sábado, 28 de enero de 2012

Cuarto round

-Tenés que caer en el cuarto round.- me recordó Miguel, mi entrenador, mientras ponía vaselina en mi rostro.
Afuera, un golpe tras otro sobre el ring. El sonido de la multitud enfurecida hacía temblar las paredes de mi camerino.
-Veinticinco mil para vos y veinticinco mil para mí.
-Si Miguel.
Me puse a calentar. Puse empeño en bíceps y hombros. Venía de una buena racha de cinco victorias al hilo y estaba un poco nervioso ante el resonante marco de la pelea.
Por los altoparlantes el presentador dio la decisión de los jueces. Empate. La gente abucheó. El organizador de la velada entró transpirando.
-Gusano, Miguel. ¿Están prontos?
-Si.- respondió Miguel haciéndole un guiño.
-En dos minutos salen.- dijo y nos dejó.
La muchedumbre sonaba tranquila, compraban refrescos, comentaban asuntos semanales.
-Pablo.- mirándome a los ojos.- Sabés que te quiero un montón ¿verdad?
-Si Miguel.
-Pensá que después de la pelea la vida se te va a solucionar en varios aspectos. Las personas se olvidan de las peleas al cabo de una semana, cuando miran otra.
-Tranquilo, todo va a salir bien.
Sentí los guantes muy apretados. La muchedumbre comenzó a corear ascendentemente:
-¡Do-ber-mán! ¡Do-ber-mán! ¡Do-ber-mán!
Las paredes volvieron a temblar.
-Vamos.- dijo Miguel.
Choqué mis puños y salí.
Luces rojas y azules se posaron en mí. Sentí flashes, abucheos y algún grito de apoyo. Avancé movilizando mis brazos, mientras la cámara de televisión nos marcaba el ritmo. Subí al cuadrilátero y saludé con mi derecha. Estaba repleto y el calor emergía de la gente como el vapor. A mí lado se situaron el organizador, que transpiraba a raudales como nunca antes había visto, y el presentador, vestido con un esmoquin negro muy elegante.
Las luces y las miradas cruzaron el escenario y se posaron en mi oponente que empezaba su propia caminata. Miré a las butacas, ninguna mujer hermosa me miraba, solo una gorda de cara bondadosa que estaba sola, comiendo un pancho bañado en mayonesa.
-¡Do-ber-mán! ¡Do-ber-mán! ¡Do-ber-mán!
El Doberman subió al cuadrilátero levantando sus dos manos y entregándole una sonrisa a su público. Me miró a los ojos y se puso a hablar con su entrenador. Miguel me palmeó la espalda.
El presentador tomó el mando del espectáculo.
-Buenas noches damas y caballeros. .- comenzó diciendo con su particular y bullanguera voz.- Les invitamos a disfrutar del evento principal de la noche. En esta esquina, con un peso de ochenta y un kilos, uno setenta y cinco de estatura, con un record de diez victorias y cuatro derrotas. Pablo “el Gusano” Looopeeez.
Hubo más abucheos que aplausos.
-Y en la otra esquina- continuó el presentador.-, pesando ochenta y tres kilos, un metro ochenta y dos de estatura, con un record de veinte victorias, dos derrotas y un solo empate. “El Doberman” Mario Do-min-gueeeez.
-¡Do-ber-mán! ¡Do-ber-mán! ¡Do-ber-mán!
El juez nos llamó. Dijo lo que todos dicen: quiero una pelea limpia, cuidado con codos y golpes bajos. Chocamos guantes.
Los presentes abandonaron el ring dejándonos al Doberman y a mí frente a frente. Tenía cara ruda, la piel curtida y más alcance que yo.
Le dí un abrazo a Miguel y sonó la campana.
Salí con fuerza, no le dí tiempo a medirme. Le tiré un par de combinaciones que no hicieron daño. Tenía un jab duro y constante que lograba mantenerme al margen.
-Acortá la distancia Pablo.- me gritaba Miguel.
Pero cada vez que acortaba la distancia el Doberman retrocedía un paso y me impactaba el cross de derecha, que no era muy poderoso pero si muy difícil de esquivar. Se fue el primer round.
-Bien, bien, seguimos así Pablo.
El segundo round fue parecido al primero. El me mantenía alejado con su larga izquierda, pero llegando al final del asalto se descuidó, avancé y le metí un fuerte gancho en la mandíbula que lo hizo tambalear.
-¡Pablo!-gritó Miguel.
Me apresuré a darle una mano y mantener firme el clinch. Nos salvó la campana.
El organizador se acercó a mi esquina y carraspeó preocupado.
-Casi lo mandás a dormir. Con cuidado.- observó Miguel.
-Perdón. Fue sin querer.- dije sorbiendo y escupiendo agua fría.
El Doberman me miraba iracundo.
Salió con todo. El público se entusiasmó. Me tiró todo su arsenal de golpes llevándome a las cuerdas. Intenté separarme pero no me lo permitió. Le devolví algunos golpes que no hicieron mella y me dio un derechazo en los riñones que me dejó sin aire.
