jueves, 11 de diciembre de 2008

Declaratoria de la dependencia

Desde hace un tiempo ya, estoy pensando en cómo poder escribir este tipo de sentimiento que no tiene principio ni fin. No sé si la siento lejos, si es el aire de un hemisferio a otro, si ya no puedo sentir sin sus cálidos abrazos rodeándome el torso, o qué. El tema es que me acostumbré a sus risas, sus ruidos, sus andares, su olor a estrellas, sus suspiros, su incesante deseo de hacerme sentir bien.
Hoy la noche es húmeda, bastante silenciosa. A veces un solo día parece una eternidad, empedernida en su lentitud, y sin embargo, la anhelante avidez de volver a verla a ella y sus cosas (las cuales me esperan donde antes, y no falta mucho para el reencuentro), crea un bienestar inquieto que vibra en la lobreguez de mis sentimientos más hondos, regalándome claridad. Es la primera vez en mi corta existencia que sé lo que quiero, quiero unión.
Te he entregado mi libertad para que la cuides. Mis poemas, mis cuentos, las canciones que escucho, mis sueños serán solo para vos. No puedo amar nada que no esté ligado a ti, en toda belleza mundana te encuentro tibia y expectante, cada respiro es un paso que me acerca más a ti. Ojala pudiera sentir el suspiro de tu risa en mi cuerpo. Te amo. Mi corazón es fiel y es tuyo.
De todas formas sigo odiando al mundo. A veces creo ser feliz pero la sensatez, efímera y devota de mi alma perecedera, me recuerda lo breve que puede llegar a ser todo. Y es ahí donde nace mi amor: contigo nada muere. El sueño nunca se deblita, se empeña en crecer y crecer. Algo así tiene que ser un buen síntoma. No me importa donde terminemos, si pobres o enriquecidos, si en Brasil o Sudáfrica o las islas filipinas, si tristes o alegres, siempre y cuando estemos juntos.
Desde el otro lado del mundo, estoy a la espera de volver a verte, de dormir en tus manos, de hacerte el amor, de morir en tu mirada.
Hasta pronto.

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