunca hemos salido del planeta.
La luz en la habitación era tenue, los mosquitos zumbaban a nuestro alrededor. Las estrellas amarillas centelleaban en el vidrio de las ventanas.
Me senté en la mesa, a su lado.
-¿Cómo es que hablas mi idioma? ¿Hablan el mismo idioma que nosotros?
-No.- respondió resoplando.- Su lenguaje es muy difícil. Mira.- me dijo señalando un cilindro negro, atado a una cinta de goma en su cuello.- Aprieto aquí, y luego aquí y ya no hablo más tu idioma. Eparasteria eter parapestia, tamaretnitra, ¿querestiada?
-Ya veo.
Apretó de vuelta el cilindro.
-Ahora está mejor. Nuestra tecnología es más avanzada que la vuestra.
Nos fuimos fundiendo en la oscura noche y yo, poco a poco, me sumergí en el ensueño de sus palabras, que se deslizaban como agua en campos de seda. Siempre había tenido facilidad para encontrar gente rara y extravagante, pero ella sobrepasaba cualquier expectativa.
La invité a dar un paseo por el barrio. Aceptó.
Flotaba en las calles olor a vino y salitre de mar. Dila contoneaba sus caderas de forma musical. Su pelo parecía levitar en el espacio.
-¿A que has venido a nuestro planeta?- le pregunté.
-Ya te lo dije. Soy una exploradora.
-Si. Pero ¿que desean de nosotros?
-Mientras caminamos registro datos físicos, químicos, ambientales. Planeamos conquistar tu mundo.
-¿Cómo?
-Los vamos a conquistar Dael.
-¿Por qué?- pregunté dejando asomar una vaga sonrisa.
La noche estaba vacía. Se veían las luces interiores de las casas del barrio y un murmullo lejano ululaba en el viento. Dila me miró con ojos melancólicos.
-Nuestro planeta está muriendo. No tendría que decirte esto. Pero igual no puedes hacer nada. Nadie puede hacer nada.- sentenció.
-Oh.
-Llenamos el planeta de enfermedades químicas, matamos la vegetación y la mayoría de las especies, contaminamos los mares. Me da tristeza decirlo, pero así sucedió.- su rostro imperturbable, como tallado en mármol.- Las personas al principio se dejaron llevar por los impulsos ante el inminente desastre. Robamos, destruimos, nos drogamos y si, matamos y continuamos matando. Luego descubrimos tu planeta y el Apocalipsis que se avecinaba se transformó en una esperanza única que tuvimos en común.
Miré hacia las estrellas. Pobre Dila, pensé. ¿Por qué cosas habría pasado aquella mujer, para inventar semejante historia?
-¿Se mudarán aquí? ¿Toda su civilización?
-Será un proceso largo pero necesario.
Tomé su mano y ella no dijo nada. Caminamos así un rato largo. Pasó un coche viejo y sonoro, gatos, bolsas arrastradas por el viento, dos abejas zumbando alegremente y un anciano con cara de enojado.
-Tengo que irme Dael.
-¿Ya?
-Si, ha llegado la hora.
El aparatito en su muñeca tintineaba.
-¿Nos volveremos a ver Dila?
-Tal vez sí. Pero no lo creo.
Quedó rígida mirando hacia delante.
-Diez, nueve…- comenzó a contar.
-¿De que planeta vienes?
-Planeta Tierra. Pero el nombre no te servirá de nada. Seis, cinco…
-Por lo menos haré el intento.
Besó mi mejilla. La cuenta regresiva acabó.
Sus piernas se doblaron y salió despedida hacia el espacio. El impulso hizo que me cayera de culo.
-¡Mierda! – grité.
Otra vez sentí el olor a querosén. Me levanté sobresaltado. Miré en todas direcciones: la ciudad yacía inerte como antes. No tenía nada que hacerle y emprendí el regreso a casa.
¿Cómo sería ese planeta Tierra del que ella hablaba? Ella ya no estaba y sentí el desconsuelo de no tener la promesa de volver a verla. En el cielo una estrella fugaz zigzagueó entre las constelaciones.
Entré a mi casa. Todo estaba desordenado. Me saqué los zapatos, apagué las luces y me dormí.

1 comentario:

Coriano dijo...

PARA QUIEN LE GUSTA PISAR FIRME LA TIERRA ES UN CUENTO CORTO QUE NO ES PURAMENTE EXTRA TERRESTRE ME GUSTA CONSERVA Y UNE LO TERRENAL CON LO CELESTIAL ES DE MI GUSTO Y PARECE TENER CLASE POCO SE DE LITERATURA ME DIRIJO POR MIS SENTIDOS CELESTE