-Es en el cuarto, en el cuarto.- le dije al oído.
Me dio un respiro sin cambiar su postura agresiva. Bailoteé un poco y me alejé de sus golpes. Sonó la campana.
Empecé a sufrir el cansancio de la pelea. Miguel me limpió una herida en la ceja.
Una hermosa chica de piernas largas rodeó el ring anunciando el cuarto round. Pude ver como gesticuló sensualmente con mi oponente.
Empezó el round.
Me alejé de sus manos lo más que pude y reforcé mi guardia cuando éstas me alcanzaron. Hice el tiempo suficiente. Me acerqué y le regalé mi flanco izquierdo el cual no aprovechó la primera vez. Me conectó a la segunda. Caí. El público explotó. El juez comenzó a contar mientras me revolcaba por el suelo. El Doberman levantó sus manos en señal de victoria. Miguel me miraba satisfecho. Todos los presentes desbordaron de alegría, menos yo.
-Cinco, seis…- de la cuenta se desprendió una expectación muda y absorbente que se esparció por todo el recinto.
Apoyé mis brazos en la lona, me rehice y me puse en pie. El juez parecía sorprendido. El Doberman me miró como pidiéndome una explicación.
-¿Puede seguir?- preguntó el juez.
-Si, si.
Le tiré unos cuantos derechazos con potencia para que viera por donde venía el asunto. Me esquivó siempre y siguió con su juego de jabs.
Terminó el cuarto round.
-Perdoname Miguel, perdoname.
No respondió. Se limitó a poner la barra de metal congelada sobre las inflamaciones de mi cara. En sus ojos pude ver una profunda desilusión, y a su vez, un antiguo orgullo que yacía perdido, en algún lugar lejano de su alma. El organizador nos miraba colérico, empapado en su hediondo sudor.
-Perdoname Miguel.
-Nos van a matar Pablo. Estás loco.
Nos lanzamos de vuelta a la pelea, en igualdad de condiciones esta vez. Sus manos eran cada vez más punzantes, pero en ese momento de exaltación y valentía eran un aliciente más. Avancé y seguí avanzando. La moral del Doberman disminuía, al ver que sus golpes entraban pero no lograban retrocederme. Lo llevé contra las cuerdas y lo castigué duramente, vislumbre por un momento la victoria. Me pareció escuchar en algún rincón de la multitud:
-¡Gu-sa-no! ¡Gu-sa-no!
Cambiando golpe por golpe llegamos al décimo round. A esa altura, las tarjetas de los jueces estarían muy parejas. Miguel no me hablaba, ni siquiera me miraba a los ojos. Salí decidido a noquearlo.
El Doberman cambió de estrategia: me esperó con la guardia baja. Le tiré un par de jabs que no llegaron. Dio un paso al frente y me metió un gancho con la izquierda en el mentón. Fue un golpe inesperado. Me durmió.
Un niño feliz que caminaba por una casa rústica, mis hermanos no estaban, la heladera quieta y vacía. En el corazón de la casa latía la melodía metálica de una caja de música averiada. La puerta de madera se abría y el juez contaba:
- Nueve. ¡Diez!
Miré a mi esquina: estaba vacía. El público subió al Doberman en andas. El organizador me pisó una mano mirándome con desprecio. Me levanté con dificultad y me fui rápido al camerino. Le pedí a un espectador que me ayudara a cortarme los guantes. Me di un baño de agua caliente y me apresuré a vestirme, mientras tanto, observé el andar taciturno de una cucaracha sobre el foco de luz sucio y verdoso de mi aposento. Abrí la ventana que daba a las calles y me tiré. Salté sobre unas bolsas de basura que amortiguaron la caída.
El público seguía emocionado.
-¡Do-ber-mán! ¡Do-ber-mán! ¡Do-ber-mán!
Corrí por calles grises hasta perderme en la ciudad. Era una noche fría y húmeda. Las damas iban vestidas de gala, las radios de los coches sonaban festivamente. Entré a un bar.
-Señor. ¿Me podría dar un hielo?- le pedí al cantinero.
En la televisión había otra pelea, una por el campeonato.
El cantinero me miró el rostro con preocupación y me dio tres hielos.
-Gracias.
Salí del bar. Me saqué una media y le metí los hielos. Sentí el alivio del frío en los hematomas de mi cara. Respiré hondo y empecé a caminar. En el cielo, las estrellas estaban donde debían estar.

1 comentario:

Coriano dijo...

LAS CATARSIS POR SUERTE NO SOLO SE LOGRAN EN EL FOOTBOL Y EN EL BOX SON LOS GRANDES ALIADOS DE LA ESPIRITUALIDAD Y POR ALLI VA LA COSA QUIZAS MUY JOVEN QUE AUN FALTAN ALGUNOS ROUND NO CON DO BER MAN SI MIRAS BIEN CADA SILABA TIENE UN SIGNIFICADO SOLO UNOS CUANTOS ROUND MAS TODOS TENEMOS DIFERENTES CAIDAS Y VOLVEMOS FORTALECIDOS ESE ES MI MAYOR DESEO PARA ALGUIEN QUE QUIERE PROFUNDAMENTE EXPRESARSE CELESTE