lunes, 26 de diciembre de 2011

La odisea



Me encontraba sentado en un banco de madera, mirando el reflejo del sol en el mar. Hacía un calor tremendo. El sonido de los jóvenes jugando al fútbol, más los llantos y las risas de varios niños, y las gaviotas que revoloteaban en algún lugar. La playa estaba llena de gente y desfilaban ante mí algunas personas despreocupadas y otras que se ejercitaban en bicicleta o a pié.

Sin notarlo, me vi hipnotizado por el andar de una hermosa mujer. Volví al mar y su sintonía, advertí la presencia de un extraño a mi lado. Le eché un vistazo: era una mezcla de locura, borrachera y cansancio. Enseguida pensé que me pediría una moneda o algo. Sin embargo, se quedó quieto, mirando hacia otro lado, respirando con vigor.

-Ulises me llamo.- dijo al rato, tendiéndome la mano.

-Lucas.- dije estrechándosela.

-Bueno, en realidad mi nombre verdadero es Odiseo, pero algunos me llaman Ulises. Como gustes.

Lo miré a los ojos y asentí con la cabeza.

-Si supieras que valientes eran los troyanos Lucas.-comenzó a narrar.- Eran días y días de batallas interminables. Agamenón, Diomedes, Atlas, Héctor, y los demás, luchando por algo que no podríamos jamás lograr. Todos fueron grandes personajes. Y en cierta medida, fue como si todos hubiésemos perdimos algo, sobre todo los valientes troyanos.

Uy… ¡Que suerte la mía! Odiseo, hijo de Laertes, tenía que venir a sentarse justo a mi lado. Al menos no pedía nada.

-Ajá.- asentí nuevamente.

-Agamenón- continuó concentrado-, fue el mayor perdedor del conflicto, sin duda.

Lo observé mejor. Llevaba el torso desnudo, la piel estaba bronceada y su musculatura era fornida. Luego, mirándose las manos como en busca de alguna señal perdida agregó:

-Nunca volví a ver a Penélope. Sin embargo, dicen que soy un héroe. Nunca conocí a mi hijo y no volví a pisar mi isla.

-Pero al final ustedes dos se habían reencontrado.- acoté, para ver hasta donde llegaba el asunto.- Con la ayuda de Atenea y todo eso. Telémaco y tú peleando codo a codo por el honor perdido. ¿O ya no te acuerdas?

El vagabundo tenía una larga cicatriz en su pierna derecha, que pude ver detrás de sus sandalias gastadas.

- Eso escribió Homero. Ése viejo loco contó tantas mentiras como verdades. Tendría sus motivos, supongo. Pero eso no fue lo que me pasó.

Me pareció ver un barco en el horizonte, en ese plano en donde el calor del sol difumina las imágenes lejanas.

-¿Qué te pasó? – pregunté luego.

-Los dioses me maldijeron. No solo Poseidón, sino Zeus, Eolo, creo que todos salvo mi fiel Atenea. Por más que viaje en barco, en tren o en avión siempre termino errando en países ajenos. Brasil, Camboya, Nueva Zelanda, Costa de Marfil. Nunca llego a Ítaca. Ese es el castigo que he recibido.

Encendí un cigarro e intenté terminar la conversación silenciosamente. En el horizonte ya no había ningún barco.

-Penélope.-comenzó otra vez.- ¿Dónde estará mi Penélope? Y he perdido tantos compañeros de viaje que ya ni recuerdo cuantos fueron. Primero mis hermanos guerreros, luego los demás ¿Sabes que duro es eso Lucas?

-Que poco equipaje para tan largo viaje que tienes.- le dije, cambiando de tema al ver sus bolsillos vacíos.

-Tú no me crees. Casi nunca me creen. Nunca me creen.- sentenció, encogiéndose de hombros.- Ha pasado tanto tiempo que ya no tiene relevancia. No te preocupes.

No supe que decirle.

Se levantó del asiento.

-Buen viaje.-me deseó

-Buen viaje.- le deseé.

Palmeó mi espalda, abandonó las playas y se perdió en la ciudad.





La Odisea

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